Imagen: protesta antivacuna (Fuente)
Por Victor Serge
Se ha dado cierto revuelo por las nefastas y repetidas declaraciones del infame, misógino, xenófobo, pinochetista parlamentario y candidato presidencial Johannes Kaiser, en torno al tema de las vacunas. Haciendo eco de clásicos tópicos antivacunas refutados por lo mejor de nuestra ciencia, Kaiser se hace parte del coro de voces que intenta hacernos retroceder siglos de progreso médico y bienestar general. Como equipo de La Cacerola decidimos que teníamos que hacer investigación sobre este tema para aclarar algunas cosas y poner los puntos sobre las íes.
Y es que además ya hay serios motivos para pensar que estos movimientos antivacunas están causando y contribuyendo a nuevos brotes de enfermedades que ya habían sido a menudo incluso derrotadas, como el sarampión y las paperas (y que amenazan por lo mismo con seguir empeorando la situación). El sarampión es una enfermedad altamente contagiosa con el potencial de hacer colapsar hospitales y de matar a sus infectados (sobre todo a niños, personas con problemas de nutrición e inmunocomprometidas). En países desarrollados este problema se había dado por erradicado gracias a las vacunas, en este caso por la vacuna triple vírica. Ahora estos problemas están resurgiendo y con más fuerza que nunca.
Contrario a lo que a veces se dice, los movimientos anti-vacunas no nacieron en las últimas décadas ni se encumbraron solamente por la asociación que comenzaron a hacer algunos entre vacunas y autismo (más sobre esto abajo). Hay antivacunas desde que se inventaron las vacunas, hace más de dos siglos (más precisamente a finales del siglo 18, cuando en 1796 Edward Jenner descubrió la eficacia de la vacunación contra la viruela en un proceso experimental que habría de marcar de manera positiva y duradera toda nuestra historia posterior).
En Mayo del año pasado la prestigiosa revista científica The Lancet publicó un artículo donde (a propósito del desafío de evaluar la efectividad de los programas de inmunización) se intentaba determinar el impacto de las vacunas en el cuidado de la vida humana a propósito de 14 patógenos comunes que amenazan nuestro bienestar. Como lo reporta la también muy prestigiosa Scientific American a propósito de este estudio y otros, se estima que las vacunas, solo limitado a este contexto,
Han salvado 154 millones de vidas en los últimos cincuenta años, a un ritmo de seis vidas por minuto [es decir, una vida cada 10 segundos]. Han reducido la mortalidad infantil en un 40% a nivel mundial y en más del 50% en África. A lo largo de la historia, las vacunas han salvado más vidas que casi cualquier otra intervención. Además, su contribución a la equidad en salud va mucho más allá de la prevención de muertes.
Un estudio publicado en The Lancet encontró que cada vida salvada gracias a la inmunización resultó en un promedio de 66 años de plena salud, sin los problemas a largo plazo que muchas enfermedades pueden causar. Las vacunas desempeñan un papel fundamental en casi todas las métricas de equidad en salud, desde mejorar el acceso a la atención médica hasta reducir la discapacidad y la morbilidad a largo plazo, prevenir la pérdida de mano de obra y evitar la muerte de cuidadores.
¿Cómo es que un invento tan increíble y positivo en nuestras vidas ha llegado a ser atacado con tanta virulencia y desconfianza?
Hay una serie de inquietudes que hacen que incluso personas muy bien intencionadas desconfíen de las vacunas, y que otras tantas se arrojen directamente a luchar contra ellas. Estos han ascendido al grado de tremendos mitos y a veces amparados en tremendas teorías conspirativas. Desde la idea de que las vacunas reescriben tu código genético, a que incluyen microchips, pasando por la idea de que puede afectar la salud reproductiva, a que contienen cantidades peligrosas de metales pesados o que causan autismo.
Kaiser salió a decir hace poco que los niños recién nacidos reciben 72 dosis de vacunas que además contienen metales pesados. Esto ha sido repetidamente desmentido. El calendario del Programa Nacional de Inmunizaciones contempla solo tres inoculaciones para recién nacidos, y alrededor de 33 para los menores de edad a lo largo de su desarrollo.
Es cierto que las vacunas contienen coadyuvantes como el aluminio (o cierta dosis de químicos como el llamado formaldehído), pero en dosis tan bajas que no se considera dañino. Sin ir más lejos, una sola pera (sí, una maldita pera) contiene 60 veces más formaldehído que cualquier vacuna, mientras que las guaguas que se amamantan consumen 100 (¡Cien!) veces más aluminio al día (¡Al día, huevón!) de lo que contiene una vacuna (0,125 miligramos).
Otras preocupaciones dicen relación con los efectos adversos de las vacunas, que ciertamente pueden estar presentes. El tema aquí es que la gravedad y prevalencia de estos efectos suele ser exagerada por los antivacunas y no se ponen en una balanza respecto al peso titánico de los beneficios que tienen.
Otro frente destacado para los antivacunas es la asociación entre vacunas y autismo. La histeria por este supuesto vínculo empezó con un estudio a finales de los noventa por parte de Andrew Wakefield y compañía, que buscaba establecer un vínculo tal entre ciertas vacunas y autismo. El artículo se considera hoy en día derechamente un fraude, pues involucró la selección arbitraria de datos, la manipulación de los mismos, y dos conflictos de interés no declarados (todo lo cual ha sido cuidadosamente reportado, documentado y denunciado). El trabajo ha sido retractado por la revista que lo publicó, y hasta hoy día la comunidad científica mantiene el consenso de que no hay evidencia alguna favorable a la teoría que presentó Wakefield en tal irresponsable esfuerzo.
El académico Lucas Miranda, investigador de Faro UDD, ya salió a atacar a los libertarios antivacunas en su columna para El Mostrador el mes pasado. Miranda es Licenciado y Magíster en Filosofía por la Universidad de Chile, economista por la Universidad de Buenos Aires y candidato a Doctor en Filosofía por la misma casa de estudios. En la columna lisa y llanamente se los hace bolsa, y también en particular a los libertarios que niegan la autoridad de los consensos científicos de manera antojadiza y conveniente, como lo hiciera el filósofo libertario argentino Gabriel Zanotti apelando de maneras dudosas a la filosofía de Paul Feyerabend (donde de pasada también el profesor Miranda hace una muy buena defensa de la vacunación obligatoria en base a los mismos principios liberales clásicos a los que apelan los libertarios de derecha; en particular el principio del no daño y a la manera en que lo formulara el filósofo J. S. Mill).
Según la lectura más usual de Feyerabend (lectura con la que no todos los filósofos están de acuerdo), el punto sería que la ciencia es solo una entre otras culturas o aproximaciones a la experiencia humana, y que no tendría por lo mismo ninguna autoridad especial. En efecto esta clase de relativismo también es uno de los problemas que debe estar afectando severamente la confianza pública en la ciencia. Esto amerita otro artículo propio que esperamos pronto traerles, pero valga decir de momento que en filosofía de la ciencia, y entre filósofos en general (la disciplina más antigua que se pregunta por qué es el conocimiento y la realidad), se suele considerar a la ciencia nuestra institución más efectiva para dar con la manera en que se estructura el mundo o para organizar e intervenir de manera coherente en nuestra experiencia.
Como destaca el profesor Miranda en su columna, la naturaleza autocorrectiva y autocrítica de la ciencia hace inviable la analogía de Zanotti que pretende equiparar sanciones estatales basadas en la ciencia (como la vacunación obligatoria) con la falta de separación entre Estado e Iglesia, además del hecho de que el Estado no impone consensos científicos de ninguna manera, sino que son las organizaciones privadas de científicos las que desarrollan estos consensos y el Estado, de manera responsable, busca (aunque no siempre, lamentablemente) sancionar de acuerdo a ellos.
Otro foco de peligro, y que se expresó fuertemente durante la pandemia, es la desconfianza en la ciencia guiada por teorías conspirativas sobre el poder estatal o corporativo y las influencias perniciosas que distorsionarían o derechamente controlarían a la ciencia y a los profesionales de la salud desde las sombras. Esto amerita también otra contribución aparte (que haremos parte de una serie completa sobre filosofía y psicología de las teorías conspirativas), pero por ahora valga decir que estas ideas son francamente imposibles y no resisten ni siquiera un análisis más o menos superficial.
Estudiosos como el científico social G. William Domhoff del Departamento de Sociología de la University of California Santa Cruz ya han dado argumentos de interés contra los razonamientos que hacen los teóricos de la conspiración para dar cuenta de la dominación social y la concentración del poder político. Pero a nivel más superficial se puede apelar a cosas bien básicas: es impracticable sobornar o amedrentar a literalmente millones de trabajadores de la salud y científicos de las ciencias biomédicas, y extremadamente difícil desequilibrar de maneras tan brutales los mecanismos de control y autocorrección de la ciencia, donde siempre han abundado y abundarán observadores independientes que revisan y vuelven a revisar los estudios hechos (incluyendo los hechos con financiamiento privado o corporativo). Esto se sostiene incluso aunque puedan aventurarse hipótesis sobre los costos que pudiera tener para la calidad del conocimiento la investigación comercializada, o la preocupación, común entre académicos, de que el mero peso del interés empresarial a nivel social y político permea y distorsiona los incentivos y estructuras de producción de conocimiento incluso a nivel de universidades estatales o públicas.
La situación de los brotes de enfermedades peligrosas que están volviendo a aparecer en EEUU y otras localidades es tanto más oscura en el contexto de un ataque generalizado por parte de gobiernos como el de EEUU contra la ciencia en general, donde el mismo presidente ha admitido no tener reverencia alguna por los consensos científicos y se ha presentado abiertamente como negacionista del cambio climático antropogénico y sus consecuencias a la manera en que la comunidad científica lo ha venido describiendo y explicando hace décadas.
Por eso es que el tema es sumamente preocupante y requiere un esfuerzo social y político serio para enfrentar la situación. Vacunas importantes como la del sarampión requieren que la enorme mayoría de la población estén vacunadas para desarrollar inmunidad grupal, de modo que basta con que una minoría desconfíe suficientemente de las vacunas, que se les de discreción para tomarlas o no y se desmarquen del proceso para echar a andar el contagio en masa.
Hacemos como medio, por todo esto y más, un llamado a las personas a informarse de manera cuidadosa y educar a sus niños de buena manera, a exigir a las autoridades educación integral en las escuelas sobre el asunto (además de buena cobertura comunicacional y mediática), tanto más considerando que cuando una persona ya está convencida de ser antivacunas, sacarla de ahí con un discurso basado en evidencia no parece, por lo general al menos, funcionar.
Llamamos también y por supuesto, entonces, a tampoco votar ni inflar candidatos y figuras irresponsables y peligrosas para la seguridad y bienestar público como lo es claramente Kaiser (o como lo es Trump y su Ministro de Salud (Robert Kennedy), entre tantos otros). Nuestra vida puede depender de ello.