Imagen: Portada La Nación Domingo (2004) (Fuente) / Sergio Melnick y Álvaro Corbalán en acto de Avanzada Nacional (Fuente)

Por Victor Serge

Sobre el perdón, los civiles y los militares

La posibilidad de perdonar puede ser sumamente liberadora e importante para la vida en sociedad. La posibilidad del arrepentimiento, y la función de la vergüenza y la culpa en movilizarnos hacia actuar de buena manera es fundamental, aunque en exceso esas emociones puedan hacer mal. Pero la posibilidad del perdón tiene menos sentido, si es que lo tiene, sin una disculpa de contraparte. Perdonas, se supone, a alguien que está arrepentido. No perdonar a quien no se arrepiente tampoco, implicaría en todo caso, querer vengarte, ni validar una política (necesariamente decadente) de la venganza. Al contrario, podemos mantenernos, a pesar de eso, siempre abiertos a la posibilidad del perdón. 

Se ha vuelto frecuente achacar la responsabilidad mayoritaria o completa a los militares por las atrocidades cometidas en el golpe y durante la dictadura. Otras personas resaltan insistentemente que fue una dictadura “civil-militar”. 

Lo que queremos expresar aquí es sencillo. No es solo que tienen razón los segundos (quienes dicen que es civil-militar el asunto). La parte “civil” de “civil-militar” va primero por una razón: fue más importante. Y aunque eso sea así, los militares se llevaron, ante muchos, toda la responsabilidad, mientras que en realidad no sólo había cómplices civiles de la persecución y la tortura, sino que estos cómplices civiles escalaban a los rangos más altos del gobierno dictatorial, abarcaban miles informantes y sin mencionar 1) que a Pinochet se le habría procesado por conocido director del terrorismo de Estado (incriminado incluso por los documentos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) gringa) de no ser por los trucos que se pegó con la supuesta demencia senil que le dió, 2) los vínculos de los partidos políticos de derecha con Pinochet, 3) los montajes ampliamente difundidos por los medios de comunicación en complicidad con la policía secreta (la que fue capaz de derechamente, incluso, infiltrarlos para hacer de las suyas) y 4) la campaña de años, probablemente décadas, de anti-comunismo y anti-izquierdismo odioso y deshumanizante, de tal manera que se convirtiera, ante el público, a los izquierdistas en monstruos. Ya deshumanizados, el odio afloraría naturalmente y, más los años de preparación mental y entrenamiento en la tortura, la bestia se desataría ese fatídico día 11.

Destaquemos, por supuesto, a los funcionarios mismos del gobierno dictatorial. De acuerdo a la investigación de Mauricio Weibel, la coordinación entre los funcionarios de gobierno y la DINA y la CNI era diaria. Como se reporta para El Mostrador:

“El periodista Mauricio Weibel ha escrito dos libros basados en los documentos que muestran cómo ambas esferas del régimen trabajaban juntas. En Asociación ilícita, en coautoría con Carlos Dorat, aparecen decenas de documentos en que los ministros colaboraron en la persecución de opositores, como un oficio enviado por Alberto Cardemil, quien fuera ministro Secretario General de Gobierno de Pinochet, en el que detallaba todos los antecedentes de las personas que trabajaban en la Vicaría de la Solidaridad.

La CNI enviaba todos los días un informe de inteligencia a los ministros, había reuniones de los subsecretarios de todas las carteras en los cuarteles de la CNI. Nadie puede decir que no sabía lo que sucedía. Quizás no los detalles más macabros, pero que había represión, es imposible que alguien dijera que no sabía”, explica el periodista Mauricio Weibel.”

Los casos de persecución y tortura ya habían sido internacionalmente revelados. La gente los sabía, aunque a muchos otros los hayan manipulado para pensar que de verdad habían malvados guerrilleros muertos en enfrentamientos reales constantes con agentes del Estado, y no mucho más.

Entre los civiles de la dictadura destaca Sergio Melnick y sus vínculos con el cruel verdugo Álvaro Corbalán (y que hubieran estado vinculados al partido derechista Avanzada Nacional en los ‘80). Para hacerse una idea del tipo de persona que es, recuérdese cuando dijo que “votar es una cobardía” y básicamente que la gente es muy tonta para autogobernarse.

En un esfuerzo digno de los nazis, incluso, la policía secreta tuvo importancia política en los procesos  de reclutamiento de funcionarios e incluso profesores (algo que obviamente se le permitía hacer desde el poder civil). Del mismo artículo de El Mostrador:

“Según logró establecer el autor, la CNI no solo actuaba eliminando personas sino que intervenía en el trabajo político y administrativo del Gobierno. Cada vez que se quería contratar a alguien en el Estado, esa persona tenía que tener un informe de la DINA o de la CNI. En 1979, el historiador Gonzalo Vial Correa organiza con Odlanier Mena, el jefe de la CNI, la primera revisión masiva de antecedentes de los profesores del sistema público, de 90 mil profesores.”

Por su parte, hace ya 19 años, La Nacion Domingo publicó una portada y artículo periodístico titulado “La cara civil de la tortura: los top ten”, donde destacan el rol de ciertos civiles importantes en dictadura, particularmente de gente como Agustín Edwards (de El Mercurio, y prácticamente co-gestor del proceso golpista por su vínculo y colaboración con el gobierno de Estados Unidos), Jaime Guzmán (que al menos según el alguna vez peligroso extremista de derecha Roberto Thieme, de Patria y Libertad, derechamente habría telefoneado a la Junta Militar para insistir en que se mantuviera la mano dura, ante ciertas voces disidentes en la misma milicia que pedían detener el régimen del terror), Jovino Novoa (según La Nación Domingo: “»La autorización para mantener incomunicados a los detenidos por largos períodos …favorecía la aplicación de torturas», afirma el informe [Valech]. Y esas autorizaciones venían del Ejecutivo en el que Novoa participaba.”), el Cura Hasbún (ferviente defensor de la dictadura mientras a otros sacerdotes los asesinaban, además de insistente defensor del entonces enclave nazi de Colonia Dignidad, donde se fabricaron y traficaron armas con un prominente militar nazi y se torturó y asesinó personas), Sergio Onofre Jarpa (ministro del Interior de Pinochet, uno de los fundadores del conocido partido de Chile Vamos —Renovación Nacional— y quien mandara en su momento miles y miles de soldados a las calles con numerosos resultados fatales para el pueblo), Manfredo Mayol (en el mundo de las comunicaciones, listo para difundir las fabricaciones ideológicas de la dictadura y otros tongos), Ricardo Claro (asesor de Cancillería y quien fuera también en su momento dueño de Mega). 

De Ricardo Claro La Nación Domingo incluso reporta: “A Claro también se le ha vinculado en la detención y desaparición de un grupo de trabajadores de Elecmetal, empresa de su propiedad. Según ha relatado Mario Fernández, hermano de dos de las víctimas y ex trabajador de esa compañía, él mismo presenció cómo ellos fueron citados a la oficina de la gerencia por el interventor militar Patricio Altamirano, el gerente Gustavo Ross y el director, Fernán Gazmuri, para ser entregados a carabineros.”

De entre las filas, familias y círculos cuicos y de derecha se difundieron odiosidades, propaganda, injurias y calumnias contra la izquierda (y todo lo que derivó en hacer de sus adversarios monstruos). Fueron quienes destacaron también en azuzar a los milicos, tirándoles incluso maíz (en señal de decirles “gallinas”) para que intervinieran violentamente contra el gobierno de la Unidad Popular. Los documentos de la CIA y los reportes de incluso derechistas radicales como Hermógenes Pérez de Arce testifican que los militares no podían simplemente actuar sin el vamos de los civiles de centro y de derecha (de acuerdo al viejo Pérez de Arce, derechamente, Patricio Aylwin dio un mensaje crucial para el “vamos”). Ya en dictadura, incluso, hubo algunos colaboradores e informantes demócrata cristianos.

Podemos agregar que, como ha reportado ya el renombrado Peter Kornbluh en su libro, el famoso “Track 1” de la CIA para derrocar a Allende (incluso antes de que asumiera) contemplaba a Frei Montalva (el ex presidente, DC) como principal agente para dar un vamos al golpe, motivo por el cual hicieron incluso una ingeniosa y terrible campaña de mentiras hecha específicamente para asustar a Frei con el comunismo y moverlo a actuar contra la izquierda (por ilustrarlo, incluso publicaron artículos alrededor del mundo con cosas de tipo “la UP va a destruir a Frei cuando tome el poder”, además de mandar telegramas falsos a su esposa de supuestas mujeres latinoamericanas pidiendo socorro de los horrores del comunismo; la CIA consideró que asustar a su esposa fue efectivo para manipular así a Frei).

El ex agente de la CNI que pidiera perdón por sus crímenes ante el público, el mayor (r) Carlos Herrera Jimenez (procesado por el caso Tucapel Jimenez), también lo expresó: las responsabilidades no son solo de militares, y mientras fueron los miembros del brazo armado del poder los que pagaron, la derecha misma, los líderes civiles no lo hicieron. El mayor parece resentir, naturalmente, que la derecha no se hiciera cargo de su rol, de haberlos estimulado a actuar y que dejaran a su suerte a los responsables materiales de los crímenes mientras ellos se descartan a pesar de todo.

Es verdad, como expresara el general (r) Martínez, que Pinochet es responsable de lo que pasara bajo su mando (y obviamente se acobardó, digamos, al no asumir esa responsabilidad). Pero los civiles fueron fundamentales y si alguien pudo haber evitado todo lo que pasó, pudieron haber sido ellos. Así, Martínez se equivoca al decir que “todo” es culpa de Pinochet. Las responsabilidades en realidad son compartidas.

El perdón: pasado y futuro

Habíamos partido hablando del perdón. Si bien no tenemos derecho a ejercer arbitrariamente la venganza tampoco, por contraparte, nadie tiene la obligación de perdonar a quien le ha dañado o agraviado gravemente e incluso, puede argumentarse, como la filósofa Myisha Cherry hace, que el perdón puede tener un aspecto problemático: “El perdón no es magia. Podemos perdonar y aún estar enojados, pueden haber razones buenas para no perdonar, y perdonar un mal sin enfrentar las raíces del problema no resuelve nada.” 

Sin recurrir a (necesariamente decadentes) políticas del odio y la venganza, también se puede defender que la posibilidad del perdón es importante, o al menos afortunada. Esto se puede ver en tradiciones como la cristiana, pero también se ha argumentado, sobre bases seculares (terrenales) en una línea que puede ser afín desde, por ejemplo, las ideas de la filósofa Martha Nussbaum en La ira y el perdón: resentimiento, generosidad y justicia (para más sobre esto, ver aquí).

Queda a las personas y al pueblo evaluar qué hacer de todo esto, incluyendo la posibilidad del perdón y la reconciliación. Pero ante todo, esa posibilidad dependerá de que quienes son responsables pidan perdón. De que tengan la entereza, la integridad y la valentía de decir que sí, que fueron responsables de estimular el odio entre personas y clases como tanto acusan a la izquierda de hacerlo, y de haber defendido a un gobierno criminal. Asumir que esto no puede volver a pasar, hacer todo lo posible por evitar que se repita y para ello, por supuesto, enfrentar al pinochetismo (tal como en Alemania la derecha se enfrenta a —o al menos se distancia de— la ultra derecha) especialmente ahí donde este ni siquiera niega los crímenes de la dictadura o la responsabilidad de Pinochet y el ala civil, sino que derechamente los justifica (abiertamente o quizás, incluso…en secreto). Que dejen de validarlo cuando lo hacen (o de decir que era inevitable), y cuando no, que su mensaje no sea solo «ojalá que no vuelva a pasar» sino una actitud de compromiso con que eso sea así.