Por Valeria Regina Arancibia Jerias

Yo era chica, en 1970, tenĂ­a diez años, pero mi corazĂłn palpitaba cada vez que en mi casa se realizaban reuniones del NĂșcleo “Tania” de las Juventudes Socialistas.

Se reunían alrededor de la mesa familiar y de pie cantaban la Marsellesa Socialista, Himno del Partido Socialista de Chile. Yo, escondida, muy cerca, también cantaba: -¥Contra el presente vergonzante, el Socialismo surge ya!-, todavía recuerdo esa frase. Mi padre militaba en el Partido Socialista y trabajaba en los Ferrocarriles del Estado como maquinista. Fue también dirigente de la Federación Santiago Watts, organismo sindical. Mi hermano Juan y mi hermana Susana, militaban en las Juventudes Socialistas. Recuerdo que todo en mi casa estaba relacionado con la campaña de Salvador Allende, tenía muy claro que yo era Allendista y atea, tan chica y tan clara. Mi casa siempre estaba llena de propaganda, había afiches de candidatos, muchos afiches apilados bajo la escalera que daba al segundo piso.

También había camisas verde oliva, boinas e insignias que eran para las marchas y concentraciones multitudinarias para respaldar al Chicho. Tengo memoria de que un vecino pegó muchos afiches en nuestra cuadra, propaganda contraria a nuestras ideas como familia. Con mi hermana y hermanos menores, corríamos y desde la esquina y de un manotazo sacåbamos esos carteles, hasta que nos retaron. Recuerdo que fue muy divertido. Tengo memoria si, de muchas cosas que pasaron en la UP, en mi escuela, una compañera de curso, compañera de banco, me decía que a los niños y niñas se los iban a llevar a Cuba, esto fue en octavo båsico Escuela N° 31 del Cerro Los Placeres, yo le decía, que eso era mentira, que no era cierto.

Tengo memoria de haber cantado con orgullo la canciĂłn nacional de Chile en la escuela donde estudiaba, todos los lunes a “grito pelaÂŽo”, como se dice, hasta el momento del Golpe de Estado CĂ­vico Militar, de ahĂ­ no la cantĂ© mĂĄs, la despreciĂ©, sobre todo esa estrofa que agregaron los genocidas. No me olvido de las inmensas “colas” que habĂ­a que hacer para comprar alimentos para la casa, pero lo hacĂ­a feliz con mis hermanos y hermanas, porque de ese modo apoyĂĄbamos a nuestro presidente. Estando en las “colas” se escuchaba en la radio mĂșsica pegajosa a alto volumen, canciones en contra de nuestro presidente, me daba mucha impotencia no poder defenderlo. Mi madre criaba gallinas y pollos, vendĂ­amos huevos frescos pero sufrĂ­an de hambre, muriendo de a poco porque no habĂ­a alimentos para ellos.

Yo sabía que existía el mercado negro, lo que significaba que un producto que valía muy poco lo vendían mucho mås caro, también sabía que las empresas escondían la mercadería para provocar inestabilidad en el país.

Volviendo a los pollos, me sorprendĂ­a mucho verlos como se picoteaban la cola y empezaban a comerse entre ellos. Una vez tomĂ© un pollito que ya tenĂ­a medio cuerpo y tratĂ© de salvarlo, muriĂł el pobre. La alegrĂ­a llegaba a mi casa cuando mi hermano mayor se juntaba con otros amigos y cantaban mĂșsica latinoamericana. El grupo se llamaba Amauta, lo conformaban vecinos y amigos. Guitarras, bombos y quenas recorrĂ­an mis oĂ­dos y desde ese momento y, para siempre, me enamorĂ© de esa mĂșsica. En mi casa nunca faltĂł el alimento, incluso mejorĂł notablemente el menĂș, se comĂ­a mĂĄs veces pollo, la leche no faltaba, porque en la escuela nos daban un jarro de aluminio con leche y un galletĂłn.

Mi padre sindicalista, hacĂ­a reuniones en mi casa, muchos hombres rodeaban la gran mesa, muchos fumaban y se respiraba un aire de amistad y buena convivencia. Tengo muy lindos recuerdos, un padre feliz, una madre feliz, hasta que llegĂł el infortunio a mi hogar, el fatĂ­dico dĂ­a 11 de septiembre de 1973.