Por Walter William Reed Coleman

“¡El pueblo unido, jamás será vencido!” El viento susurró, y como un eco respondió:
—Todos los niños son iguales.
—No es así — respondió la injusticia social imperante.
—¡Veremos! —orgulló el viento.
Los niños—mudos y obedientes—esperan a sus padres en sus casas, casitas y casuchas. Las elecciones vienen luego: 4 de septiembre de 1970.
“¡El pueblo unido, jamás será vencido!”
—Todos los niños son iguales — gritó el viento.
—No es así — amenazó la injusticia social ahora, opositora.
—Veremos — con profundas dudas, sostuvo el viento

Hombres, mujeres y niños, antes anónimos y entonces protagonistas, luchan contra la injusticia imperante. Cambian valores, sabores, luces y sombras. Cansados del duro trabajo. Con voces con carrasperas, proclaman:
“¡El pueblo unido jamás será vencido!”
—Todos los niños son iguales — insistía el viento.
—No es así — tozudamente rebrotó la voz de la injusticia social.
—Veremos — dijo el viento en un sollozo.

Hombres, mujeres y niños. En sus casitas y casuchas lloraban. Era el 11 de septiembre de 1973. Muchas casas encendían las luces de vítores de triunfo.
—Todos los niños son iguales — lloró el viento.
—No es así — aseguró la injusticia social.
—Veremos — dijo el viento. Y se escuchó al eco que resonaba: “Mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas”.
“¡El pueblo unido jamás será vencido”!

El viento hace desaparecer: día a día, batalla a batalla, a esa injusticia social. Llegará el momento en que se gane esa guerra. La injusticia social habrá desaparecido y la única voz que se oirá, será la de la “Unidad Popular”, gritando con más fuerza:

“¡El pueblo unido jamás será vencido”!