Imagen por Michael Brown en Dreamstime.com
Por Victor Serge
Introducción
“Dos cabezas piensan mejor que una” es un dicho popular que suele ser cierto. A menudo tú podrás ver o saber cosas que yo no y viceversa. Hay muchos ejemplos de inteligencia colectiva exitosa, que muestran que desplegar nuestra inteligencia de manera grupal puede resultar mucho mejor que hacerlo solos. Pero esto no siempre es así. Hay veces en que pensamos y decidimos peor las cosas al hacerlo colectivamente. En esta ocasión exploramos algunas reflexiones sobre este tema por parte de la divulgadora científica Sabine Hossenfelder (investigadora en el área de la física) en su canal.
Todo en el mundo está hecho de partículas fundamentales. A nivel de ellas, es difícil diferenciar a un humano de un objeto cualquiera. Pero las partículas, al interactuar entre sí, producen patrones o conductas novedosas (usualmente llamadas “emergentes” en filosofía) que no se dan al nivel de las partículas por sí solas. Un ejemplo típico de patrones emergentes es la formación de ondas, o la manera en que los átomos se agrupan y combinan para formar cosas y seres vivos, y los seres vivos para formar sociedades.
De entre las sociedades animales, un clásico y buen ejemplo de inteligencia colectiva es la que muestran las abejas. Usan movimientos, usualmente conocidos como el baile de las abejas, para comunicar información sobre fuentes de recursos (además de usar una sofisticada división del trabajo para cuidar a sus crías y reproducir sus sociedades). En palabras de Hossenfelder, “les decimos “colectivamente inteligentes” no sólo porque son capaces de compartir información, sino porque son capaces de tomar decisiones sobre la base de esa información. Aprenden las unas de las otras.”
Un ejemplo similar son las colonias de hormigas. Se comunican entre sí mediante feromonas para entregar información sobre la ubicación de comida y pueden derrotar a enemigos mucho más grandes que ellas mismas en conjunto. Pero, como repara la autora, las hormigas nos muestran también el problema con la inteligencia colectiva y la posibilidad de que salga mal.
Las hormigas siguen los rastros de otras hormigas y si una de ellas accidentalmente deja tal rastro en forma de un círculo, caminarán en círculo hasta morir. Este es un ejemplo de la contraparte de la inteligencia colectiva: la estupidez colectiva. Es lo que pasa cuando una conducta usualmente beneficiosa termina saliendo mal, y es lo que pasa a menudo con los humanos también.
Más cabezas piensan mejor que una… a veces
“Dos cabezas piensan mejor que una”, decíamos al principio del artículo. Para ilustrar el poder de esta idea Sabine pone el caso del programa ¿Quién quiere ser millonario?, en particular sobre el uso del comodín para preguntarle al público. Si bien no siempre funciona, la autora cita un estudio según el cual, para la edición gringa del programa, el comodín para preguntarle al público resultó exitoso el 91% de las ocasiones.
Esta idea es vieja y se había puesto a prueba hace mucho tiempo, cuando Francis Galton fue a una exhibición de ganado en Plymouth y le pidió a un número de 800 personas que adivinaran el peso de un buey que estaba en exhibición. Recogió los resultados y calculó el promedio de los datos para encontrar que las 800 personas le achuntaron casi exactamente al peso del buey.
Ampliamente hablando, la idea, nos dice Hossenfelder, es que esto funciona en preguntas de opciones simples porque en una audiencia habrán personas con conocimientos del tema y porque, a nivel agregado, entonces, los errores que cometan otros se compensarán o anularán. Pero claramente eso depende de que en la audiencia de verdad hayan personas que sepan o tengan alguna noción. Resulta más fácil achuntarle al valor del peso de un buey recopilando testimonios en un mercado de granjeros del siglo XIX.
Hay aplicaciones modernas de esta idea: es lo que hacen las compañías al recolectar información masiva de opiniones y reseñas de clientes para dar recomendaciones, y es la razón por la cual piden retroalimentación sobre la calidad de productos o servicios. También es la razón por la cual YouTube tiene interés en saber cuánto tiempo miraste un video y si te tomaste la molestia de ponerle “me gusta.”
Otro ejemplo de inteligencia colectiva es Wikipedia. Una enciclopedia abierta que, con todos sus problemas, resulta relativamente bien evaluada en cuanto a precisión de la información en comparación con otras enciclopedias de prestigio (aunque pueda tener vacíos importantes de información). Un ejemplo similarmente interesante es el de la bolsa de valores.
Con las regulaciones y prohibiciones adecuadas contra los usos abusivos de ella, una bolsa de valores, en teoría, debería ser útil para asignar recursos y puede producir los resultados esperados en un sistema de mercado típico, gracias a la inteligencia colectiva de los agentes que participan en ella. El problema es que, de acuerdo a Hossenfelder, esto solo funciona cuando esas regulaciones existen para que la máquina funcione bien. Y eso nos lleva a algunos problemas básicos para aprovechar la inteligencia colectiva.
La inteligencia colectiva depende de que el mecanismo para recopilar información esté cuidadosamente establecido. Para recopilar información masivamente de las personas y los errores se anulen al “promediarse” con los aciertos, cada persona tiene que mandar su información de manera privada, independiente de los demás. Por lo tanto, no deberías saber lo que otras personas dirán o votarán antes de que hayas ofrecido tu propio voto o conjetura, y así es como funciona el comodín del público en ¿Quién quiere ser millonario?… Si la información no circula de esta forma, es decir, si las personas saben lo que otros votarán antes de hacerlo ellos mismos, la información se podría sesgar sistemáticamente (y esto puede resultar en variedad de problemas).
Un par de experimentos chistosos y más de una burbuja financiera
Para ilustrar el asunto, Hossenfelder relata dos experimentos sobre la manera en que las personas pueden (podemos) ser altamente influenciables. Uno es el famoso experimento de Asch en los ‘50, donde los participantes eran asignados a grupos infiltrados por cómplices del experimentador para realizar una tarea de comparar el largo de unas líneas en unas tarjetas. Los cómplices insistían en dar respuestas obviamente equivocadas, pero a pesar de eso algunas personas les siguieron la corriente. Y no porque necesariamente les creyeran, en realidad. El experimento se ha replicado en diversos contextos pero su interpretación permanece controversial. Hay una variedad de razones por las que las personas actuarían así. Pero la autora insiste en que a pesar de que hay controversia sobre cómo interpretar esta conducta, hay poca duda de que ocurre.
El otro experimento es de Milgram en los años ‘60. Un experimento que está para la talla, y con el que Sabine hace un paralelo a YouTube:
“Reclutó a unas cuantas personas para que se pusieran en una esquina y señalaran a la nada en el cielo. Como era de esperar, otras personas se unieron a ellos para mirar a la nada. YouTube se basa básicamente en esta idea. Si te encuentras con un vídeo que ha sido visto por un millón de personas, es más probable que lo veas que si solo tuviera 10 visitas. Y la mayoría de las veces es una buena decisión. Pero también significa que las redes sociales tienen una fuerte tendencia a “enriquecer al que ya es rico”, lo que hace que al final haya personas que son populares por ser populares. Son interesantes sólo porque otros piensan que son interesantes.”
Aquí es donde introduce la idea de cascada de información, que es cuando las personas pasan por alto la información que manejan de manera privada y en su lugar transmiten la información que obtienen de otros, por cualquier razón. Como todas las conductas colectivas, no es algo necesariamente malo. Durante los primeros días de la pandemia había poca información y las personas hacían circular lo poco que escuchaban sobre síntomas y prevención. Pero así como una cascada de información puede salir bien, también puede salir mal. Los casos más notables que visita la autora sobre esto son las burbujas financieras y casos análogos, tomando como ejemplo el caso de la Compañía de Mississippi, la llamada burbuja punto-com y la gran crisis económica del 2008. Respecto a esta última, relata:
“Los bancos concedían hipotecas a prestatarios de los que no se podía esperar razonablemente que las devolvieran. Luego, los bancos reunían las hipotecas y otros préstamos en paquetes denominados «valores» que vendían a los inversores. Cuando subieron los tipos de interés, quedó claro que esas hipotecas y préstamos no se devolverían.
El valor de los títulos cayó repentinamente y provocó una gran oleada de quiebras. La crisis financiera de 2008 es especialmente trágica porque se podía haber evitado. Muchas personas que trabajaban en esos bancos sabían que conceder esos préstamos era una idea realmente mala que acabaría saliendo mal. Pero si no hubieran seguido el juego, habrían perdido su trabajo. Así que la cascada seguía su curso.”
¿Cuáles son las lecciones, entonces?
Se puede aprovechar la inteligencia colectiva para tomar decisiones, pero para eso hay que encontrar (1) un formato donde todos los participantes estén cómodos compartiendo la información que poseen y (2) encontrar una forma de evitar, todo lo posible, que las personas vean sesgadas sus decisiones por influencia de otras. Obviamente esto es muy difícil de lograr fuera de contextos muy controlados y distintos a, por ejemplo, los de un proceso electoral nacional u otras contingencias importantes. El tema de hacer un buen uso de la inteligencia colectiva es algo más fácil de decir que de hacer. Algunas cosas, sin embargo, que Hossenfelder ha encontrado útil en su experiencia son:
- Tenemos una tendencia natural a concentrarnos en las cosas que se presentan más a menudo, en lugar de las cosas que son más importantes. Y esta es la razón, nos dice, por la que a los gerentes les gusta usar tablitas referenciales para priorizar actividades según su urgencia e importancia, por ejemplo. Puede parecer un poco tonto o latero para otras personas, pero Sabine cree que son cosas que podrían ayudar a reducir la tontera colectiva.
- El solo hecho de recordarle a las personas que su opinión podría estar sesgada puede ayudar a reducir el efecto negativo de esos sesgos.
- Para el manejo de redes sociales, es importante que desarrollemos el hábito de pensar bien antes de actuar y compartir información. Cómo cultivar, a nivel social, la calma y la prudencia necesarias para esto, sin embargo, también es más difícil de decir que de hacer.
- A veces puedes ganarle a la muchedumbre siendo parte del grupo, aunque suene algo contradictorio. Hartos estudios han encontrado que grupos pequeños de personas se desempeñan mejor que un individuo solo en “tareas objetivas” (problemas donde la respuesta simplemente es correcta o equivocada como por ejemplo, dónde está el baño o el paradero de la micro). Pregúntale a tus pares, pero ten cuidado al recibir testimonios ajenos también (tienes que pensar por tí mismo, después de todo).
- Otro problema importante para aprovechar la inteligencia grupal son las personas que tienen mucha confianza en sí mismas pero que a menudo están equivocadas. Las personas con más confianza se convencen más rápido y esto genera una cascada informacional que influencia a las personas menos confiadas. Así que bueno, ojo con las personas engrupidas.
- Tendemos a darle más importancia a nuestra opinión que a la de los demás. Esto es llamado «sesgo egocéntrico.» Es importante, por lo mismo, agachar el moño y siempre recordar que puedes estar equivocado, que puedes a menudo informarte más o mejor, que debes considerar seriamente otras visiones de las cosas.
Para cerrar, Hossenfelder resume la discusión que ha dado en lo siguiente: “tomar decisiones inteligentes no es fácil y no se nos da bien por naturaleza. Que un grupo de personas tome decisiones inteligentes o tontas depende mucho de cómo se agregue la información. En determinadas circunstancias, los errores pueden amplificarse unos a otros en lugar de anularse.” La cosa, en definitiva, está para darle más de una vuelta, y para andarse con cuidado.