Imagen: Manifestante durante la revuelta de Octubre de 2019 (Fuente)
Por Victor Serge
Chile es un país muy distinto al del siglo pasado. Han habido progresos materiales importantes, como una disminución del hambre y la pobreza, además de progresos subjetivos, como personas más resueltas a tratar de llevar la vida que desean llevar o el cuestionamiento más profundo a los roles tradicionales de género. Pero a la vez estos progresos han sido dispares y para muchas personas, más que insuficientes. Para muchos la vida puede volverse insoportable. Incluso en Chile, “el jaguar de Latinoamérica”, “los ingleses del continente”, etc. Es fácil pensar que lo que pasó tuvo algo que ver con eso.
Parece obvio, en efecto, que alguna clase de malestar estuvo detrás de lo que pasó en Octubre de 2019. Pero no hay que dar por sentado que entendemos bien lo que ocurrió. Como han advertido, por ejemplo, los filósofos Luis Placencia y Pablo Oyarzún, hay que tener precaución en arrojarnos a dar por entendido lo que pasó, a pensar que ya está explicado completamente a partir de nuestros conceptos e información previa. Hay que cuestionar severamente lo ocurrido, y también severamente a nosotros mismos, las ideas que tenemos sobre las cosas, nuestra ética y nuestra política. Mantenernos abiertos a sorprendernos y cambiar de opinión, o profundizar en nuestras ideas más allá de lo que anticipábamos. Y bueno, por algo es que hay una variedad tan amplia de visiones sobre el asunto, sin que pueda esperarse todavía que lleguemos a un consenso, siquiera, como reparaba también Placencia, sobre el nombre que ponerle a lo que pasó.
No es obvio que un malestar social tenga que terminar en una revuelta. Ni lo grande que fue, ni el momento, ni que realmente fuera a pasar eran algo predecible. Las pretensiones al contrario, me parecen, son sólo eso, pretensiones, y si bien pueden haber tenido validez en el pasado como advertencias, tampoco cuentan como predicciones efectivas y no nos llevan muy lejos, por sí mismas, en la comprensión del asunto.
En cuanto a lo que pasó, se le ha dado más típicamente el nombre de “estallido” o “revuelta”, muchas veces el segundo usado entre quienes reivindican lo que pasó en clave de rebelión popular legítima. Optamos aquí por “revuelta” no para reivindicarla, sino porque creemos que a pesar de eso es más preciso. Decirle revuelta no le quita peso, además, al aspecto de acción consciente, aunque explosiva y enojada, de parte del pueblo para salir a las calles e interrumpir con rebeldía (para bien o para mal) la normalidad de las cosas.
Ofrecemos en esta ocasión el primer artículo de una serie de contribuciones sobre las causas y evaluaciones de la revuelta, sobre por qué podríamos haber llegado a lo de Octubre y cómo mirarlo. En esta primera parte reseñaremos brevemente algunas ideas de un ideólogo de la modernización capitalista chilena, Carlos Peña. En siguientes contribuciones continuaremos con la discusión sobre causas (“neoliberalismo” y desigualdad, crisis política, revuelta y brutalidad policial), y en una última contribución hablaremos de distintas evaluaciones éticas y políticas de la revuelta misma.
Una de las explicaciones es que fue planificado por grupos de izquierda (¿O por la izquierda en general?), y/o con influencias extranjeras, con fines políticos obvios. Pero no hay evidencia de esto, y lo podemos descartar de entrada como algo bastante ridículo. En palabras del mismo Carlos Peña (rector de la Universidad Diego Portales y uno de los defensores más elocuentes y críticos del capitalismo chileno), no hay evidencia de conspiraciones ni de intervención extranjera, sino que más bien hablamos de fenómenos de masas que se repiten a lo largo del mundo. En entrevista para EMOL, el también columnista para ese medio, abogado y doctor en Filosofía, habla de esto y plantea posibles explicaciones de lo que pasó. Según Peña, el asunto es más sutil que simplemente la desigualdad, y es una “estupidez” reducir el tema a un problema de minorías poderosas versus masas empobrecidas que se rebelaron ante su situación de servidumbre. A pesar de eso (y de la actitud no inusualmente algo pedante del rector), Peña sí concede a nosotros y a la chusma que la desigualdad y la persistente pobreza es parte del problema. Es solo que cree que hay más sutilezas y complejidades en el tema.
Brevemente, expresa que el problema se relaciona con malestares asociados a lo que llama “patologías de la modernización.” Partidario de la modernización capitalista, Peña considera que, a pesar de los beneficios de ésta, las sociedades “se sienten más incómodas y demandantes cuando mejor están”. El mayor acceso a bienes y cosas como la expansión de la educación superior hace que estas valgan menos para las personas, y resulten frustradas más fácilmente a pesar de los avances.
Como adelantábamos, Peña sí cree que la desigualdad es parte del problema que explicaría Octubre. Considera que los distintos indicadores de desigualdad han mostrado una disminución en ella, pero que a pesar de eso la experiencia de la misma se ha intensificado igual a medida que grupos históricamente excluidos han adquirido mayor autonomía y bienestar. Considera que en Chile el ideal meritocrático ha fracasado, y que eso ha contribuido más aún al problema. Además, cree que hay un tema generacional. Como expresa en la entrevista: “He llamado a la nueva generación, en un reciente libro, “Hijos sin padre”, es decir, una generación individualizada y anómica, una generación que vino a este mundo junto con el nacimiento de las redes sociales y cuando los grupos primarios de socialización (la familia, el barrio, la iglesia, los partidos) estaban en crisis.”
Con “anómico” (de “anomia”) Peña (que tiene un magister Sociología y estudió un rato con el reconocido Niklas Luhmann) se refiere al uso que se le da a la palabra en ciencias sociales: un quiebre o desarraigo respecto a las normas morales que puedan seguir los individuos para orientar su vida y su acción. Es cuando las normas no logran dar guía efectiva a las personas para que estas lleven su vida, y donde se produce un desencaje entre los estándares normativos de la sociedad y los del individuo. El concepto se popularizó por el gran clásico de la sociología, Émile Durkheim, en su libro El Suicidio (1897).
Peña cree que, asociado a las “patologías de la modernización” también figura la inseguridad de las generaciones más viejas de quedar desprotegidas ante la vejez y enfermedad, y un profundo proceso de “individuación”, “que hace que los más jóvenes busquen abrigo en momentos intensos y fugaces de comunidad con otros.”
Peña también cree que, asociado al problema de socialización e integración moral de la juventud, el sistema educativo está en crisis. Según el académico, “las escuelas hoy son instituciones de control social, no son instituciones educativas,” pues sólo estarían actuando para disciplinar a los niños y jóvenes, en lugar de darles guía efectiva, de ilustrarlos. Peña cree que Chile necesita reformas en clave socialdemócrata (no en clave revolucionaria) para garantizar mejor salud y pensiones, y lograr que la escuela sea una institución meritocrática “y no simplemente como es hoy, reproductora de la herencia.”
Otras voces en la conversación enfatizan más la desigualdad, la dominación de clases, la crisis de las instituciones y de la política, sea en clave izquierdista, en clave socialdemócrata o centrista. Estas posturas tienen harto que decir, y harta documentación que ofrecer. Veremos algunas de estas ideas en la segunda y tercera parte de esta serie.