por Juan Carlos Peña Silva
Nacà el año 60, en unas parcelas que hoy son un barrio pobre de La Pintana. Al nacer sufrà una asfixia que provocó que de por vida tenga problemas de movilidad. No fue fácil para mis padres tener un niño espástico. Mis hermanas mayores me dieron el suficiente cariño, hasta ahora, para enfrentar la vida a pesar de las dificultades. Cursé hasta tercero básico en la escuela, suficiente para aprender a leer. Era la Unidad Popular y las mentes y los sueños de la gente se abrÃan lo que permitió que me den un espacio en la escuela sin discriminación. Con apenas 10 años ya trabajaba como ayudante de un feriano, hombre cariñoso y amable que me enseñó el amor por la lectura y me apoyó en mi aventura escolar. AprendÃa el oficio y trabajé con un puesto en la feria con frutas, verduras, papas y de un cuanto hay que sirva para ganarme la vida. En la Unidad Popular como nunca los pobres leÃamos libros, era habitual por las tardes ver a vecinos sentados en las puertas de sus casas con un Quimantú en la mano. Las micros asemejaban bibliotecas andantes. Novelas de vaqueros, hasta grandes obras de clásicos de la literatura.
Ser de la Unidad Popular en la población era de lo más natural, por primera vez los humildes, los trabajadores y las familias enteras nos sentÃamos parte de algo y empezamos a ser importantes y a creernos que podÃamos decidir nuestro destino. SentÃa mucha afinidad con los cabros militantes de la UP, que organizaban con alegrÃa sus actividades en la población, abundaba un aire de colaboración, apoyo e integración: yo con mis dificultades para desplazarme, siempre hubo unos brazos amigos que me integraban a esa alegrÃa.
Cuando empieza el desabastecimiento, los ferianos dimos todo por suplir las carencias y dentro de nuestras posibilidades tratamos de aportar contra el brutal sabotaje de los ricos al proyecto popular.
Recuerdo que hasta la atención hospitalaria tuvo un aumento en la calidad, por el compromiso distinto que tenÃa el personal con los humildes. Hubo un mejor trato y ánimo de acogida con los pobladores, que empezamos a sentirnos respetados.
El 11 de septiembre corre la voz en la población que habÃa golpe. Algunos lloraban, pero de impotencia. Era tan poco lo que podÃamos hacer para defender al gobierno ya que no tenÃamos con qué hacerlo. Dos muchachos consiguieron unos revólveres viejos con unas pocas balas y se vinieron caminando por Santa Rosa en un loco intento de llegar a la Moneda a defender al presidente. Varios otros jóvenes niños los siguieron. Con el tiempo supe que llegaron hasta cerca de Avenida Matta ya gastaron sus pocas balas en el inútil intento. Regresaron esquivando calles y con lágrimas en los ojos ante su fracasado cometido.
El 12 de Septiembre circulaban las patrullas militares y era habitual sentir balaceras distantes que nos hacÃa presumir que habÃa resistencia.
El dÃa 14 se abrió una panaderÃa en el sector y se armó una cola para conseguir algo de pan. Desde una de las esquinas un grupo de jóvenes les grita ¡Asesinos! a una patrulla militar, militares que no dudan en responder a balazos. Cae una muchacha, que estaba embarazada, a metros logré ver que sangraba de sus piernas. Otras personas llorando se le acercan, gritos, llanto, miedo.
Nunca supe que pasó con ella: unos decÃan que murió, otros contaron que salió con el tiempo al exilio.
Hasta ese 11 de septiembre, yo no entendÃa mucho de polÃtica. Fue ese dÃa que entendà lo que era la lucha de clases, tantas cosas que escuché antes a los jóvenes upelientos de pronto me hicieron sentido.
El año ’85 participaba con varios pobladores en la resistencia. Mi problema de movilidad de alguna forma me ayudaba a no levantar sospechas. Caminaba con dificultad pero no era impedimento para que colaborara con las actividades clandestinas de quienes habÃan decidido a enfrentar a la dictadura con todo. Y ahà quise estar. Me tocó llevar una caja a la casa de un compañero, quién ya habÃa perdido a un hermano en un enfrentamiento con la repre. Saliendo de esa casa, a pocas cuadras soy detenido, me tiran al suelo y me patean. Varios agentes me levantan y esperan a que venga un vehÃculo para llevarme. En medio de los insultos y en un segundo de descuido me lancé a las ruedas de una micro, la cual me golpea fuerte pero no alcanza a aplastarme. Me acordé de la historia del Compañero Contreras Maluje. Más insultos y directo a un cuartel de carabineros. Simulé ser enfermo mental, ya que mis problemas de espasmos también afectaban mi forma de hablar. Golpizas, corriente en los genitales y yo solo respondÃa con palabras sin sentido. Creo se convencieron que yo era un discapacitado mental. Como los 5 dÃas me soltaron, recuerdo que en los diarios salió como noticia que los terroristas usaban a un enfermo mental para trasladar armas.
Me fui al sur de Chile, a recuperarme, al campo de un tÃo y también para alivianar el susto de mi familia.
Volvà al año siguiente a la feria y a seguir apoyando a los compañeros que seguÃan dando la pelea contra la tiranÃa. El año 90 tuve un hijo. Un sueño que nunca imaginé lograr. Vivo de vender repuestos de auto, neumáticos, baterÃas, y sobrevivo con una pensión muy baja. Estoy ciego. Extraño leer. Voté Apruebo, como corresponde.
Vivo con mi hijo Lenin Salvador.