Imagen: Crisis climática y poder político (Fuente) /  Protesta por la crisis ecológica (Fuente) / Destrucción de tuberías industriales (Fuente) / Industrias contaminantes (Fuente)

Ante la crisis ecológica y las consecuencias más terribles que se vienen a este paso por el cambio climático, el académico sueco Andreas Malm plantea algo fuerte: desmontar, por las buenas o por las malas, a la industria contaminante de los combustibles fósiles (de los que más aceleran estos procesos de cambio en el clima a mediano y largo plazo). No quiere que ataquemos cuerpos humanos (no cree en el terrorismo), pero sí cree que debemos irnos contra las máquinas. Suena desesperado, ilegal y peligroso, pero sus argumentos parecen difíciles de contestar. Está fuerte el asunto y da pa’ pensar, señores. ¿Qué opinión te merece?

Descargo de responsabilidad: el siguiente artículo no busca promover de ninguna manera ninguna actividad ilegal, violenta o insurreccional de ningún tipo. Reporta solamente las reflexiones de voces académicas autorizadas en temas de discusión ecológica, moral y política, que plantean desafíos sociales especialmente para aquellos que estamos más interesados en mantener la paz y no solucionar nuestros conflictos violentamente. De ninguna manera hacemos algún llamado al sabotaje violento de la industria de combustibles fósiles o de ninguna otra, al cambio revolucionario de ningún tipo, ni menos aún violentar a personas, sean civiles ordinarios o figuras de poder. La intención es puramente periodística y para motivar una conversación sobre asuntos graves que afectan al futuro de la humanidad y nos ponen en severos peligros (incluyendo el de que la gente empiece a reaccionar de manera violenta ante la situación de crisis en que nos vemos crecientemente).

Dicho eso, empezamos. Afírmense.

Climas cambiantes y aniquilación de la naturaleza

Como hemos contado en contribuciones anteriores, está la grande con el asunto ecológico en varios frentes. Destacan mucho dos: el cambio climático y la extinción masiva de especies. La serie de reacciones que desatarán estos cambios en curso (en mayor parte, de momento, debido o acelerado por acción humana) son predecibles en parte, y la cosa no pinta nada bien. Algunos de los escenarios más terribles que podrían ocurrir (entre varias posibilidades, pues tampoco podemos predecir el futuro con la precisión que quisieramos) son de cortecito más bien apocalíptico.

Hablamos de, en los escenarios más complejos, muertes en los cientos de millones o más, miles de millones de personas con problemas de acceso al agua, miles de millones emigrando a otros países escapando de sus ahora inhabitables localidades (aumentando el ya acelerado grado de presión migratoria debido a la pobreza y conflictividad —fuertemente asociada a la actividad del núcleo imperial— de muchos países de la periferia y de países pobres o “en vías de desarrollo”, y con todo lo que implica el crecimiento de la ultra derecha y el fantasma del fascismo).

Hablamos entonces de gran parte de la humanidad en peligro de muerte o de vidas masivamente empobrecidas y dolorosas, tal como ya la ciencia ficción se ha imaginado en hastas obras (siendo una de las últimas obras destacadas en el área el trabajo de Kim Stanley Robinson en El Ministerio del Futuro, Orbit Books, 2020). Y esto en lo más inmediatamente ecológico. Las reacciones a nivel social, como ilustra también el libro de Robinson, pueden ser similarmente fuertes.

Es solo cosa de recordar la resistencia violenta de las elites a cambios en los sistemas económicos y de extracción de recursos valiosos, la violencia con la que han enfrentado a las distintas revueltas del último tiempo (en distintos lados del mundo), y genéricamente la fuerza que aún tienen elementos ultra-reaccionarios o ultra-derechistas de la sociedad (como el golpismo pinochetista en Chile). Es cosa de ver el nivel de sofisticación y presencia que están teniendo los sistemas de represión y vigilancia en el mundo, que previsiblemente se podrán transformar en sistemas totales de observación de la población (todo lo que le han estado haciendo a Palestina te lo pueden hacer a tí en el futuro). La monopolización de la fuerza en los ejércitos controlados por elites haría imposible un cambio, y la gente, de intentarlo, probablemente salga de nuevo lastimada por la furia del poderoso.

Se suma a esto la creciente independencia que adquirirán los capitalistas de los trabajadores a medida que automaticen los procesos laborales actuales, haciendo posible (aunque sea de manera más remota, esperamos) escenarios terribles como el “exterminismo” descrito por Peter Frase en su libro Cuatro Futuros: la vida después del Capitalismo (2016, Verso Books, en inglés), apelando al escenario en que se desarrolla la bastante conocida película Elysium, con Matt Damon. Básicamente, los poderosos se independizan de los trabajadores gracias a las máquinas y ante crisis se aislan en ciudadelas con muchos recursos, dejando al resto de la población marginada en las periferias a construir las máquinas que los poderosos mismos usan para mantenerlos a raya. Matt Damon tiene cáncer y se hace de la misión de entrar a Elysium a conseguir atención médica, a la mala. El escenario que Peter Frase comenta a propósito de esta película, en su libro, es el peligro que ya vemos en la sofisticación de los aparatos de represión y la militarización policial, y el potencial de los escenarios futuros para nuevas incursiones violentas y autoritarias por parte de grupos de poder ya tradicionales.

Y entonces, ¿Qué hacer?

Ante todo esto, ¿Qué se puede hacer? Ante la impotencia brutal de los movimientos ecologistas pacíficos y pacifistas a lo largo de la historia (con encarcelamientos incluso para científicos militantes dispuestos a cosas tan piola como cortar la calle), algunos ya de hace tiempo han planteado que hay que radicalizar las tácticas y estar dispuestos a chocar con las elites de frente y desmantelar la industria de combustibles fósiles y otros contaminantes peligrosos para el medioambiente.

Si es necesario, se tendría que hacer a la mala (argumentan estas personas), mandatado por ley y aplicado estatalmente, o forzado por la población y posiblemente alguna clase de vanguardia organizada, o por iniciativa dispersa y más o menos espontánea de confrontación por parte de las masas. Muchos atentados contra industrias contaminantes se han visto a lo largo de distintos territorios, particularmente también en América y también en Norteamérica. Hablamos de decenas de miles de acciones de confrontación directa con la industria, de personas dispuestas a desmontar y destruir instalaciones de industrias contaminantes, a riesgo de ser reprimidos, perseguidos, asesinados o encarcelados (recordemos los cientos y ya miles de dirigentes ecologistas pacíficos que son víctimas de asesinato y violencia en el mundo y en Latinoamérica; cómo será para los que estén en la dura).

A estas voces se ha sumado en los últimos tiempos el académico sueco Andreas Malm, de manera bastante fuerte y para escándalo de muchos. Malm es profesor e investigador de ecología humana en la Universidad de Lund, parte del comité editorial de la revista Historical Materialism, y que ha sido descrito como de tendencias marxistas (para escándalo de muchos). Naomi Klein, famosa por sus investigaciones sobre la llamada “doctrina del shock”, ha descrito a Malm como uno de los pensadores más originales en el tema del cambio climático.

¿Qué nos plantea Malm? Básicamente, dejar la cagá. No salir a hacer desmanes y violencia descontrolada en las calles ni nada así, sino más lograr que los gobiernos mandaten el cierre de estas instalaciones (y que se haga forzosamente por lo tanto), o bien (a falta de que el gobierno lo haga) ir y poner los cuerpos directamente para invadir instalaciones de industrias contaminantes y desmontarlas, sabotearlas, destruirlas, hacerlas inviables con nuestras propias manos (chuta). Como plantea en algunas ocasiones, “hay que hacer inviables esas inversiones”. Aún así, agrega que esto en ningún caso aplica para violentar personas. Solo cree que hay que atacar propiedad física, máquinas y herramientas y tal, no a cuerpos humanos.

Malm escribió el libro Cómo volar una tubería: aprendiendo a pelear en un mundo en llamas (Verso Books, 2021, publicado en inglés) y ha dado numerosas charlas y entrevistas. Es activista en el tema y ha venido diciendo de un tiempo a esta parte, como experto en ecología, que la cosa no da para más.

Los datos y los distintos escenarios que los científicos naturales y sociales plantean como probables para el futuro durante los próximos 100 años van desde el deterioro masivo de nuestra calidad de vida al fin de la vida en la tierra como la conocemos, a la posibilidad del colapso mismo de la civilización (en el peor de los casos). Esto implica que para mitigar parte del daño, para hacerlo lo menos violento y peligroso posible, hay que tomar acción ahora. Pero, ¿Es aceptable lo que plantea Malm?

Es difícil, si uno tiene aversión a la violencia, decirle que sí a Malm. Pero también es difícil responderle a sus argumentos más persuasivos. Por ejemplo, hace una analogía con un edificio en peligro porque hay un dispositivo o aparato en la base del edificio que lo incendiará. Malm argumenta en este artículo para The Guardian que obviamente una persona expuesta a la situación tiene el derecho de desmontar el aparato y evitar una catástrofe que pone el riesgo la integridad y vida de las personas en el edificio. Y, como plantea en otro lugar, este derecho aplica incluso aunque las personas en la parte de arriba del edificio todavía no están en peligro y quizás se estén beneficiando de la situación. Hasta qué punto la analogía aplica, se lo dejo al lector. Pero es difícil obviamente resistir su argumento, considerando que la situación pareciera ser muy similar.

Como ha argumentado también el canal ecosocialista Our Changing Climate (del cual tenemos varias transcripciones y traducciones de su contenido), es similar en parte también al derecho que tenemos a detener a personas que están causandonos daño, como el derecho de detener incluso por medios físicos a un asesino. Si bien el canal no recomienda abiertamente ningún medio de acción, muestra que los intentos pacíficos no están siendo efectivos y que medidas desesperadas podrían volverse una opción para quienes estén en contra de estas industrias y los políticos que las apoyan. En otros trabajos, Our Changing Climate sí recomienda abiertamente, al menos, la transición a un mundo postcapitalista (aunque, en mi opinión, en principio se podría tener un sistema capitalista que haya prohibido la contaminación peligrosa y masiva del planeta —el drama es que no está ocurriendo a tiempo y a este paso probablemente eso no pase).

Las iniciativas y observaciones de gente como Malm y Our Changing Climate no son solo eso en el mundo ecologista. En las últimas décadas y sólo en EEUU (como relata el mismo canal que comentamos en su video sobre este tema) hubo decenas de miles de atentados motivados por cuestiones ecológicas contra industrias contaminantes, y sólo en los 2000, con nuevas leyes contra el “ecoterrorismo” se pudo ir apagando esa llama. Hace pocos años miles de activistas ecologistas invadieron las instalaciones de una minera de carbón en expansión en Alemania. Otras acciones disruptivas se han llevado a cabo recientemente, e incluso muchas de las más pacíficas han sido respondidas con represión y cárcel para incluso reconocidos militantes de organizaciones como Just Stop Oil y Extinction Rebellion. Esto ha hecho que para algunos activistas escalar las tácticas se vea más atractiva, considerando la inviabilidad que están mostrando los métodos tradicionales. Algo de esto, además de cubrir también las apreciaciones de Malm, fue repasado este año por Damien Gayle para The Guardian.

Es difícil decir, y como medio no podemos responsablemente recomendar tomar acciones peligrosas o ilegales, menos aún de tipo insurreccional (tampoco es nuestra intención, en cualquier caso, como dijimos en el descargo de responsabilidad). Pero es un tema que la sociedad debe enfrentar cuanto antes si es que no queremos que nos explote en la cara, tanto en el flanco ecológico como en el social, y en lo relativo al orden, la seguridad y la paz social que todos anhelamos para vivir bien.

Crisis y revolución: peligros y balances

La sensación de crisis inminente puede inclinar a las personas a distintas cosas, pero esperablemente tenderá a radicalizar a muchos, sea hacia alguna clase de ecofascismo o a alguna clase de ecosocialismo revolucionario (por clasificar de manera cruda algunas opciones de ideologías de orientación más dura o “radical”, sin ánimo de hacer comparaciones positivas entre estas tendencias).

Esto se topa con los problemas prácticos y éticos asociados a las propuestas revolucionarias, en particular cuando la radicalidad de las medidas propuestas por los revolucionarios implica la posibilidad de una reacción violenta (a veces de carácter abiertamente militar) de empresarios, terratenientes, políticos y profesionales (entre otros) de centro y derecha. También por los problemas prácticos y éticos que el académico socialista (de tendencia más bien pacífica y liberal, digamos) Norman Geras plantea en “Nuestra moral: la ética de la revolución” (Socialist Register, 1989) a las posturas revolucionarias en tiempos de paz relativa y democracia parlamentaria (siendo mucho más difícil de justificar que la revolución violenta contra una dictadura sangrienta, digamos). 

La sola posibilidad de que haya crisis económica y quizás hasta guerra civil (o confrontaciones violentas) debido a un cambio revolucionario es algo que a muchos nos espanta (incluyéndome a mí). Esto último ya lo había pensado gente cuática y brígida como el historiador marxista Perry Anderson en la segunda parte de su libro Tras las huellas del materialismo histórico (1986), continuación de la discusión que hace en su famoso Consideraciones sobre el marxismo occidental (1979) —libro donde, más encima, comenta cómo la discusión sobre estrategia revolucionaria (cómo cresta cambiar el mundo e iniciar una transición a una sociedad nueva) estaba estancada ya en los años ‘60 y hasta hoy.

Con todo lo que hemos pasado como país es difícil soportar la idea de que de nuevo estemos matándonos y sufriendo persecución, asesinatos selectivos, vigilancia masiva y genéricamente distintas formas de terrorismo reaccionario y estatal. Ni hablar de que algunos revolucionarios también pueden ser crueles o devenir corruptos, volverse odiosos y paranoicos, y nada asegura que una revolución encaminada por nobles intenciones finalmente salga bien (lo que también está asociado a lo relativamente difícil que es plantear una alternativa creíble al capitalismo).

Dado todo esto, es fácil, como me ha pasado en buena parte a mí, quedarnos estancados, pasmados, sin saber qué hacer, pues todas las vías parecen problemáticas, riesgosas o no lo suficientemente prometedoras. Pero mientras continuemos el diálogo y la investigación sobre estos temas cruciales, al menos tenemos la oportunidad de escucharnos y buscar vías de acción, idealmente las que no impliquen tristes y complicados procesos de crisis y ruptura social (aunque hay personas inteligentes, como el mismo Malm, tratando de pensar en caminos socialistas más hardcore a la crisis que vivimos; véase su Corona, clima y emergencia crónica: comunismo de guerra para el siglo 21 publicado en Verso Books, 2020, en inglés —sí, mansa volaíta).

Mucho más se puede decir sobre los detalles de la cuestión ecológica, para lo que llamamos a revisar nuestras contribuciones anteriores en la sección Ecología, además de consultar fuentes autorizadas en el tema (destacando en esto los reportes del IPCC). Mucho más también se puede decir sobre lo social, sobre la historia del conflicto social en sus distintos ejes y aspectos, sobre la ética y la política de la revolución, sobre las defensas y críticas al capitalismo y las propuestas de modelos económicos alternativos, etc. Parte del contenido de La Cacerola tendrá que ver con estos temas peliagudos, desde una perspectiva pluralista (que contemple distintas visiones sobre el asunto).

¿Qué opinión te merece la propuesta radical de Malm? ¿Se fue al chancho o es bacán? ¿Eres reformista o revolucionario? Cuéntanos qué opinas y sugiérenos más temas para conversar e investigar.