Por Victor Serge

Durante las últimas semanas se anunció el triunfo del proyecto para reducir la jornada laboral a 40 horas semanales, el que beneficiaría a cerca de 4,7 millones de trabajadoras y trabajadores. Se hará vigente por regla gradualmente de aquí hasta el 2029 y contempla una serie de aspectos. Los detalles los puedes revisar en la nota de El País. Antes de entrar en materia, aclararemos que consideramos que el proyecto contempla un avance claro por un lado, pero también, de acuerdo a lo descrito por Gonzalo Durán para CIPER, puede estar aparejado a ciertos problemas por las cláusulas de flexibilización laboral asociadas y porque no va acompañado de una capacidad de negociación colectiva fortalecida para los trabajadores (sobre la economía de la negociación colectiva y los salarios, revisar esta contribución previa para nuestro medio). 

En cualquier caso, ¿Por qué reducir la jornada laboral? ¿Qué tanto se puede reducir?

Bienestar y productividad

Todos sabemos, en realidad, para qué reducir la jornada laboral. Para ser más libres, simplemente. Para pasar más tiempo con los niños, para descansar, para educarte, para lo que se te dé la gana. Pero, ¿Se puede reducir la jornada laboral sin comprometer la productividad? Cierta ortodoxia económica (por ejemplo, la reflejada en Principios de Economía de N. Gregory Mankiw) indica que las medidas de redistribución de la riqueza “achican la torta” de la economía nacional, y que por lo tanto hay que asumir que habrá menos para repartir si se ejecutan esas medidas. Pero al revisar la experiencia la cosa no es tan simple. Se ha visto que las reducciones de la jornada laboral pueden darse sin una reducción de la productividad, o incluso con algún grado de mejora en la misma.

En palabras de Bryan Lufkin y Jessica Mudditt para la BBC:

“La evidencia sugiere que una de las mayores ventajas de trabajar menos horas semanales es que hace que las personas puedan trabajar mejor. Investigaciones muestran que la gente logra terminar más tareas cuando se trabaja menos horas y menos tareas [en el mismo tiempo] cuando se trabaja más. Por ejemplo, un estudio de 2014 de la Universidad de Stanford sugirió que la productividad se desploma después de trabajar 50 horas a la semana; otros expertos sugieren 35 horas como el tiempo de trabajo óptimo antes de que la productividad comience a disminuir, mientras que una escuela de pensamiento dice que solo deberíamos trabajar seis horas al día.  

John Trougakos, profesor asociado de Comportamiento Organizativo en la Universidad de Toronto, afirma que esto se debe a que un día típico de una semana laboral estándar de 40 horas no está hecho para ser eficiente. «No se puede mantener la energía durante ocho horas seguidas. Exiges la atención de la gente durante un largo periodo de tiempo, lo cual es difícil para ellos», dice. «Por tanto, van a ser menos eficaces».” 

Lufkin y Mudditt también destacan un estudio en Islandia de reducción de la jornada de 40 a 36 horas de más de 2.500 funcionarios públicos, con un alto éxito: la productividad se mantenía o aumentaba, no disminuía. Comentan también los beneficios que tiene para la salud y la felicidad, y cómo eso a su vez es positivo para la productividad. Es más, algunos investigadores dicen que las largas jornadas de trabajo podrían estar literalmente matándonos sutil y lentamente, y llaman a una mayor conciencia y regulación sobre el asunto. De acuerdo a los estudios hechos y mencionados por Lufkin y Mudditt, reducir las jornadas reduciría significativamente el estrés (asociado al desarrollo de una serie de enfermedades), mejoraría la vida familiar y la satisfacción personal en general. Da espacio, además, para contratar a más personas para cubrir los turnos suficientes.

Rutger Bregman, historiador que viene de la tradición liberal-capitalista, cree que podemos incluso ir mucho más lejos. Es autor del libro Utopia para Realistas: A favor de la renta básica universal, la semana laboral de 15 horas y un mundo sin fronteras (un libro que recomendaría, aunque puede dejar con gusto a poco). Comenta que ya en 1930, el magnate W. K. Kellogg de cereales Kellogg’s experimentó con una jornada de 6 horas con total éxito:

“El 1 de diciembre de 1930, en plena Gran Depresión, el magnate de los cereales W. K. Kellogg decidió implementar una jornada de seis horas en su fábrica de Battle Creek, Michigan. Fue un éxito rotundo: Kellogg pudo contratar a 300 empleados más y redujo la tasa de accidentes en un 41%. Además, sus empleados se volvieron notablemente más productivos. «En nuestro caso no se trata de una mera teoría —contó con orgullo Kellogg a un periódico local—. El coste de producción unitario se ha reducido tanto que podemos permitirnos pagar por seis horas lo que antes pagábamos por ocho».”

Según Bregman, la productividad ha aumentado suficiente para cumplir la predicción que había hecho Keynes de que para los años venideros (los 2030) la tecnología haría posible trabajar apenas 15 horas a la semana (!). Nos hace preguntarnos si llegaremos a eso algún día, sobre todo considerando que las economías humanas podrían no soportar la degradación ecológica en curso (como para poder sostener todo esto). Y por supuesto, por la resistencia que los grupos poderosos y más privilegiados suelen poner a cambios tan importantes y que puedan perjudicarles de cualquier manera. Las promesas de mayor libertad podrían quedar frustradas, aunque no por eso son descartables. Prácticamente todo es posible en las sociedades y la conducta humana, para bien o para mal.

¿Más tecnología, más libertad?

Parece sabio pensar que los humanos harían tecnología para tener menos y menos horas de trabajo obligatorio, y así poder desempeñarse en otras cosas y disfrutar libremente de su tiempo. Y con ese tiempo, claro, poder crear, contribuir a causas de urgencia social (con todo lo que hace falta) o disfrutar la vida en general, simplemente. Pero, aunque la tecnología nunca avanzó tanto antes, durante los primeros siglos de la modernidad capitalista se llegaron a conocer jornadas laborales inhumanas, icónicas en el siglo 18 o 19 y que son muchísimo más raras hoy día. Y más allá de los casos más escandalosos de trabajo casi o derechamente esclavo que aún queda, hoy todavía abundan jornadas dañinas para los trabajadores (física y/o mentalmente) en todos los continentes (aunque, por supuesto, hay países donde se trabaja mucho menos en promedio).

De acuerdo a Juliet B. Schor, economista y profesora de Sociología en el Boston College, los trabajadores pre-industriales, incluso de tiempos medievales, solían tener una jornada laboral semanal más corta (en horas totales de trabajo) que un trabajador estadounidense de nuestros tiempos, tanto más un trabajador en general. ¿Cómo es posible? Bueno, tiene que ver con que incluso cuando los trabajadores medievales trabajaban hasta el anochecer, tenían más tiempo libre entre medio, por ejemplo. 

A pesar del mayor desarrollo tecnológico, entonces, la humanidad se ha visto atrapada teniendo que trabajar mucho de todas maneras. ¿Y para qué? ¿Para abultar más y más las cuentas bancarias de nuestros jefes y sus hijos malcriados? ¿Para consumir una cantidad ridícula de cosas que muchas veces no necesitamos? No suena muy sabio ni considerado. 

Nuestras esperanzas están, entonces, en que continuemos reduciendo la jornada laboral, pero a la vez fortalezcamos los derechos de los trabajadores y su capacidad de negociación. Solo reduciendo la jornada laboral al mínimo posible podremos sacarle el mayor jugo posible a nuestro tiempo en este planeta. Esto es algo que en principio podríamos llevar muy lejos gracias a la creciente ola de automatización del trabajo que proyectan los expertos para las próximas décadas (buena parte de las pegas podrían pasar a hacerlas las máquinas). Esto puede agravar masivamente el desempleo al principio y, para evitar una catástrofe económica mayor, podría darle más fuerza a propuestas de redistribución directa de la riqueza como la propuesta de renta básica universal que Bregman y otros también defienden. Incluso, quizás, y sobre todo si el cambio es muy grande, a propuestas que avancen en la democratización de la economía en general.

La reducción de la jornada no es para flojear (aunque eso debiera ser cosa de cada uno, mientras no seas una carga), sino para sacarle sacarle provecho al tiempo y a la vida (que, como dicen, se pasa volando) y con la que luchamos, cada día, por arrancarle otro poco de alegría y tranquilidad. Para descansar y estar saludables, o ser productivos en cosas más importantes que muchos de los trabajos innecesarios que se hacen hoy en día (como los trabajos que el antropólogo David Graeber llama «trabajos de mierda», o “bullshit jobs” en inglés). En definitiva, simplemente para ser más libres.

Referencias

  • Rutger Bregman (2016) Utopía para realistas. A favor de la renta básica universal, la semana laboral de 15 horas y un mundo sin fronteras (capítulo 6). Editorial Salamandra.