Imagen: Palestina (Fuente)
Como ya se volvió tradición, transcribimos y traducimos esta contribución por parte del canal ecologista Our Changing Climate sobre la historia de la ocupación de Palestina, su relación con el imperialismo capitalista de combustibles fósiles y sus prospectos de liberación. En esta primera parte repasamos la historia de la ocupación, además de ciertos datos y consideraciones estudiadas sobre la naturaleza de este proyecto colonial de etno-estado judío y su efecto en la población palestina. La segunda parte por publicar (2. La máquina de guerra de combustible fósil) comenta, por su parte, la dimensión económico-ecológica del problema y lo que pueden hacer los habitantes del núcleo imperial para luchar contra la ocupación.
Introducción
Bombas caen impunemente en la ciudad palestina de Akka. Durante tres días seguidos, los habitantes de Akka son bombardeados hasta el olvido. El último clavo en el ataúd llega el 3 de noviembre, cuando un explosivo conecta con un depósito de municiones en el centro de la ciudad, estallando con fuerza devastadora. Miles de personas mueren.
Una ciudad rica en comercio, comunidades e historia, reducida a escombros durante tres sangrientos días. Un relato de primera mano describe un paseo a través de los resultados, viendo “cadáveres de hombres, mujeres y niños, ennegrecidos por la explosión… y mutilados, de la manera más horrible”. El 3 de noviembre, la bulliciosa ciudad portuaria palestina de Akka cayó bajo el bombardeo indiscriminado de los barcos a vapor británicos.
Así es: esta brutal nivelación del territorio tuvo lugar en 1840 y fue uno de los primeros casos de guerra imperialista alimentada por combustibles fósiles. Con el nuevo poderío de los buques de guerra propulsados por carbón que no se veían obstaculizados por los caprichos del clima, Gran Bretaña desmanteló un floreciente imperio en lo que hoy es Egipto, Líbano y Palestina, forzando la apertura de sus mercados para que el excedente de algodón británico pudiera ser vertido en sus gargantas.
Como señala el académico Andreas Malm, “El vapor permitió a los almirantes y capitanes enchufar sus barcos a una corriente del pasado, una fuente de energía externa al espacio y al tiempo de la batalla real, a través de la cual los barcos podían, por tanto, disparar como si tuvieran alas propias”. 184 años después, los palestinos siguen siendo bombardeados por las máquinas de guerra de combustible fósil por parte del núcleo imperial.
Salvo que esta vez la metralla, los tanques y las balas proceden de sus opresores coloniales, Israel. Hoy vamos a tratar de revelar las profundas conexiones entre el capitalismo fósil, el imperialismo y el proyecto colonial que es Israel. Profundizaremos en cómo el actual genocidio de palestinos en Gaza está conectado con los deseos más amplios del capitalismo fósil. Cómo los ecos del pasado en el bombardeo de Akka traquetean hasta el presente, y por qué la libertad de Palestina no es sólo una cuestión de justicia moral, sino también una lucha por la justicia climática y el anti-imperialismo.
Esto es genocidio
Para finales de junio de 2024, 38.179 palestinos han sido asesinados. 15.000 padres se han quedado sin hijos. Hospitales, escuelas y mercados bombardeados hasta convertirse en polvo. Las calles de Gaza yacen en escombros, como los restos quemados de Akka en 1840. Privados de alimentos y ayuda por las fuerzas israelíes, los palestinos de Gaza se enfrentan, según Oxfam, a la peor crisis de hambre jamás registrada. Esto es genocidio. La eliminación total de un pueblo y la destrucción de su tierra.
Un proyecto que es impulsado por las fuerzas del colonialismo y el sionismo y, como veremos más adelante, con el apasionado respaldo del núcleo imperial. Es crucial entender que el arrasamiento de Gaza no es un hecho aislado, sino el siguiente paso en un largo rastro de sangre del proyecto colonial que es Israel. A diferencia de otras formas de colonialismo que funcionan para canalizar recursos de las tierras ocupadas hacia el núcleo imperial, estos proyectos colonialistas, ya sea en la Isla Tortuga por Estados Unidos, en Sudáfrica por los británicos y los holandeses, o en Australia por los británicos, suelen estar mucho más interesados en la tierra misma.
Como señala el académico Patrick Wolfe, el colonialismo basado en colonos (settler-colonialism) del que hemos estado hablando tiene que ver con el acceso al territorio. Los colonos reclaman la tierra para sí y los que viven actualmente en ella deben ser eliminados –física, cultural y étnicamente. En las tierras ocupadas de Palestina, el colonialismo adopta la forma del sionismo. Una ideología y una estructura que se remontan a la década de 1840. El sionismo establece la necesidad de crear un etnoestado judío en Palestina, lo que inevitablemente requeriría la expulsión y erradicación de la mayoría palestina musulmana o secular que actualmente vive en esas tierras. En sus propias palabras, destacados sionistas tienen muy claros sus objetivos: un dirigente sionista (Vladimir Jabotinsky) escribió en 1925 que “el sionismo es una aventura de colonización y, por lo tanto, se sostiene o cae por la cuestión de la fuerza armada.”
En 1937, durante las conversaciones en curso en la ONU sobre una posible partición israelí y palestina en dos Estados, el futuro primer Primer Ministro de Israel, David Ben-Gurion, explica: “Tras la formación de un gran ejército a raíz del establecimiento del Estado [israelí], aboliremos la partición y nos expandiremos a toda Palestina”. O más recientemente, el alcalde de la ciudad israelí de Sderot, que fue atacada el 7 de Octubre, Alon Davidi, afirmó en televisión: “No vivimos en Europa ni en Estados Unidos, vivimos en el Estado de Israel que está rodeado de enemigos y tenemos que darles una lección, destruirlos. Son animales, monstruos”.
Sobre el terreno, el sionismo ha dado lugar a narrativas y mitos en torno a Palestina que facilitan la ocupación colonial de tierras palestinas, como la narrativa de que los israelíes están ocupando tierras deshabitadas o que los palestinos son menos que humanos y no tienen derecho a la tierra. Esta ideología sionista llegó finalmente a un punto de ebullición en 1948, cuando las fuerzas sionistas limpiaron étnicamente a más de 800.000 palestinos bajo el Plan militar Dalek, que planteaba como estrategia la expulsión de las tierras palestinas “destruyendo pueblos (prendiéndoles fuego, volándolos por los aires y sembrando minas entre sus escombros)”; un espantoso momento de la historia conocido como la Nakba. A esto se unió, entre otras tácticas, la legalización del robo de tierras mediante políticas como la Ley de Adquisición de Tierras de Israel de 1953, que confiscó 739.750 acres de tierras agrícolas palestinas, 73.000 casas y 7.800 talleres.
Desde entonces, Israel ha marchado con lenta violencia sobre la tierra puntuada por arrebatos de sangrientas explosiones de ocupación como la de 1967, cuando el ejército israelí destruyó las fuerzas aéreas de Egipto y Jordania en un ataque furtivo, y luego procedió a invadir y ocupar la Franja de Gaza, Cisjordania, los Altos del Golán y la Península del Sinaí. Las tierras capturadas que crearon estas invasiones militares se apuntalaron animando a más de 600.000 israelíes a acaparar tierras para asentamientos en lugares como Cisjordania, empujando a los palestinos a bolsas cada vez más pequeñas por todo el territorio. Asentamientos que son ilegales según el derecho internacional.
La larga marcha del colonialismo sionista, por tanto, está marcada por, como escribe el profesor de economía política Adam Hanieh, “el uso periódico de la violencia extrema, unido a falsas promesas de negociaciones respaldadas internacionalmente”. De hecho, durante los tiempos de la llamada paz dentro de la Palestina ocupada, las condiciones de apartheid y los campos de concentración pesan sobre Gaza y Cisjordania. Para los palestinos, viajar entre ambas zonas es prácticamente imposible, y los desplazamientos están severamente restringidos sin permiso expreso del Estado israelí. Como señala el grupo de vigilancia de los derechos humanos sin ánimo de lucro B’Tselem, “la restricción de la circulación es una de las principales herramientas que emplea Israel para imponer su régimen de ocupación sobre la población palestina de los territorios ocupados.”
En Cisjordania hay documentados 645 puestos de control, barricadas y montículos de tierra que bloquean las carreteras. Se utilizan para cortar calles y puntos de paso, haciendo que ir a trabajar o incluso viajar para ir a ver a un médico sean inciertos y peligrosos tormentos. (pues en esos puestos de control y en las calles de los territorios ocupados los abusos de las fuerzas de seguridad israelíes son constantes).
Por ejemplo, en agosto de 2023, un palestino fue detenido en Jerusalén Oriental, golpeado y marcado en la mejilla con la estrella de David, mientras que en mayo de 2022, una periodista de Al Jazeera, Shireen Abu-Akleh, recibió un disparo en la cabeza de las fuerzas de seguridad israelíes mientras realizaba una misión en Cisjordania.
Como afirma el director adjunto de Amnistía Internacional para Oriente Medio y el Norte de África: “Las pruebas… pintan un panorama desolador de discriminación y despiadada fuerza excesiva por parte de la policía israelí contra los palestinos en Israel y en la Jerusalén Oriental ocupada”.
Las condiciones son espantosas en Palestina. La vigilancia, la violencia y el control policial israelíes son omnipresentes, y no han hecho más que empeorar desde el 7 de Octubre. Por este motivo, numerosas ONG y organizaciones de derechos humanos han afirmado que Gaza y Cisjordania son prisiones al aire libre o campos de concentración. Y ahora asistimos a un nuevo estallido de violencia extrema. La maquinaria de guerra de Israel está masacrando a hombres, mujeres y niños en las calles de Gaza. La respuesta a al golpe de resistencia palestina del 7 de Octubre ha sido notablemente sangrienta.
Un oficial electo israelí, Revital Gottlieb, pidió otra Nakba que “eclipsará la Nakba del 48”, mientras que otro político, Ariel Kallner, pidió a las fuerzas israelíes que “¡Derriben edificios! ¡Bombardear sin distinción! (…) para «aplastar Gaza». Un periodista israelí llegó a afirmar que “Gaza debería ser borrada de la faz de la tierra”.
Estas son las palabras del sionismo colonial, simple y llanamente. Para que Israel exista, Palestina debe ser destruida. Como dijo el padre del sionismo, Theodor Herzl, en 1896: “Si quiero sustituir un edificio viejo por uno nuevo, debo demoler antes de construir”. Pero la existencia de Israel y la normalización de su ocupación colonial y su violencia no se han producido en el vacío. Existe dentro de un torbellino de lucha política e intervención imperialista encabezado ahora por Estados Unidos.
El núcleo imperial necesita a Israel a pesar del genocidio que ha estado perpetrando durante los últimos 76 años. Pero, ¿Por qué?
Continúa en la parte 2.