Imagen: Overdevelopment, Overpopulation, Overshoot (Population Media Center) (Fuente) / «Ciudad solarpunk post-apocalíptica» (Fuente)

En este reportaje en tres partes (1. Antecedentes coloniales, 2. ¿Qué está pasando? y 3. ¿Superar el capitalismo? -este artículo-), el canal ecologista Our Changing Climate (Nuestro Clima Cambiante) nos lleva en un impactante recorrido por los antecedentes, causas y posible solución de una de las crisis más peligrosas para la vida en la tierra en nuestros tiempos: la Sexta Extinción Masiva. Ofrecemos aquí una transcripción y traducción de su contenido en tres artículos breves. En esta tercera parte nos preguntamos cómo evitar este proceso y el destino fatal para la vida en la Tierra que implica.

¿Qué es lo que está, realmente, en la raíz de la extinción?

Para descubrir la causa de raíz de la sexta extinción masiva debemos viajar una vez más de vuelta a los cazadores de pieles de Norte América. Es aquí, a lo largo de las orillas de los ríos embalsadas por los castores, que los cazadores tomaron parte en un ejemplo temprano de mercantilización capitalista del mundo natural. Y al hacerlo llevaron a una especie al borde de la extinción. Mientras que había ciertamente más en juego, como los climas cambiantes o la introducción de nuevas enfermedades, muchos indicadores apuntan como el motor clave del cambio en el ecosistema a la emergencia de la economía de mercado europea a lo largo del paisaje norteamericano.

Previo a la mercantilización capitalista de los recursos naturales –la transformación de los árboles y animales mismos en bienes a ser refinados y vendidos por dinero– las comunidades indígenas empleaban un rango de tácticas e intervenciones de la tierra que, mientras aún tenían un impacto en el ambiente, lo hacían de tal manera que minimizaban su huella. Como nota la autora de un reciente artículo sobre el impacto de las comunidades precoloniales en los paisajes norteamericanos, Elizabeth Chilton, “[los indígenas norteamericanos] prosperaron bajo condiciones forestales cambiantes no haciendo una administración intensiva de los bosques sino que adaptándose a ellos y a un medioambiente cambiante.”

Fue solo con la introducción de monocultivos de cepas de semillas europeas, animales y la tala de nivel industrial que comenzamos a ver el descenso de las especies en una escala más amplia.

Como William Cronon lo planteó en Changes in the Land (Cambios en la tierra, 1983), “la ecología de Nueva Inglaterra [en Norteamérica] fue transformada a medida que la región se integró con la emergente economía capitalista del Atlántico Norte. Capitalismo y degradación ambiental fueron de la mano.” Esto es así porque bajo el capitalismo enfrentamos una contradicción imposible de resolver. Para poder sobrevivir necesitamos al mundo natural con todos sus ecosistemas maravillosamente complejos y que dan vida, pero dentro de un modo capitalista de producción debemos extraer, subyugar y destruir el mundo natural para ganarnos la vida.

Una de las características fundacionales de una economía capitalista es la producción de bienes por valor de cambio en lugar de valor de uso. En otras palabras, estamos produciendo materiales no basados en la necesidad o según qué tan bien funcionan, sino que primariamente para ver cuánto del producto se puede vender en el mercado. Como resultado, bajo el capitalismo estamos impulsados a extraer, producir y acumular muy por sobre los niveles que son necesarios para saciar las condiciones para prosperar, porque es rentable hacerlo.

En el mundo real esto se ve como el mercado global de carne que deforesta grandes franjas de la selva amazónica, porque hemos transformado la agricultura animal en una máquina industrial. Para poder exprimir el máximo valor de una vaca, la agricultura animal, que antes del capitalismo solía verse como una colección de pequeños rancheros y pastores, ahora se ha vuelto mecanizada, consolidada y homogénea.

Esto significa que a medida que granjeros y ganaderos talaron los bordes del hábitat amazónico, estaban reemplazándolo con solo un par de especies de grano de soya para alimento animal, y ganado para carne. Gigantes del envasado de carne como JBS, que saben que más producto vendido significa más ganancias en su bolsillo, impulsan compañías de ganadería industrial como AgroSB para engullir millones de acres de tierra a cualquier costo, para criar tantas vacas y producir tanta carne como sea posible.

Y a menudo el costo es la destrucción del ecosistema, lo que lleva a la pérdida de hábitats y extinción de especies. En breve, para el mundo natural resulta insostenible el ciclo interminable de acumulación que se da bajo el capitalismo, en el que los capitalistas obtienen ganancias y destinan esas ganancias a incluso más trabajo y extracción para generar incluso más ganancias. El resultado de este ciclo de acumulación es caos climático y extinción de especies.

Ahora, una respuesta común a esto es que el capitalismo no podría estar en el corazón de la sexta extinción masiva, porque desde que los humanos han merodeado por la tierra hemos llevado a otros animales a la extinción. Mientras esto es, en efecto, parcialmente correcto, es un poco como comparar peras con manzanas. Es verdad que los humanos primitivos en el Pleistoceno cazaron megafauna como mastodontes y al perezoso terrestre hasta la extinción. Pero es importante notar que estas fueron irregularidades pequeñas en el gráfico de la extinción.

El ritmo y escala de la extinción que estamos enfrentando hoy en día es más grande que las extinciones de megafauna en el Pleistoceno. Además, estas extinciones no fueron necesariamente un caso de erradicación sino de reemplazo. Como el biólogo conservacionista Ian Rappel nota, “En muchos casos…los roles ecológicos de estos grandes animales fueron subsecuentemente tomados por los humanos mismos a medida que empujaban y tiraban en los ecosistemas locales para generar su propio metabolismo social, a través del uso controlado del fuego, la agricultura itinerante y la administración proactiva de los bosques, de la tundra y la savana.” 

Los humanos tempranos, entonces, esencialmente se transformaron en su propia megafauna en sus ecosistemas, convirtiéndose en guardianes esenciales de la tierra. Lo que estamos presenciando hoy día no es eso. Es la erradicación y desplazamiento masivo de hábitats, la extracción masiva del mundo natural impulsada por la necesidad del capitalismo de mercantilizar y producir.

No fue la naturaleza humana lo que impulsó a los rancheros y granjeros de la soya a cortar y quemar la selva amazónica. Fue la caza por ganancias. Las pistolas de los cazadores furtivos que llevaron al rinoceronte blanco a la extinción lo hicieron en la búsqueda de la riqueza que esos cuernos traerían. Y la expansión, extracción y quema de combustibles fósiles, que empuja a millones de especies al borde del abismo, ha sido impulsada por el propósito de llenar las billeteras de aquellos en el poder.

Así que a medida que las plantas y animales mueren no debemos culpar a la naturaleza humana. Eso es ahistórico e ignora el hecho de que hay incontables maneras de vivir con el mundo natural en lugar de vivir en contra de él. Así, para revertir la sexta extinción masiva debemos lidiar con nuestro modo de producción; debemos lidiar con el capitalismo.

Cómo detener la sexta extinción masiva 

Si las historias del halcón peregrino, el águila calva o el lince ibérico pueden ser algo, debieran ser un bálsamo para la fatalidad que estamos enfrentando. Todas estas tres especies confrontaron la certeza de la aniquilación, pero fueron sacadas del borde del abismo. Lo que me da esperanza es que la sexta extinción masiva no está escrita en piedra. Lo que hagamos ahora, mañana o en un año tendrá vastas ramificaciones no solo para nosotros los humanos y nuestros descendientes, sino para millones de especies vivas en este planeta.

Pero para lograr la tarea debemos primero resolver maneras efectivas para evitar el colapso de la biodiversidad que estamos comenzando a presenciar hoy en día. Una de las “soluciones” capitalistas más generalizadas es el concepto de “servicios del ecosistema.” Popularizado por el Millenium Ecosystem Assessment (Evaluación de Ecosistemas Milenio) publicado en 2005 por la ONU, la idea de los servicios del ecosistema es identificar y a menudo cuantificar las maneras en que el mundo natural beneficia a los humanos. O, en otras palabras, calcular los bienes y servicios que la naturaleza provee a los humanos.

La idea detrás de los servicios del ecosistema es que, al definir y poner valor monetario a los intangibles del ecosistemas como el control de enfermedades, el filtrado de agua o la producción de oxígeno, los mercados capitalistas y los tomadores de decisiones serán mucho más propensos a entender y proteger los hábitats biodiversos.

En efecto, esto es exactamente lo que la académica activista Vandana Shiva hizo para bloquear la extracción de piedra caliza en los montes de Mussoorie en India en 1982. Pasó meses investigando el impacto de la piedra caliza en la seguridad del agua y encontró “que las montañas, los acuíferos y la piedra caliza hacían un mejor trabajo simplemente quedándose como estaban que cuando estaba siendo extraída.” Shiva presentó sus conclusiones y, en conjunto con la presión de activistas, bloqueó exitosamente las operaciones de extracción de piedra caliza en los montes de Mussoorie. Aunque exitosa, esta aproximación es en última instancia provisional. Un método de reducción de daños que podría ser efectivo en el más corto plazo pero que es susceptible de ser revertido, porque en última instancia se rinde ante el modo capitalista de mercantilizar la naturaleza. 

Esta aproximación todavía visualiza al hábitat y a los ecosistemas como mercancías al servicio del mercado capitalista, y si por alguna razón las hojas de cálculo revelan que es más rentable extraer que preservar, los capitalistas harán justamente eso. Esto significa que mientras estamos tratando de reducir el daño del capitalismo, también necesitamos visualizar caminos para cortar las raíces podridas de la sexta extinción masiva. Y no, la conservación de la tierra y los hábitats no es suficiente.

En efecto, la mentalidad de la conservación –o el acto de proteger los ecosistemas de la intervención humana– es ahistórica. Los humanos han sido por mucho tiempo parte integral de sus ambientes, usando quemas controladas, agricultura itinerante y esparciendo semillas en la búsqueda de comida. Efectivamente, aquellos que aún mantienen una aproximación de protección de la tierra, acogen hábitats que contienen el 80% de la biodiversidad actual en el mundo.

Así que, mientras necesitamos la conservación en el corto plazo, también necesitamos trabajar hacia un modo anti-capitalista de producción que busque la co-prosperidad tanto del mundo natural como de las economías humanas en el largo plazo. Un modelo para una aproximación de largo plazo viene de los autores Drew Pendergrass y Troy Vetesse, que vislumbran una aproximación de “Socialismo de Media-Tierra” a la sexta extinción masiva.

Para ellos, una economía planificada que se enfoque en tener un impacto mínimo en la tierra, a la vez que aparte y contribuya a la repoblación y protección del 50% de la tierra para que el mundo natural prospere, es el camino óptimo hacia afuera del caos climático y la extinción de especies. O está la imaginación del solarpunk. Ciudades y pueblos donde nuestras tecnologías y estilos de vida están completamente entrelazados con la naturaleza, de manera que no tenemos que destruir un bosque para tener refugio fiable y comida en la mesa.

Estas temáticas tienen dos ingredientes necesarios. Primero, la transformación de una economía desde una de intercambio hacia una de uso (y al hacerlo minimizar nuestro impacto colectivo en el mundo). Segundo, desdibujar la línea entre humanos y naturaleza, de manera que se reconozca el rol que la humanidad siempre ha jugado como parte de, y no separada de nuestros alrededores. Pero para construir un futuro que promueva una relación armónica con el mundo natural necesitamos primero terminar con nuestro sistema de capitalismo global.

Una misión que muchos de los países de la periferia imperial han reconocido y consagrado en las palabras del Acuerdo de los Pueblos en Cochabamba en 2010. Ahí escriben que “La humanidad enfrenta un gran dilema: continuar por el camino del capitalismo, la depredación y la muerte, o elegir un camino de armonía con la naturaleza y respeto por la vida.” Así, para evitar que el destino del dodo y el rinoceronte blanco del norte infecten la vida a lo largo del mundo, necesitamos esforzarnos por un mundo más allá del capitalismo. Un mundo enriquecido no con ganancias empresariales sino con vida. Un mundo que abrace la interconexión de los humanos y la naturaleza. Un mundo por el que valga la pena luchar.