Imagen: Autor desconocido (Fuente)

Jorge Ricardo León Sánchez

Bajaba por calle Los Suspiros, rumbo a mi trabajo, en el polvorín de Renca; nervioso, mirando de reojo para ambos lados, me escabullía como escapando de algo. Tenía miedo. Era una mañana fría, oscura; tenebrosa por los acontecimientos que estaban sucediendo ese 12 de septiembre. Debía cruzar el viejo Puente de Palo, pasar por la plaza para llegar luego al cerro. Con recelo, al sentir disparos, analicé el lugar buscando un escape para salir pronto de ahí. Lo primero era llegar a mi trabajo y contar los hechos que estaban aconteciendo.

Logré calmarme, mientras mi mente trabajaba afanosamente en recordar los detalles de los sucesos ocurridos durante la noche. Había dormido muy poco, a sobresaltos, en momentos que el silencio era interrumpido por gritos y disparos. —¡Balaceras, en mi barrio! — La curiosidad hizo que me levantara a mirar por la ventana. Poco a poco los ruidos se hacían más intensos. Voces, gritos de mujeres me llegaban, mientras entre las sombras aparecían soldados, completamente equipados, llevando en forma imperiosa algunas personas por el camino. Hombres, jóvenes empujados con el fusil de manera brutal, casi todos a medio vestir, sacados de sus hogares en forma apresurada. Era una visión fantasmal, llena de miseria y terror; hombres golpeados sin misericordia al ser obligados a caminar casi a la rastra, seguidos de cerca por su familia que sollozando pedían a gritos clemencia por ellos.

Luego de haberlos perdido de vista, me había apresurado en vestirme, deseaba ver si en el grupo iba algún conocido para tratar de ayudarlo. Luego en el trabajo hablaría con amigos militares, ellos me podrían averiguar donde se los llevaban.

Había pasado bastante tiempo desde que los perdí de vista; estaba llegando al puente, ahí los vi. Me detuve al sentir un disparo. Luego gritos y órdenes, alguien se había escapado.

Mientras me acercaba, sentí un golpe en mi espalda. Me retorcía de dolor cuando otro golpe, un culatazo, me derribó. Un maldito soldado se burlaba. Sonriendo el desgraciado, me dijo: —¿Tú eres el estúpido que se arrancó? Vamos, mi teniente te hará unas preguntitas. Mi primer acto era tratar de que me creyera y me soltara, que no tenía nada que ver con los preso. Pero cambié de parecer; me agaché rápidamente, tomé una gran piedra y le di en la cabeza. Nadie se dio cuenta. Bajé por el puente y traté de cruzar el río; mientras lo pensaba sentí un gran dolor en mi cintura, luego el seco estampido. La bala me atravesó tirándome a las aguas; nadé hacia unas rocas. Tenía que escapar inmediatamente, me buscarían.

Iba a hacerlo cuando sentí los disparos, ráfagas, alaridos; los malditos les estaban disparando a sus prisioneros. Los dejaban huir, luego le disparaban por las espaldas, era un asesinato. Impotente, casi llorando, me lancé a las aguas, trataría de llegar a ellos para darles ayuda.

—Espera, ya nada se puede hacer—, sentí una suave advertencia detrás de mí. —Escucha, yo soy el que escapó. Huí de ellos, íbamos a ser asesinados. ¡Mira, los están rematando, estos malditos! Ahora ya nos conocen, en cualquier momento podrían atraparnos. Vamos, tengo un lugar donde llegar. Avisa a tu gente, despídete. La lucha seguirá por mucho tiempo… algún día espero que la terminemos, debemos pelear por la honra de nuestro presidente.