De Overdevelopment, Overpopulation, Overshoot (Population Media Center)

En esta serie de tres artículos, el equipo de La Cacerola ofrece una transcripción y traducción del ensayo en video del canal Our Changing Climate. Con mínimas modificaciones, el artículo tiene tres partes correspondientes al mismo reportaje: 1. Historia (este artículo), 2. Derechismo y progresismo y 3. La realidad de la sobrepoblación. En él, se repasan los malentendidos y distorsiones en torno a la idea de la sobrepoblación, pero también revisando las salidas más oscuras y peligrosas que ha tenido. Consideración obligatoria para cualquier persona preocupada de la ecología, la seguridad, el futuro de nuestras sociedades y de la vida en la Tierra.

1. Introducción

La población mundial es ahora de 8.000 millones de personas. Lo que supone un precipitado ascenso desde 1950. En sólo esos 70 años, pasamos de 2.000 millones de personas a 8.000 millones. El gráfico que lo ilustra es aterrador. ¿Cómo puede la Tierra sostener semejante población? Sobre todo dado que se extraen recursos a un ritmo insostenible. Si seguimos creciendo a este ritmo aparentemente peligroso, ¿Podrían las consecuencias llegar a ser el fin del mundo? Muchas voces, tanto de la izquierda como de la derecha, parecen pensar que sí. Pero cuando miramos bajo la superficie, cuando nos sumergimos en los datos, la investigación cuenta una historia diferente. 

La sobrepoblación es un mito que, cuando lo esgrime la derecha, es una excusa perfecta para controlar los cuerpos, reforzar las fronteras e incitar a la violencia racial. Y cuando lo ofrecen los ecologistas, pasa completamente por alto las causas más profundas del cambio climático.

Hoy nos sumergimos en el espectro de la sobrepoblación. Sus raíces, los instigadores del miedo que lo esgrimen con fines violentos, y el daño que un enfoque en la población puede tener tanto en el clima como en la sociedad.

2. Una breve historia de la idea de sobrepoblación

En 1798, el economista y clérigo de la Iglesia de Inglaterra Thomas Malthus estaba asustado. Veía el rápido crecimiento de la población a su alrededor y temía que no hubiera alimentos ni producción suficientes para soportar tal aumento. Así que escribió un libro: Un Ensayo sobre el Principio de la Población (An Essay on the Principle of Population, 1798) que sostenía que la población humana crecía a un ritmo muy superior al de la producción de alimentos, lo que conduciría inevitablemente al colapso de la sociedad.

La solución a esta catástrofe, argumentaba Malthus, era obligar a los pobres a tener menos hijos y dejarlos morir más. En resumen, Malthus quería acabar con cualquier tipo de asistencia social, como las «Poor Laws» de Inglaterra, porque creía que los pobres tenían una «falta de moderación moral», lo que estaba llevando a tasas de natalidad fuera de control. Malthus llegó incluso a sostener que las ciudades debían «cortejar el regreso de la peste» entre los pobres haciendo «las calles más estrechas, hacinando a más gente en las casas… [y] fomentando los asentamientos en todas las situaciones pantanosas e insalubres». Él, por supuesto, estaba equivocado. Los pobres no sólo no estaban forzando el sistema alimentario, sino que la población mundial se disparó a lo largo de los siglos XIX y XX y su producción de recursos mantuvo el ritmo. Nos las arreglamos para evitar el colapso.

Pero Malthus había plantado una semilla. Una semilla que asomó su cabeza a lo largo de los dos siglos siguientes. Acompañó a Theodore Roosevelt y Gifford Pinchot cuando expulsaron violentamente a las poblaciones indígenas de sus tierras en nombre de la conservación. Se entrelazó con los programas eugenésicos de los regímenes fascistas de los nazis y Mussolini, y volvió a cobrar protagonismo en 1968, cuando el biólogo Paul Ehrlich publicó su libro La bomba demográfica (The Population Bomb).

En él, Ehrlich se hace eco de muchos de los mismos argumentos de Malthus, pero esta vez actualizados para un mundo moderno. Se inspiró en el trabajo de un movimiento creciente de escritores neomalthusianos como Fairfield Osborn y William Vogt para argumentar que la catástrofe de la sobrepoblación es inminente. El libro comienza con el relato de su viaje en auto por las calles de Dehli. Empapado de condescendencia hacia los pobres, Ehrlich escribe que las calles sucias, abarrotadas e inhabitables de Dehli son un signo de lo que está por venir en un mundo con demasiada gente. Las ideas de Ehrlich calaron. El libro vendió más de dos millones de ejemplares e incitó al movimiento ecologista a la acción. Muchos de los que acudieron al primer Día de la Tierra en 1970 estaban allí para concientizar sobre la sobrepoblación. 

Ehrlich acudió a numerosos programas de entrevistas para explicar la importancia del control de la población: «Si queremos evitar un tremendo aumento de la tasa de mortalidad, es absolutamente necesario que se produzca un tremendo descenso de la tasa de natalidad». 

Pero Ehrlich no fue el único que en la década de 1970 revivió y popularizó las ideas sobre el fantasma de la sobrepoblación. También le acompañó Garret Hardin, un ecologista estadounidense que entrelazó la crisis de la sobrepoblación con soluciones racistas, enfocadas en la propiedad privada y el nacionalismo.

Hardin escribió dos ensayos sobre ecología y población que hoy se citan con frecuencia: La tragedia de los comunes (The Tragedy of the Commons, 1968) y Ética de bote salvavidas (Lifeboat Ethics, 1974). Mientras que La tragedia de los comunes sostenía que la propiedad privada de la tierra es el antídoto contra la degradación ambiental y la sobrepoblación, la Ética de bote salvavidas se basa en ese argumento al afirmar que, en un mundo sobrepoblado, el bote salvavidas de las naciones ricas debe protegerse a sí mismo y a sus recursos de las naciones más pobres que intentan subir a bordo.

En resumen, Hardin dice que hay que construir fortalezas alrededor de las naciones ricas para preservar los recursos y protegerlos de las masas de la periferia imperial que se están sobre-reproduciendo. Como veremos en la tercera parte, tanto las teorías de Ehrlich como las de Hardin sobre la población estaban equivocadas. Pero con Hardin y Ehrlich podemos ver las ramas del pensamiento malthusiano trasladadas a lo largo del espectro político.

Mientras que Ehrlich, auto-denominado ecologista, veía en la reducción de la población un medio para mitigar la destrucción del medio ambiente, Hardin veía el control de la población a través del prisma de la pureza racial y los derechos de propiedad. Estas dos corrientes se han consolidado en el discurso actual sobre la población e impregnan una cantidad impactante de conversaciones sobre medio ambiente y política, tanto en la derecha como en la izquierda.