Pseudónimo: Bernardino Taborga

Una vez que la leche caliente era servida a cada uno de los hermanos, la suave capa de nata se formaba en la superficie del tazón de plástico y, de pronto, la sonrisa se reflejaba en los bigotes blancos que la espuma hacía aparecer sobre los labios, cada cual con una expresión diferente en la cara haciendo morisquetas, el medio litro de leche venía como aporte alimenticio para cada uno y esas alegrías eran esperanzas de crecer fuertes, saludables y con muchas ganas de estudiar.

 

El papá había dicho que era una de las 40 primeras medidas del gobierno popular y que por fin se preocupaban de las necesidades del trabajador, la pobladora y las familias proletarias. En cada vaso de leche aprendimos el valor de compartir el sentido humano de la alimentación, sentimientos del seno materno llamado patria.

 

Un día, sobre la mesa del comedor nos sorprendió una caja grande, al destaparla, surgió un aparato moderno, un televisor, llevaba el escudo nacional y un nombre de nuestra tierra “Antú”, el sol resplandeciente del wallmapu, representaba los adelantos tecnológicos que estaban a disposición de todos, desde dentro de esa pantalla de vidrio un pequeño payasito enseñaba a cuidar la dentadura, peinarse e infinidades de cosas, mientras melodías de un piano ponían sonidos que ensoñaban y un perrito con lentes moviéndose como chinchinero, animaba las transmisiones, se abría así una ventana virtual y las imágenes en movimiento aunque en blanco y negro hablaban de un país que avanzaba hacia un nuevo destino.

 

Las frías y deslavadas paredes de las calles se llenaron de murales con abanicos de colores que expresaban el amor a la naturaleza, flores, aves, árboles, caras con ojos muy abiertos que parecían avanzar alegres llenando de creatividad y arte los espacios callejeros, la música y las canciones hablaban del obrero, de su trabajo, de la dueña de casa, iban poniendo notas poéticas nacidas en el corazón de gente sencilla. Bellos afiches en consultorios, bibliotecas, escuelas anunciaban que el cobre era de todos nosotros, que había que darle duro a la construcción, que la felicidad comienza en los niños y que nos poníamos pantalones largos, a trabajar por Chile invitaban los trabajos voluntarios multiplicados por doquier, había que poner el hombro para salir adelante.

 

Ahora reordeno mi pequeña biblioteca. la literatura universal llegó a nuestras manos en minilibros y el pensamiento se abrió como pétalos de una flor que, siendo una semilla entregada a la conciencia digna, en suelo fecundo brota con fuerza y que no ha sido segada; y entre esos amarillentos libros releo la propuesta del gobierno de la Unidad Popular, el tiempo ha dado la razón a aquellas proféticas esperanzas para cambiar. Así pude soñar y escribir este texto, la inspiración, las palabras vinieron del último discurso que escuché, “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Luego la sombra gris enmudeció las calles, los anhelos de justicia aún están como heridas punzantes en el corazón doliente de tantos.

 

Miro la lluvia por la ventana y el sonido de las gotas me habla que falta mucho para primavera, ya brotarán las semillas de quienes un día abrieron surcos con el sudor de la frente y con la fuerza de sus arrugadas manos. En el reflejo de la ventana veo mi pelo cano y mis bigotes blancos, en ese momento una sonrisa de nostalgia y una lágrima se escapan añorando la imagen de niño tomando ese vaso de leche y en un susurro del más allá resuena la voz de mi padre diciendo – ¡se parecen a los bigotes del “Chicho”! y yo muy bajito empiezo a tararear: “…de pie, cantar que vamos a triunfar…”