La fruta que llegó hasta la Corte Suprema de EEUU.
Dulce y ácido, rojo o amarillo, fruta o verdura… no, al tomate no es fácil colocarle etiquetas.
Bienvenidos al fascinante mundo del Solanum lycopérsicum, tomate para los amigos, tomatl para los aztecas y jitomate para una gran parte de México. Veréis que esta planta de origen americano depara anécdotas sin fin.
Para empezar, su nombre, se traduciría de náhuatl como “Ombligo gordo de agua” y no iban desencaminados los mesoamericanos, pues su composición es básicamente agua (hasta un 95%) pero es más que eso, de todos sus nutrientes, destacaré la Vitamina C y los licopenos, que son antioxidantes naturales y protegen nuestro organismo. Pero ojo, un breve apunte, si bien es cierto que parecen haberla domesticado en América central, su origen se encuentra en el Perú.
Pero seguro que os apetece escuchar alguna batallita, voy a ello.
Para empezar, el tomate, botánicamente es una Baya, y oficialmente, una verdura. Muchos dirán ¿pero si parece una fruta? Y lo es, pero sucedió lo que suele pasar.
Al llegar a Europa a principios de S-XVI la miraron con cara rara, desconfiando, parecían no creerse que eso era comestible, y por increíble que nos parezca, en la Corte española se pensó que estaría mejor decorando jardines que en nuestra mesa, el gazpacho y el pan con tomate deberían esperar muuuucho tiempo para ser una realidad.
Se cultivaban como hoy los geranios, con ellos se preparaban guirnaldas de frutos rojos para decorar eventos de los nobles, la plebe no tenía ni idea de que existían claro, un trabajador con jardín propio era más raro que una Cebra blanca.
A todo esto, sucedió que los primeros tomates traídos por los españoles en el S-XVI desde América a Europa eran algunos rojos, pero mayoritariamente amarillos, y los italianos, al verlos, rápidamente los rebautizaron como “Manzanas de oro” que en su idioma adquiere un término más musical “Pomodoro”. Cuando el tomate rojo se impuso, los italianos ya no quisieron cambiar el nombre, y así se quedó. Reconozco que el nombre italiano tiene su encanto.
Pero vamos a lo más sorprendente, nos vamos a ir a EEUU, estamos en pleno siglo XIX, el gobierno ha establecido una tasa del 10% de impuestos a los vegetales importados, pero en cambio, permite la entrada libre de gravámenes a las frutas provenientes del extranjero.
Cuando John Nix, importador en Nueva York, trajo a EEUU un gran cargamento de tomates procedentes del Caribe y se vio obligado a pagar el 10% de impuesto porque en la aduana se consideró que el tomate es una verdura y no una fruta y por tanto no estaba exenta de ese gravamen, él se quejó. Pero no le hicieron caso.
El señor Nix no era de los que se arrugan, para él, el tomate era una fruta y punto, y ese 10% le estaba doliendo, todo hay que decirlo.
Pero el tío Sam se puso cabezón, el tomate era una hortaliza y no me vengas con historias.
Entonces Nix acudió a los tribunales, quería recuperar ese 10% como fuera, y el asunto acabó en la Corte Suprema, ahí se decidiría si era o no una fruta.
Pero no llamaron a testificar a la Ciencia, por si acaso, sino a comerciantes veteranos del mercado de frutas y verduras, se buscaba conocer cuáles eran sus usos y costumbres, así como el sentido del lenguaje coloquial asociado al tomate.
En 1893, la Corte Suprema dio su veredicto, que no era posible de recurrir, aunque reconoció que biológicamente el tomate es una fruta, al final acabó decidiendo que en cuestiones de comercio la diferenciación entre fruta y vegetal es irrelevante, pero que para fines prácticos y, desde luego de impuestos, el tomate ciertamente no cae en el cajón de las frutas. Eso sí, se señaló, que aunque diccionarios y datos botánicos dicen que una fruta es la parte de la planta que contiene las semillas, y el tomate las contiene, para la gente común y en el habla cotidiana el tomate no es una fruta porque, literalmente “se comen crudos o cocinados… y se sirven usualmente en la cena en, con o después de la sopa, el pescado o las carnes… y no es generalmente como las frutas, en el postre”.
Vía libre para seguir cobrando los impuestos al tomate.
Este debate influyó en el resto del mundo, ahora esa es la opinión generalizada, por mucho que bebamos zumos de tomate o Bloody Marys.
Pero volvamos a los jardines europeos de los S-XVI, XVII y XVIII, para entonces, ya se la ha metido en la familia de las solanáceas, y como muchas de estas plantas son tóxicas, pues la mayoría decidió que el tomate seguro que también, si hubieran preguntado a los españoles que la trajeron en su día les habrían explicado que en América eran uno de los alimentos más consumidos, pero parece ser que por entonces los españoles estábamos peleados con media Europa y no existía mucho intercambio de información botánica. Resultado, siguieron cultivándose en jardines hasta finales del S-XVIII en que alguien que venía de América paseando por los jardines de un palacete inglés, al ver esas tomateras rodeadas de flores, dejó caer un comentario que sacudió los cimientos de la dieta europea de golpe: ¿Sabéis que eso se come verdad?
No, no lo sabían, nadie se lo había dicho, o si lo había hecho, le habían ignorado.
Pasó de los jardines, a los invernaderos, y de ahí a las mesas.
En España, con información privilegiada, ya hacía tiempo que nos los comíamos, no fue llegar y triunfar como el pimiento o las calabazas, pero al final, logró despertar en la gente las ganas de inventar el gazpacho, el pan con tomate, el bonito con tomate…y los italianos le dieron a su pasta traída de china, argumentos para volverse aún más deliciosa, y nacieron las pizzas, momento cumbre de la gastronomía mundial, aún no he conocido a nadie que no le guste una pizza. Pero las habrá.
En fin, como veis, todo tiene su proceso y su historia, y esta…era de las buenas.
Otro día os hablo de porque los tomates no saben últimamente a nada… y no es por lo que creéis.

Tomado de: https://www.facebook.com/eljardindelcalvo