Por Juana Elizabeth Vigueras Fernández

A la abuela que ya partió…

Ese año para la abuela, la primavera llegó en noviembre y trajo consigo al primer presidente socialista elegido por ella y por el pueblo de Chile, ratificado por el congreso, Salvador Allende Gossens. Me emocionaba escuchar su relato, mientras iba desentrañando recuerdos con pasión y nostalgia de un baúl de madera, forrado en una tela celeste cada vez más desteñida, con unas correas de cuero que seguramente le daban la certeza de mantener a salvo una parte de su vida. 

El ritual comenzaba sacando un libro de la editorial Quimantú y procedía a contar su significado: El sol del saber, “progresa el que sabe” rezaba su propaganda… «y Mija, el pueblo empezó a leer para educarse y buscar una nueva patria». Luego, venía una hoja añeja con un par de versos que algún compañero le dejó en sus manos presuroso en medio de una marcha, ella aún se ruborizaba. 

Le seguían unos recortes de diarios de la época en los que destacaba El Siglo, fechado un 14 de enero de 1971, el poster de una obra de teatro «Los que van quedando en el camino»; suspiraba a ratos y su mirada quedaba extraviada buscando en su mente rostros perdidos, no me lo decía, pero yo la conocía y sin duda, estaba en eso. De pronto, dice que el abuelo no la acompañó a la obra, prefirió irse con los amigotes al Quitapenas, el ajedrez y el dominó eran sus rivales, sin contar, el interminable vaso de un buen tinto puesto en la mesa.

Y como siempre, lo mejor se dejaba para el final… sacaba un retrato envuelto en un pañuelo que desnudaba con cuidado, de donde emergía la figura del Presidente. Sigilosamente, pasaba un paño por la madera y el vidrio, mientras decía con voz firme pero cariñosa «Este sí que fue un buen presidente Mija, que no le vayan con cuentos, la historia me dará la razón. Mire que bien le quedaban sus bigotes, mire lo caballero que se ve, tenía un discurso, una pachorra, tan inteligente… no era cualquiera, tenía su profesión. Pucha que lo quería su pueblo, si hubiera visto como lo aplaudían. Preocupado por su gente, por su salud, por su formación. Mija, a usted le llegaba su uniforme enterito hasta los zapatos, sus útiles, la leche no le faltaba».

Y otra vez volvía a emocionarse, porque para ella y muchos, él era la esperanza de un Chile más justo.

Continuaba narrando que, de las 40 medidas del programa de Allende, sus favoritas eran «El niño nace para ser feliz» y “El Arriendo a precio fijo”, ¡Pucha que era buena! porque no le podían cobrar más del diez por ciento de la platita que ganaba el Manuel, mi abuelo.

Seguía y seguía enumerando tantas otras que no fueron finalmente comprendidas, porque decía que le molestaba a los bolsillos de los de más arriba, con esa manía de infundir terror siguieron hasta destrozarlo todo y le llevaron a su muerte, un día del noveno mes, que duele recordar. «Dígame Mija, por favor, que no es pecado guardar en este pequeño baúl un trozo de la historia…», mientras lloraba de manera pausada, como homenajeando la memoria con cada lágrima a quienes estuvieron dibujando el Chile que soñaban para ella, para mí, para ti…para todos.