Por David Alejandro La Mura Ovalle
Ese cuatro de septiembre de 1970, mi madre tenía sólo doce años, era una locura en la casa, era un día distinto, un día histórico, aunque ella no tenía la madurez suficiente para saberlo en aquel instante. Esa memorable mañana, comenzó de forma distinta. Mi abuelo, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Chile, y mi abuela, profesora de estado de Filosofía, fueron muy temprano en la mañana a votar. Mis tíos, miembros de las Juventudes Comunistas, y estudiantes secundarios, partieron a sus actividades, y mi madre, aunque recién había ingresado ese año al Liceo y a la Base de las Juventudes Comunistas, andaba con las amigas de allá para acá, todo el día en la calle, finalmente los jóvenes que no podían votar se reunieron en el local de la Jota, de San Miguel.
Por supuesto que Carmencha le gustaba un compañero y anduvieron todo el día pololeando, tomados de la mano y dándose besos, hasta que se salieron del local, y se fueron a una esquina, un rincón, a hacer otras cosas. Pasadas unas horas, llegó mi abuela desesperada, buscándola como loca por todas partes, porque se le había perdido la Carmencha, y no estaba en el local de la Jota, dónde se suponía que debía estar. Mi abuela se la llevó de un ala, “castigada para la casa y te vas a tu pieza y te acuestas”, le dijo furiosa. Mi madre entonces se puso a leer un libro a eso de las siete u ocho de la tarde, mientras mi abuela escuchaba el escrutinio por la radio, cuando de repente ella va a la pieza y le dice “levántate, ganamos y nos vamos a la Alameda”.
La gente caminaba para todos lados, bajando de los edificios, con pancartas y banderas, y como no había ninguna micro en el paradero de la población, se subieron en la parte de atrás de un camión, en Departamental con Ochagavía, hoy Panamericana, y así llegaron a la Alameda, mi abuela pendiente que mi mamá no se fuera a perder nuevamente. Allí ellas se encontraron con mi abuelo, mis tíos, sus primos y abuelos, y escucharon desde la altura de la Universidad Católica, a Salvador Allende hablar desde la sede de la FECH, detrás de la UNCTAD, hoy Gabriela Mistral, en un mar de gente celebrando, emocionados.
Entonces, luego que Allende pidiera que se fueran a sus casas, mi abuela, aún eufórica pidió ir a la rueda de chicago en los Juegos Diana. Carmencha se subió con mi abuela, pensando que iba a estar más segura y fue la experiencia más horrible de toda su vida, hasta el día de hoy.
De ahí se fueron todos los familiares a la casa de los abuelos en el Callejón Lo Ovalle, a celebrar toda la noche, bailando y tomando pisco, hasta que pasó el toque de queda, y se volvieron al departamento en la madrugada. Al otro día, en la población todos se abrazaban, felicitaban y colocaban afiches de Allende en las ventanas y Lienzos en los edificios y el venceremos sonaba fuerte en los parlantes de muchos departamentos. Era el nuevo despertar de la Carmencha y muchos otros, aquel septiembre, en el Chile de los años setenta.