Imagen: Asamblea Nazi en Chile (1945) (Fuente) / Miguel Krasnoff (Fuente) / Walter Rauff y Gerhard Mertins (Fuente, Fuente) / Ingrid Olderöck y fotograma de «Bestia» (2021) (Fuente

Por Victor Serge

Hemos comentado ya en una primera parte de esta contribución sobre los vínculos de apoyo entre la derecha chilena y el fascismo europeo en los tiempos altos de este. En esta segunda parte hablaremos de algunos notables simpatizantes y participantes del movimiento nacional-socialista (y en un par de casos, del ejército nazi) que colaboraron con la dictadura chilena y fueron tolerados por la derecha local hasta su muerte. Hablamos de Íngrid Olderöck, Walter Rauff, Gerhard Mertins y con la mención especial del pederasta y fanático religioso Paul Schäfer y el chacal de ascendencia fascista Miguel Krasnoff (condenado a más de mil -¡Mil!- años de prisión por sus fechorías).

Ingrid Olderöck, «Bestia»

Ingrid Felicitas Olderöck Benhard nació en 1944. Descendiente de alemanes simpatizantes del nazismo, migrantes en Chile. A primera vista una señora cualquiera, fue sinónimo de terror durante años en nuestro país como destacada miembro de la policía secreta de la DINA desde 1973.

“Yo soy nazi desde pequeña, desde que aprendí que el mejor periodo que vivió Alemania fue cuando estuvieron los nazis en el poder, cuando había trabajo y tranquilidad y no había ladrones sinvergüenzas”, decía Olderöck en entrevista para Nancy Guzmán, periodista y autora del libro “Ingrid Olderöck: la mujer de los perros” (Ceibo Ediciones, 2014 y Montacerdos, 2021). Olderöck es considerada la mujer más poderosa y despiadada de la DINA, protagonista de horrendas violaciones a los derechos humanos de prisioneros políticos opositores a la dictadura. 

Se le acusa de participar en tareas de espionaje, secuestros, desapariciones y torturas, además de su participación en la horrorosa Operación Condor, la campaña de terrorismo estatal a nivel Latinoamericano, respaldada por Estados Unidos, contra opositores a los régimenes derechistas de la época. Pretendía encubrir su rol diciendo que era “analista”.

Como decíamos al principio, en 1973 ingresó a la DINA con el cargo de capitana. Al año siguiente la asignaron a uno de los centros de detención y torturas más torcidos que se ha conocido en la historia moderna, en la comuna de Macul. Llamado “la Discoteque” (por la música que siempre tenía) o “Venda Sexy”, porque los prisioneros permanecían vendados y se cometían agresiones sexuales contra ellos. En estas atroces agresiones se incluía la participación del propio perro de Olderöck (Volodia), entrenado junto con otros canes para violar. Se practicaron abortos forzados y descargas eléctricas en los genitales, ahogamientos, entre otros horrores. Se dice que Olderöck a menudo estaba presente mientras los abusos ocurrían. 

Participó en las sesiones de entrenamiento que dio la CIA (la Agencia Central de Inteligencia gringa) a mujeres de la DINA en la Casa de Piedra, en el Cajón del Maipo. A su vez, Olderöck también entrenó a decenas de otras funcionarias para la represión. Según Guzmán, incluso mandó a torturar y violar a su hermana para quedarse con la herencia de sus padres. De acuerdo a la periodista, Olderöck probablemente actuó así en relación a lo violenta y autoritaria de su crianza por parte de sus padres fascistas.

Consideraba a Manuel Contreras, director de la DINA, todo un mentor y a quien admiraba mucho. Decía que era un honor reunirse con él en una de las ocasiones en que lo fue a visitar y se comenta que también conocía sobre varios de los secretos del líder de la DINA, como los relativos a la fabricación de gas sarín y su relaciones con Colonia Dignidad (ver más abajo).

Olderöck sufrió un atentado en 1981 que casi le cuesta la vida. Un balazo en la cabeza, que quedó alojada en ella. Al recuperarse responsabilizó a Carabineros del atentado, y fue llamada a retiro (con el rango de mayor) por su situación de salud.

Según Nancy Guzmán, Olderöck evitaba contestar preguntas diciendo que no se acuerda porque tenía una bala en la cabeza, haciendo la misma actuación de pretender problemas mentales ante la justicia para evitar castigo, lo que logró hasta su muerte. Inspiró el cortometraje Bestia (2021), que buscó retratar sutilmente lo oscuro y retorcido de este personaje.

Walter Rauff, «El Chacal»

Walter (o Walther) Rauff fue un marino nazi y coronel de las infames SS (Schutzstaffel), la organización paramilitar, política, policial, de seguridad y penitenciaria al servicio de Hitler y el partido nazi. Fue inventor de los “camiones de la muerte” y se le atribuyen hasta cientos de miles de muertes a lo largo de las purgas durante el Holocausto, particularmente en Auschwitz. Espía y empresario, luego de la caída del llamado Tercer Reich, migró a Chile y vivió en la comuna de Porvenir en Tierra del Fuego, donde administró una empresa manufacturera de centolla en los ‘60.

Ascendió rápidamente en el ejército alemán. En 1938 lo reclutó el jefe de la inteligencia de las SS para la dirección de asuntos técnicos en la llamada “sección 2”. Ahí se dedicó a buscar formas eficientes de llevar adelante el exterminio de seres humanos. El escritor Carlos Basso, periodista y profesor de la Universidad de Concepción, afirma que, en ese proceso, entre 1939 y 1941 se asesinaron a 200.000 personas diagnosticadas con problemas mentales, en cámaras, gaseados con monóxido de carbono. Propuso crear cámaras móviles de gas, donde se estima que 97.000 prisioneros fueron asesinados.

De acuerdo a Basso, el tercer hombre del Reich (Heinrich Himmler) fue a presenciar él mismo prácticas de fusilamiento, y al asquearse de lo grosero de los asesinatos con balazos en la cabeza, le encargó a Rauff buscar un método más limpio. Así es como también se gaseó hasta la muerte no sólo a alemanes y personas con problemas mentales, sino también a otras personas consideradas inaceptables para el régimen, como comunistas, masones, eslavos, entre otros.

Estuvo en Túnez como jefe de un comando de los escuadrones de la muerte nazis. Se estima ahí que comandó unas 2.500 muertes. En Italia asume como jefe de la Gestapo, la policía secreta, para todo el norte de Italia. Se contacta con el Vaticano, con obispos y cardenales, y mediante ellos hacen contacto con la OSS (la agencia de inteligencia estadounidense de la época, precursora de la infame CIA). Esto lo hace, comenta Basso, porque se dan cuenta, él y su jefe, que van a perder. Bien vivaracho y pragmático (un par de días antes de la caída de Hitler) le entregan el mando del ejército nazi en Italia a los gringos. Con esto consigue protección de los estadounidenses, con lo que incluso lo salvan de una multitud que iba a arrasar con la sede de la Gestapo en Italia, ya caído Hitler en Alemania. Se va como asesor de inteligencia a Siria, participa de un golpe de Estado, vuelve a Italia y permanece escondido en monasterios de la Iglesia por dos años. Con ayuda de sus contactos en la misma Iglesia escapa a Perú. De acuerdo a tres documentos de la CIA, trabajó, paradójicamente, para el Mossad (la inteligencia israelí).

De acuerdo a Basso, se sabe también que cuando estaba en Quito (luego de vivir un tiempo en Argentina), antes de venirse a Chile (periodo en el cual también habría conocido a Pinochet, ahí mismo en Ecuador), fue reclutado en 1958 por la inteligencia alemana (para que se vea también el nivel de flexibilidad, o de ultraderechismo, en la Alemania capitalista de postguerra). Trabaja varios años para ellos y viaja por América Latina buscando antecedentes sobre el comunismo.

La inteligencia alemana supuestamente lo despide cuando estalla el escándalo de quién es y se le comienza a acusar en Santiago de los 97.000 homicidios de las cámaras de gas móviles. La defensa apela a que esas víctimas no estaban identificadas, por lo tanto no probadas. La Corte Suprema decide que los delitos prescribieron, pues ya habían pasado 17 años y los delitos prescribían (dejaban de contar) en 15 años (no existiendo la figura de crímenes de lesa humanidad, que hubiera hecho que no prescriba el delito). Finalmente no se le extradita (es decir, mandarlo de vuelta a Alemania para ser juzgado), y el gobierno de Allende tampoco pudo alterar esta situación.

Según el periodista de investigación Gerald Posner, Rauff se habría incluso reunido en Santiago con Joseph Mengele (conocido como el “Ángel de la Muerte” y motivo de la elocuente canción de la banda Slayer).

Hay antecedentes que lo ubican como asesor de la DINA. Se habla de un curso de inteligencia en 1974 dentro de Colonia Dignidad que dictó un nazi a miembros de la DINA, oficiales y suboficiales. Queda un cuadernillo de la incautación de fichas y armas, registrando tal ocasión y testimonios directos identifican al infame coronel, además de los mismos archivos de la CIA que lo identifican como colaborador de la dictadura chilena. Según los ex colonos Franz Bäar y su esposa Ingrid Szurgelies, de Colonia Dignidad, Rauff era muy conocido en el lugar. De acuerdo a la investigación de Evelyn Hevia y Jan Stehle, en el lugar también habían ocho fichas sobre él y otros nazis que habrían tenido a cargo un grupo paramilitar que habría operado en Concepción después del golpe del 11 de Septiembre según las mismas fichas. Rauff también habría manejado antecedentes de inteligencia sobre movimientos de izquierda en Chile. 

Recientemente la emisora alemana WDR difundió espeluznante información sobre Rauff y su rol en la dictadura chilena. En una carta a su sobrino en Kiel, Rauff habría escrito que conocía a Pinochet desde 1956 y que “sus subordinados son todos buenos amigos míos”. Entre lo difundido por WDR, destacaron en las redes sociales en Chile los testimonios según los cuales habrían triturado cadáveres humanos en la pesquera Arauco para que estos terminaran convertidos en harina de pescado.

Con cáncer de pulmón, murió en 1984 como un vecino más de la comuna de Las Condes. A su funeral asistieron figuras como Miguel Serrano, el hitlerista esotérico y quien hubiera sido también parte del cuerpo diplomático de Chile y respetado colaborador del periódico “El Decano” (de acuerdo a la investigación de Felipe Portales reseñada en la primera parte).

Gerhard Mertins, el traficante de la paz

Gerhard Mertins también fue oficial de las SS. De acuerdo con el artículo difundido por The Clinic, Mertins alcanzó el grado de mayor y recibió el máximo honor del régimen nazi, la Cruz de los Caballeros, por sus acciones de comando en contra de los aliados durante el desembarco de Normandía. A pesar de eso, se agrega, “jamás fue incluido en lista de detención alguna y pudo integrarse cómodamente a la vida civil.”

Se reporta que pudo trabajar en Volkswagen y que, según el periodista Ken Silverstein en su libro “Private Warriors” (Verso Books, 2001), lideró en los ‘50 una organización nazi llamada “Los Diablos Verdes”, funcionando en Bremen, y que en el 52 se integró al clandestino Partido Socialista del Reich, sucesor del partido nazi.

Entró al tráfico de las armas y se asoció con turbios personajes, entre ellos, en Chile, con el pederasta, cultista y fanático religioso Paul Schäfer. Reclutó como agentes de venta a otros ex nazis y se cree que mantenía contacto con Walter Rauff.

Mertins también es famoso por haber asegurado, el muy cara de raja, que “mi negocio no es la muerte, sino el mantenimiento de la paz”. Se hicieron famosos algunos escándalos de tráfico de armas asociados a su compañía, Merex, motivo por el cual el gobierno suizo (donde comenzó) le prohibió sus actividades en el país, aunque una investigación del Congreso de EEUU investigó la empresa y determinó que las actividades eran legítimas.

De acuerdo a Silverstein, reporta el mismo artículo, en los ‘70 Mertins comenzó a vender armas a los regímenes militares de Chile y Paraguay, aunque también se dice que ya había hecho negocios en Chile antes de golpe. Se lo menciona también como gestor de la compra de los helicópteros Bolkow Messerschmidt que aún poseería Carabineros.

Se habría vuelto también un visitante regular a Colonia Dignidad y participaría en el Círculo de Amigos de Colonia Dignidad. De acuerdo al reportaje de Mónica González para CIPER, también habría estado involucrado en la jugada de Manuel Contreras de ofrecer al Sha de Irán matar al venezolano Ilich Ramírez (conocido como Carlos “El chacal”), que ejecutó el secuestro de los líderes de la OPEP (la Organización de Países Exportadores de Petróleo) y así tratar de conseguir plata a cambio, para aportar a las millonarias sumas que requería la Operación Cóndor.

Mención especial: Paul Schäfer y Miguel Krasnoff

Paul Schäfer, ya mencionado, fue un predicador, líder y fundador (en 1961) de Colonia Dignidad, un asentamiento de colonos alemanes que fue controlado por él a punta de violentos castigos y una estricta disciplina comunitaria de torcida entrega total al grupo y, en el fondo, a su líder. Fue condenado por abuso sexual de menores repetido. Imposibilitado para ser soldado, fue enfermero durante la Segunda Guerra Mundial a favor del bando alemán (aunque no haya sido miembro de las fuerzas armadas ni militante del partido). Se dice que ya había sido expulsado en Alemania (1951) de una Iglesia y de un hogar (1953) por los mismos crímenes contra niños, así como también en la llamada «Misión Social Privada» fundada por él, donde en 1959 habría sido acusado por dos menores y con eso se iría afuera de Alemania. 

Llega a Chile el ‘61, y durante el gobierno de Alessandri se le da permiso para crear la Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad en las afueras de Parral. Según la Comisión Valech y los procesos judiciales, algunos políticos y personas opositoras a la dictadura fueron encerradas y torturadas, asesinadas y enterradas en el lugar, encontrándose al menos parte de esos mismos cuerpos a medida que se investigó el caso. Como reporta en más detalle Jorge Escalante para El Mostrador, la derecha chilena también contó con no pocos apoyos en sus filas a Colonia Dignidad, formando parte de los grupos de amigos del entonces enclave nazi e insistiendo por mucho tiempo en su apoyo al mismo. Destacan entre ellos Hernán Larraín, hasta hace pocos años senador de la UDI (padre, también, del director Pablo Larraín) y hoy miembro de la comisión de expertos del Consejo Constitucional.

Miguel Krasnoff Martchenko, apodo de “el Ruso”, fue un militar chileno de ascendencia eslava, condenado a Mayo de 2023 a más de mil (¡Mil!) años de cárcel por secuestro, asesinato y torturas tan horrendas que son difíciles de decir, dignas de las películas de horror más brutales y grotescas que te puedas imaginar. Más de 800 de los años de condena de Krasnoff se han agregado durante la última década a medida que su caso ha progresado. Su padre y su abuelo fueron milicos fachísimos colaboracionistas nazis.

Entre otros de los muchos crímenes por los que fue condenado, Krasnoff fue declarado culpable por el secuestro, tortura y desaparición de Diana Arón, militante del MIR entonces embarazada, baleada y torturada de manera brutal por Krasnoff mismo.

Osvaldo “el guatón” Romo, agente de la DINA y cruel torturador -confeso- (durante la UP miembro de una organización de izquierda), declaró ante un juez lo siguiente (reproducido a continuación según el reporte de Le Monde Diplomatique):

“Diana fue ultimada por el capitán Krassnoff cuando ya no podía sacarle ninguna declaración. Krassnoff la agredió con tal brutalidad que le produjo una hemorragia, que todo el suelo quedó con un charco de sangre, que debe haber sido parte del feto que perdió por culpa de los apremios… Lo que más me impactó fue que Krassnoff salió de la sala de tortura con las manos ensangrentadas gritando: ¡Además de marxista, la conchesumadre es judía, hay que matarla! ¡Nosotros la asesinamos!”

Que la derecha chilena haya sido tolerante y negligente ante estos vínculos con el fascismo y las atrocidades de la dictadura es inaceptable. Posan de demócratas, pero fueron, prácticamente (en su pasividad o derechamente colaboración) cómplices de regímenes del terror tanto en Europa como en Chile. 

Los vínculos históricos de la derecha chilena se proyectan, como ya vimos en la primera parte, a los periodos altos del fascismo en la primera mitad del siglo pasado pero se prolongaron, para parte de la derecha, bien entrado el siglo veinte y ya siendo conocidas las atrocidades de los regímenes fascistas y nazis en Europa. Como ya hemos dicho a propósito del protagonismo civil en la dictadura civil-militar, no se puede exigir a las personas que haya reconciliación y perdón si no se piden disculpas, y ni siquiera con ellas es obligatorio perdonar. La única forma de proyectar un futuro viable y libre de estos horrores es la movilización de la sociedad orientado al fin del pinochetismo y del autoritarismo en general. Si, conscientes de esto o no, se mantiene el pacto de silencio, se mantienen reductos pinochetistas en el empresariado y el ejército, y tanta gente en el país incluso vota por los “republicanos” y por Kast (que ha hablado muy bien de Krasnoff), estamos lejos de hacernos cargo, consistentemente, del oscuro pasado que hay tras la fundación del Chile actual.