Imagen extraída de El Quinto Poder, a su vez desde Flickr

Por María Elena Valenzuela Romero

El día 11 de septiembre a las ocho am, sentimos unos disparos, mi marido se levantó y observó por la ventana, me llamó rápidamente a mirar que en los techos andaban infantes de marina con metralletas y rostros pintados. Prendimos la radio y solo había marchas militares. Un escalofrío de mal presentimiento nos recorrió el cuerpo. Mi marido se vistió de prisa, no quiso tomar desayuno y me dijo que debía ir al Banco de calle Prat. Lo que hacía bajando de prisa por calle Urriola. Pero al llegar vio infantes de marina apostados en las puertas y un amigo del banco le informó que no fuera a trabajar, que había golpe de estado y estaban apresando a todos los de izquierda, se despidió y se devolvió a la casa. 

Un terror invadió las calles y los hogares del pueblo de Chile, algo nunca visto por nuestra generación nos apretó el corazón, mientras escuchábamos por la radio los bandos militares, y la voz de salvador Allende por radio Magallanes que informaba lo acontecido y que él no se iba a rendir, las lágrimas invadieron nuestros ojos. 

Fue el día más negro para los chilenos, la clase obrera, los estudiantes. La esperanza cayó acribillada por la bota ensangrentada del fascismo. Valparaíso, era un campo de disparos y muertos. Mi compañero, no volvió a trabajar, la derecha hizo una lista de nombres de sus propios compañeros de trabajo y la DINA comenzó a visitar los hogares para llevarse detenido a todo el que aparecía en esa lista, supuestamente gente de izquierda. Allende fue asesinado en el palacio de la Moneda y el caos patrullaba las calles con sus metralletas. 

Mi casa fue allanada varias veces por carabineros y luego por la DINA (Patria y Libertad), les llamaba la atención que era tan grande. El día 8 de octubre de 1973, a media noche vinieron a buscar a mi esposo, eran alrededor de nueve infantes de marina con sus rostros pintados y sus metralletas que asustaron a los niños que dormían, prendiendo las luces de las habitaciones. Al salir, el último de los infantes me dijo en un murmullo que lo llevaban a la academia de guerra del Silva Palma.  

Desde el día siguiente empecé a recibir llamadas que me insultaban y me amenazaban de no salir de la casa, y que debía cooperar con ellos, preguntando imperiosamente, dónde mi esposo tenía las herramientas, yo no tenía idea de lo que preguntaban y me advertían enojados que volverían a llamar. Hasta que un día me anunciaron que el partido (¿?) había decidido eliminarme por no cooperar con ellos. Yo estaba tan asustada que cada vez que sonaba el teléfono, temblaba de pies a cabeza de terror. Por ese tiempo a mi compañero lo estaban torturando en la Academia de Guerra. Varios detenidos que pasaron por la Cruz Roja y que venían del barco, el Lebu, al ver la foto de mi esposo, me decían que estaba muy mal, que lo habían torturado mucho. 

Desde la ventana veía cómo pasaban las horas y los días sin saber de mi compañero. Me dijeron que estaba en ese barco de nombre El Lebu en la bodega dos. Luego recibí una nota para mí, enviada a la Cruz Roja por mi marido. La enfermera jefe a cargo, doña Joaquina, nos trataba muy mal, a todas las mujeres que íbamos a saber de nuestros parientes detenidos y desaparecidos. Esta señora era muy cruel nos quitaba las cartas o notas y no nos permitía conservarlas. 

Pasó el campo de concentración, el consejo de guerra, la cárcel y más tarde el exilio.