Imagen: Hitler y asociados marchando en Munich (Fuente)

El tema del fascismo sigue vigente, tanto por su relevancia en nuestra historia como por la continua presencia de fascistas en el mundo. Traemos esta serie basada en el Routledge Companion to Fascism and the Far Right, editado por Peter Davis y Derek Lynch, para contribuir a la tarea de (auto)educación sobre el fascismo. Qué es, de dónde viene, cómo identificarlo y cómo enfrentarlo. En esta primera contribución hablamos sobre orígen y raíces del fascismo en su periodo de formación terminando el siglo 19, empezando el 20.

Por Victor Serge

Mussolini emergió como líder en Italia en 1922 y Hitler se volvió dictador en Alemania en 1933. A lo largo de este proceso, se desarrolló todo un espectro de movimientos fascistas y nacional-socialistas en Europa, América y otros rincones.

¿De dónde salió el fascismo? ¿Cuándo emerge? ¿En el siglo 20 o antes, durante el 19?

Naturalmente, han aparecido visiones muy distintas y hartos desacuerdos, un montón de polémica sobre el tema. Todos los actores ideológicamente relevantes en el asunto desarrollaron su propia concepción general del fascismo. Una de las visiones más polémicas ha sido la visión marxista del problema, que a menudo argumenta que el fascismo es un producto del capitalismo, si es que no derechamente un agente del sistema capitalista en general y de grupos financieros en particular. Otros rastrean el fascismo hacia orígenes más antiguos, como el pensamiento de Platón.

Lynch y Davis proponen explorar las raíces del fascismo en dos planos relacionados entre sí: el nivel de la ideología y el nivel de la política y elecciones. Sus orígenes inmediatos estarían en los últimos tiempos del siglo 19 y los comienzos del 20, lo que llaman la “age of revolt (la ‘era de la sublevación/rebelión/revuelta’). Es en este tiempo en que, comentan Davis y Lynch, mucha gente compartía el siguiente, fuerte diagnóstico: la sociedad estaba en decadencia y había una imperiosa, urgente necesidad por encontrar “renacimiento y resurrección”.

Ideas e ideología

El fascismo es un fenómeno difícil de analizar. Para hacer este punto, Lynch y Davis citan a Paul Hayes en su libro Fascism:

“La base intelectual del fascismo es una extraña mixtura de teorías, desde las radicales a las reaccionarias [conservadoras] y abarcando ideas sobre raza, religión, economía, bienestar social y moralidad que son por decir lo menos disonantes… La teoría fascista no es un conjunto muy unido de ideas, interdependientes e interrelacionadas. Es, de hecho, más bien desordenada e incipiente (inchoate). Está compuesta de un gran número de ideas diversas, traídas de distintas culturas.” (p. 89).

El fascismo italiano y el nazismo en Alemania, en particular, tuvieron varias influencias y precursores ideológicos. Hay que distinguir eso sí de las conexiones azarosas, y considerar la habilidad del fascismo para, en palabras de Lynch y Davis, “identificar, co-optar y luego pervertir ideas y conceptos para su propio uso y para propósitos de credibilidad.”

Según algunos historiadores, en la previa de todo este mambo (el periodo del “pre-fascismo”) ya se podían ver los “años de incubación” del mismo, como lo hubiera puesto el historiador Zeev Sternhell. Hablamos del ciclo 1880-1990. Según Sternhell, en este tiempo no era tanto un movimiento de ideas o una coalición de fuerzas sino más bien un “ánimo”, un conjunto de actitudes que, en conjunto anticiparon la emergencia del fascismo.

El “pre-fascismo”, el fascismo en “forma embriónica”, era un fenómeno que cruzaba distintas naciones. Italia, Alemania, Francia, con una fuerte iniciativa de esta última (país clave en el desarrollo del fascismo, según Sternhell). Una serie de intelectuales y figuras francesas contribuyeron notoriamente al fermento ideológico del que se alimentó el pre-fascismo (mencionando Lynch y Davis a Sorel, Le Bon, Gobineau, Barrès y Bergson), lo que probablemente contribuyó al asunto en el país franco durante el periodo, más o menos, de 1880-1910.

Quizás un factor clave en el desarrollo de esta ideología en Francia fue la guerra de 1870-1871, que terminó en muy malas condiciones para los franceses. Que Alemania se anexara la mayoría de Alsacia y apartes de Lorena dejó, en especial a los nacionalistas franceses, con una profunda sensación de humillación. Algunos historiadores ya llaman “proto-fascismo” a toda la ola de movilizaciones fortalecidas por estas circunstancias de conflicto, porque mucho tenía que ver con una sensación xenofóbica anti-germana y una emergente agenda “nacional-socialista” revolucionaria.

“Pre-fascismo”

Según Lynch y Davis, básicamente, todo el asunto del “pre-fascismo” remite a “una ecléctica mezcla de darwinismo social, elitismofuturismoirracionalismo” (lo que explicamos a continuación), pero donde, si una actitud resalta, sería una clase de “revuelta” (revolt) contra el ideal de racionalidad de la Ilustración y los valores de la Revolución Francesa. Si el pre-fascismo estaba apuntado contra algo, dicen los autores, era contra el igualitarismo y el individualismo. Había, así, un fuerte énfasis en la “superioridad”, en la “desigualdad”, y tanto en el colectivismo como en la “unidad colectiva última”, la nación. Estaba imbuido, también, de un “olor casi romántico de rimbombancia y esperanza de fin de siglo”, asociado a la emergencia del término “Generación de 1890”, los intelectuales que estaban al frente de esta “revuelta” cultural. Son mencionados Nietzsche, Sorel, Bergson, Spencer y Gobineau.

Dijimos que el prefascismo es una mezcla de varias cosas (darwinismo social, elitismo, futurismo e irracionalismo). Vamos por parte.

Darwinismo social

La fuerza impulsora detrás del fascismo en lo ideológico, escriben nuestros autores, era el darwinismo social. El darwinismo social tiene distintas versiones, pero estudios han argumentado que hay ciertos supuestos compartidos. Describimos estos supuestos siguiendo la breve presentación de Alain Drouard sobre el tema para la segunda edición de la International Encyclopedia of the Social & Behavioral Sciences (2° edición, 2015), que a su vez se basa en el trabajo de Mike Hawkins sobre darwinismo social en el pensamiento gringo y europeo entre 1860 y 1945:

  • Según los darwinistas sociales, las leyes naturales aplican para todos los organismos vivos; por lo mismo, también aplican a las personas viviendo dentro de una sociedad. Estas leyes son: 1) la supervivencia del más fuerte, 2) la lucha por la vida, 3) las leyes de la herencia biológica.

  • Según ellos, el crecimiento poblacional pone presión sobre la disponibilidad de recursos, lo que lleva a una lucha por la existencia de los organismos.

  • Según esta postura, los rasgos físicos o mentales que dan ventaja en la lucha por vivir se puede difundir en la población a través de transmisión hereditaria (en nuestro caso lo que te heredan, biológicamente, tus progenitores).

  • Finalmente, sostienen que los efectos acumulados de la herencia y la selección a lo largo del tiempo explicarían la emergencia y eliminación de especies.

Típicamente los darwinistas sociales estarían muy preocupados de los efectos negativos que la mayor abundancia y tranquilidad de la vida civilizada conllevaría, de la degradación biológica, adaptativa de nuestra especie. En algunas versiones, esta forma de pensar tomaría como nivel pertinente el de la nación y la raza, y sería la competencia entre grupos humanos así definidos lo que depara al destino de las personas. Muchos de estos personajes creerían que la desigualdad social es reflejo directo de la desigualdad biológica hereditaria. A menudo creerían, así, también, que la desigualdad es algo natural: la posición de cada uno es resultado de las cualidades individuales de cada uno, cualidades que vendrían fuertemente determinadas desde antes del nacimiento.

A veces se mezcló con el racismo. También con la eugenesia, la preocupación y tendencia a hacer política para mejorar la condición genética de la especie (algo que quizás no es de suyo malo, pero en manos de ciertas ideologías elitistas, supremacistas, racistas, etc., puede ser muy nefasto).

El darwinismo social alcanzaría ribetes preocupantes en términos ideológicos, morales. Clémence Royer, que llevó el trabajo de Darwin a Francia, escribía en un prefacio a El origen de las especies (un libro nada que ver con esto) una concepción muy cruel donde consideraba que la sociedad no debería seguir dando protección especial a quienes él considera seres de alguna manera condenados a perpetuar su sufrimiento indefinidamente, sobreviviendo y reproduciéndose, multiplicando la decadencia y el mal. Decía (citado por Drouard):

«Así hemos llegado a sacrificar lo que es muy fuerte por lo que es débil, lo bueno por lo malo, la mente y cuerpo bien dotados por lo enclenque y vicioso. ¿Cuál es el resultado de esta poco inteligente protección dada exclusivamente a los débiles, a los enfermos, a los incurables, los malos, y finalmente a todos los seres desgraciados en la naturaleza?»

Si bien no es lo mismo y depende de un ánimo más violento y cuático todavía, estas ideas, en manos de los nazis, escalarían a políticas de esterilización forzada y de exterminio de grupos desaventajados de la población, como personas con discapacidades, problemas mentales o enfermedades congénitas, incluyendo entre sus víctimas incluso a niños.

Elitismo

El darwinismo social combinó bien con el elitismo y el movimiento “futurista”. Se ha considerado a Vilfredo Pareto como el teórico principal del elitismo, habiendo sostenido una visión piramidal de la sociedad donde los talentosos se hacen de un puesto en las cimas de la pirámide y la gente “ordinaria” se queda abajo. Se hacía un análisis de la sociedad como un organismo. Argumentaba que la selección natural aplicaría tanto en el contexto del conflicto basado en las clases sociales, pero también en los conflictos entre elites y aristocracias. Otros intelectuales compartían muchos de los supuestos de Pareto. Lynch y Davis mencionan a Mosca y Michels destacando entre ellos. Comentan, respecto al impacto en el fascismo:

“El elitismo ayudó a los fascistas tempranos a justificar su aversión por las instituciones de la democracia liberal, especialmente el parlamento, y también dio al fascismo una muy necesitada dosis de respetabilidad intelectual. Era extremadamente conveniente para los líderes fascistas poder racionalizar su creencia en el Führerprinzip, la división de la sociedad entre “líder”, “élite”, y “masas”, mediante teorías de reconocidos pensadores sociológicos.”

Futurismo

El futurismo también fue una influencia importante en el fascismo temprano. Primero fue un movimiento artístico, pero rápidamente desarrolló su propia agenda política. Comentan Lynch y Davis que Marinetti, una figura importante en el movimiento futurista, hablaba de la guerra y el culto a Italia “como fuerzas motrices de una nueva era.” Se enemistó con lo que llamaba “pasadismo” (una casi obsesión con el pasado), considerándolo como una enfermedad de la que Italia estaba muriendo.

Lynch y Davis agregan que cuando Mussolini estaba haciendo planes para su movimiento después de la Primera Guerra Mundial, los futuristas estaban promocionando su programa. El Partido Político Futurista (formado en 1918) resaltaba “el valor de la juventud y la guerra, y abogó por renacimiento y un nuevo sentido de patriotismo.” En palabras del profesor de historia Roger Griffin, citadas por Lynch y Davis, los futuristas exhibirían:

“(…) La preocupación con la fuerza de la nación, [con un] destino especial, y la necesidad de autonomía, el énfasis en la necesidad de que los italianos se vuelvan una raza rejuvenecida y físicamente saludable, la fusión de elitismo con una preocupación por la gente (populismo), el llamado a que el nacionalismo se vuelva una “religión política”, abrazar la tecnología y el impulso radical hacia un futuro (nebulosamente definido).”

El futurismo evolucionó en paralelo al fascismo, y compartían muchas preocupaciones.  Se considera a menudo que alimentó a esta ideología.

Irracionalismo o anti-racionalismo

El último ingrediente que contemplan Lynch y Davis para el “cocktail” fascista son el “irracionalismo” o el “anti-racionalismo”. Lo asocian a Friedrich Nietzsche en particular (aunque diría que hay matices a considerar al escrutar a Nietzsche y no todos lo considerarían simplemente un “irracionalista”), quien, aunque probablemente no hubiera compartido las políticas de persecución y exterminio de Hitler y Mussolini con esa facilidad que tuvieron los fascistas, de todos modos también compartía cierta forma de elitismo, belicismo (reivindicación de la guerra), un desprecio por el movimiento de los trabajadores y cierta reivindicación, al menos en su juventud, de la servidumbre en función de la realización de una elite superior.

Lynch y Davis resaltan el énfasis nietzscheano en la importancia de la emoción y la voluntad, y consideran que este énfasis fue seriamente representativo de la revuelta intelectual del siglo diecinueve tardío.

Los socialistas y liberales creían y suelen creer que podemos comprender y transformar el mundo mediante el uso de la razón. Pero no todos estarían tan de acuerdo con el asunto, en ese tiempo comenzando a aparecer más la idea de que la razón tiene límites importantes, y llevando la atención a, en palabras de Andrew Heywood, “otros motores o impulsos quizás más poderosos”.

Nietzsche destacó por esta idea cuática del “super hombre” (el Ubermensch), una suerte de ideal regulativo, de modelo cultural sobre quienes pudiesen trascender la aceptación acrítica de la tradición, sus vicios y limitaciones (en el contexto también de la ácida crítica de Nietzsche al cristianismo), para dar un impulso (auto)creativo, capaz de hacer emerger nuevos valores vitales. Mucho más (y mejor, seguramente) puede decirse al respecto, pero la cosa es que los fascistas trastocaron la idea y se inspiraron en ella también para alimentar su supremacismo.

Lynch y Davis hablan también de otras clases de irracionalismo, destacando el “vitalismo” de Bergson y la idolatría de algunos como Darré a la idea de “sangre y suelo” (blood and soil), hoy todavía un conocido lema fascista. Destacan especialmente a personajes como Barrès y Gobineau en la discusión del pre-fascismo.

Barrès era un novelista y político que, comentan Lynch y Davis, le dio su “columna” ideológica a la derecha radical de los 1880 y 1890. Fue candidato en 1889 y describió su manifiesto como “nacional socialista”. Mezcló en su ideología xenofobia económica con proteccionismo, y propuestas pro-trabajadores en temas de entrenamiento y bienestar (su “socialismo” venía, sin embargo, con una salvedad: era solo para los trabajadores franceses).

El “ultra-pragmático” de Barrès, como lo llaman Lynch y Davis, era una suerte de relativista: la verdad es algo maleable, o dependiente del lugar. No hay estándares internacionales de verdad: para los franceses lo que hay es una verdad francesa, una racionalidad francesa, una justicia francesa, y así para todos los demás.

Barrès mezcló un nacionalismo con lo místico, con un lenguaje “neo-religioso” que ponía un gran énfasis en las “fuerzas inconscientes”. Robert Soucy lo calificaría como el primer fascista francés.

A toda esta mezcla ideológica se le fue agregando también racismo y anti-semitismo en particular. Incluso la presencia del sindicalismo revolucionario tuvo su efecto y su lugar en la formación del fascismo, según Lynch y Davis. Todas estas corrientes llegaron a encontrar lugar en el fascismo y el nazismo, cristalizando, relatan los autores, en la idea de “pueblo” o Volk, una expresión germana difícil de traducir exactamente pero que denota la patria (father-land) o la “tierra natal espiritual” (spiritual homeland). Con el tiempo, el nacionalismo se convertiría en el motor del fascismo.

Guerra, revolución y crisis

Mientras los intelectuales de la generación de 1890 estaban reaccionando a cuestiones más abstractas como la razón, la igualdad y el individualismo, los primeros fascistas tenían enemigos más “concretos”, dicen Lynch y Davis, entre los cuales destacan el parlamento, el liberalismo y la democracia.

Aparecen organizaciones “proto-fascistas”, como la Associazione Nazionalista Italiana (ANI) y la Deutsche National Volks Partei (DNVP) en Alemania. Estas organizaciones no evolucionaron automáticamente en el fascismo, sin embargo.

En este periodo, relatan Lynch y Davis, los proto-fascistas se agarraron de variadas fuentes de evidencia para darle sustancia a la idea de que la sociedad estaba en un estado de malestar y en necesidad de rejuvenecimiento.

El impacto de la Primera Guerra Mundial fue tremendo. En palabras de Epstein (en Fascismo), citadas por Lynch y Davis:

«La guerra no sólo causó un sufrimiento incalculable, sino que sacudió los anclajes de un tradicionalismo aún, en gran medida, intacto; ambos efectos intensificaron la demanda de las grandes masas de una mayor participación material y psicológica en la comunidad.»

Alemania salió severamente lastimada de la guerra, tuvieron que desarmarse unilateralmente y se terminaron sintiendo, en palabras de William Sheridan Allen, como depredados por vecinos hostiles. Para Italia, comenta el mismo Sheridan Allen, la guerra terminó con la sensación de una “victoria mutilada”, considerando los italianos que habían ganado la guerra para la los aliados.

El Tratado de Versalles de 1919 fue muy duro con Alemania, lo que acrecentó las frustraciones nacionalistas de muchos de los alemanes.

La experiencia de la guerra, sin embargo, relatan Lynch y Davis, le dio una probada a los alemanes e italianos de lo que significaba la solidaridad nacional, lo que Sheridan Allen describe como la “experiencia inolvidable” de lo que se sintió la integración nacional. Los fascistas de ambos países, a lo largo de los años 20 y 30 trataron de explotar este sentimiento.

Al mismo tiempo, el sentimiento y miedo anti-comunista alimentaba la actividad fascista, algo que siempre fue común tanto a movimientos pre-fascistas, como fascistas y neo-fascistas. La Revolución Rusa era particularmente demonizada; se enfatizaban, por parte de los fascistas, los riesgos inherentes al bolchevismo y los contrastes entre comunismo y fascismo. El fortalecimiento de ciertas izquierdas europeas también fue un movilizador importante para la actividad proto-fascista y fascista.

Los regímenes fascistas prosperaron sobre la base de las consecuencias terribles de la guerra en términos económicos para sus países, y sobre la crisis internacional que siguió al colapso de Wall Street en 1929. Como Lynch y Davis relatan, “le hicieron promesas a todo el mundo: trabajo para los trabajadores, tierra para los campesinos y estabilidad para las clases medias. El corporativismo y el nacional-socialismo eran anunciados como los antídoto para el “agotado” funcionamiento del capitalismo.”

El fascismo sin duda es un bicho raro, una mezcla, en su época, de lo viejo y lo nuevo, y los fascistas mismos pretendieron ver una fortaleza en esta síntesis de distintos desarrollos intelectuales y culturales. La situación de crisis les dio un fuertísimo impulso, sin el cual sería difícil explicar un ascenso tan potente y rápido durante las primeras décadas del siglo pasado. Aunque sea rara, torcida y extravagante, es imperioso tratar de hacer sentido de esta ideología, aprender a reconocerla y saber cómo confrontarla. Esta revisión de los orígenes del fascismo, esperamos, sea un aporte en esa dirección.