Imagen: Blog BID
Por Victor Serge
La visión tradicional
Se está discutiendo nuevamente sobre el salario mínimo, ahora que se ha avanzado en el proyecto para adelantar su aumento a 500.000 pesos (de acuerdo al programa de gobierno) para 2024. Uno de los motivos por el cual esto genera discusión es por el nivel de (des)acuerdo que hay entre los economistas sobre la economía del salario mínimo. Hay una visión tradicional sobre el tema, enseñada todavía en los libros de texto de las escuelas de economía y negocios (por ejemplo, Principios de Economía de N. Gregory Mankiw). Según esta visión, la fijación de un salario mínimo o su aumento genera mayor desempleo entre trabajadores jóvenes y no calificados (los que pueden ser afectados por estas leyes). La idea, en simple, es que el salario mínimo, al subir el precio del trabajo, genera más oferta (más personas interesadas en los trabajos o dispuestas a trabajar más) pero también menos demanda (empleadores contratando menos). Se ilustra en el típico monito que cruza oferta y demanda, clásico de las introducciones a la economía a lo largo del mundo:
Extraído de Principios de Economía (N. Gregory Mankiw), 7° edición (2017, Cengage Learning), página 118.
La idea tiene sentido y es intuitiva, si asumimos además que la curva de oferta y demanda se comportan de manera usual para el mercado del trabajo. Pero el nivel de consenso entre economistas sobre esto, hace unas décadas abrumadoramente mayoritario, ha ido disminuyendo. Se suele atribuir, en buena parte, este cambio al trabajo del Nobel de economía David Card y su colega Alan Krueger en Myth and Measurement: The New Economics of the Minimum Wage (Mito y medición: la nueva economía del salario mínimo), de 1995.
Experimentos naturales
Tomás Rau para CIPER describe el trabajo de Card como toda una “revolución” en la economía. ¿Por qué? Porque antes de su trabajo prevalecía una aproximación más teórica al problema, una no basada en evidencia directa. A menudo en ciencias sociales no tenemos acceso a experimentos controlados, el estándar supremo para establecer relaciones causales con base en evidencia cuidadosamente recolectada (poder decir con propiedad que algo causó algo; por ejemplo, que aumentar el salario mínimo causó un aumento del desempleo).
La expresión más conocida e importante de los experimentos controlados es el test clínico o las llamadas pruebas controladas aleatorizadas, populares en las ciencias biomédicas y la psicología empírica. Lo más importante de estas pruebas es que cuentan con la presencia de un grupo experimental (al que se le da un tratamiento para ver cómo reaccionan al mismo) y un grupo control (al que no se le da el tratamiento, sino que se le administra un placebo, una versión fingida del tratamiento; por ejemplo, una pastilla sin nada).
La asignación de los participantes a cada grupo es al azar (de ahí el lo “aleatorizado” de las pruebas), lo que sirve para asegurarse de que los grupos sean lo más similares que sea posible. El placebo sirve para descartar confusiones que surjan del mero hecho de administrar un tratamiento a la persona (el llamado efecto placebo). Hay otras consideraciones que valen para estas pruebas, pero lo central es eso. Una prueba tal, si está bien hecha, permite establecer con más claridad y responsabilidad si una cosa es causa de otra cosa.
Entonces, ¿Cómo hacemos para establecer relaciones causales en ciencias sociales? ¿No se puede? Una cosa que podemos hacer, por ejemplo, es buscar correlaciones (que dos o más variables ocurran sistemáticamente relacionadas o juntas, por ejemplo la humedad del rocío matutino que ocurre todas las mañanas). Estas podrían resultar de una asociación causal directa, y se pueden buscar cuidadosamente con los métodos de Mill. Pero lo que realmente buscamos es poder, como cuando tenemos un grupo control, comparar dos poblaciones o grupos de objetos similares y ver cómo se comporta uno de ellos ante la presencia de una intervención. David Card y sus colegas han impulsado justamente esta clase de investigaciones mediante lo que se suelen llamar «experimentos naturales.» En un experimento natural, los investigadores, si bien no han sido capaces de generar ellos mismos la presencia de un grupo experimental y un grupo control, pueden encontrar grupos similares a estos ocurriendo de manera “natural” (en este caso en una sociedad).
Como ejemplo podemos citar el estudio más icónico del trabajo de Card y Krueger. Estudiaron la industria de comida rápida de New Jersey en 1992 luego del reciente aumento del sueldo mínimo y la compararon con la de Pennsylvania, donde no había habido un aumento. No encontraron diferencias negativas en la tasa de desempleo. Más bien, el desempleo incluso disminuyó un poco. Encontraron resultados similares para Texas 1991, entre otros casos.
Otro resultado interesante es que encontraron que el aumento del salario mínimo genera aumentos en los salarios de personas que ganan más que el mínimo también (posiblemente porque el sueldo mínimo puede marcar un punto de referencia para las percepciones de justicia en el salario). Encontraron, también, que reduce la dispersión entre los salarios y con ello generando mayor equidad, que reducía la brecha salarial de género y que aumentaba los ingresos de las familias de menores ingresos.
En el prefacio a la edición del veinteavo aniversario del libro, Card y Krueger, en 2016, aún sostienen lo que su investigación sugirió. “Incrementos moderados en el sueldo mínimo tienen poco o ningún efecto en el empleo.” Resaltan algunos aspectos ya mencionados de la investigación, así como las experiencias de numerosas ciudades en EEUU experimentando con aumentos en el salario mínimo por sobre el nivel nacional, además de los casos de Inglaterra y Alemania.
En el caso de Inglaterra, la investigación de la llamada Low Pay Commission concluyó que la instauración de un sueldo mínimo nacional no redujo el empleo, pero redujo la desigualdad en la mitad más modesta de la distribución del ingreso y redujo la brecha de género. Afirman que para ese entonces el caso Alemán, donde se ha introducido un salario mínimo bastante alto, permanece todavía por ser estudiado. Sin embargo, en 2019, Oliver Bruttel para el Journal of Labour Market Research asevera que las normas no han tenido un efecto distinguible en el empleo, aunque tampoco en la dependencia de ayudas estatales ni en la reducción de la pobreza (algo que Card y Krueger ya anticipan para contextos donde la línea de la pobreza esté por debajo de lo que gana una familia con uno o dos salarios de alrededor del mínimo, en países como EEUU o Alemania).
Una buena razón que mencionan Card y Krueger para redistribuir el ingreso hacia las personas más pobres y hacia los trabajadores es que estos tienen una propensión marginal más alta a consumir (es decir, que por cada aumento pequeño en el ingreso, se gasta más de él o hay más probabilidad de que se gaste). Esto aumenta el consumo en una economía y aumenta la actividad económica (a veces se suele considerar que la velocidad de circulación del dinero es un indicador de la salud de una economía).
Los estudios de Card y Krueger elevaron la vara de exigencia para los estudios sobre salario mínimo, y potenciaron el incremento de estudios empíricos y (quasi)experimentales en el área de la economía.
Experimentar y avanzar
Y bien, ¿Qué onda con el sueldo mínimo, finalmente? Es difícil decir, pero el libro de Card y Krueger amasan todo un cuerpo de evidencia novedoso para afirmar que los aumentos moderados en el sueldo mínimo no tienen por qué aumentar el desempleo, y que tienen efectos redistributivos buenos para la sociedad. En su libro y en entrevista para Bloomberg, sin embargo, Card reconoce que aumentos muy grandes, o cuando el mínimo está muy cerca de la mediana salarial, entonces puede haber un impacto negativo. Esto último no aplicaría a Chile, en todo caso, según lo que dice Card sobre el caso de Brasil y según los datos que recolecta la fundación Horizontal (de orientación liberal) en su Radiografía del salario mínimo.
El aumento del salario mínimo podría, también, según Card para El País, traer problemas de incentivos para la inversión aunque no genere problemas de empleo. Pero claro, por el lado positivo estaría todo lo que hemos mencionado y el hecho de que, según él, “las grandes empresas han adquirido mucho poder de mercado en los últimos 25 o 30 años y la subida del salario mínimo puede contrarrestar esa distorsión en la economía.”
La cuestión está para darle unas vueltas, pero pareciera que la cosa pinta en la dirección del sueldo mínimo. Al parecer, se seguirán (y se tendrán que seguir haciendo) experimentos con el salario mínimo y con su aumento.