Siempre estamos viendo en Chile cómo a la gente, a la mayoría de la gente (sin exagerar), le falta la plata para cosas importantes, incluso esenciales. Cosas que pudieran salvar vidas o hacer una diferencia tremenda en bienestar. La mayoría sabemos de abuelitos pobres, de papás o hijos enfermos o con problemas graves y que no pueden atender bien. A veces recuerdo, con lágrimas en los ojos, a mi mamá durante los últimos años que viví con ella diciéndome que llevaba más de 10 años sin poder salir de vacaciones. 

Por muchos más años aún la derecha (desde Piñera al progre de Andrés Velasco) ha estado diciendo que para atacar la desigualdad hay que generar más empleos. Pero esto es bastante tonto y falso: muchos de los países con mayor tasa de ocupación (la parte de la población que trabaja) y menor desempleo, como varios de África, son de los más desiguales. Lo que necesitamos no es sólo trabajo, sino trabajo digno. Trabajo decente y mejor pagado. La desigualdad no tiene por qué disminuir, y la gente no tiene por qué vivir dignamente solo por tener pega. Obviamente lo importante es cómo se paga esa pega, cómo se reparte la torta entre las partes.

Hace ya más de 10 años que Chile entró a formar parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), una agrupación conocida por reunir fundamentalmente a los países más ricos y desarrollados. Pero Chile destaca por su mediocridad en este ámbito, exhibiendo un nivel de desarrollo social, derechos e ingresos muy por debajo del típico del conglomerado. También, por supuesto, en los pocos impuestos que pagan los más ricos para retribuir a la sociedad y garantizar condiciones dignas de vida a las personas. Garantías necesarias donde el mercado, dejado a sus propias fuerzas, no logra hacerlo. Al hacer estas comparaciones, muchos fanáticos de derecha a menudo dicen que no tenemos aún los recursos para pagar estas condiciones de vida, o estos derechos sociales como la salud o la educación gratuita universal. Pero simplemente es falso. El Reino Unido incorporó ya en 1948 su hoy aún tremendamente popular (y bien evaluado) Sistema Nacional de Salud, con un país arruinado por la guerra. Tenían además una riqueza total de país mucho menor a la chilena actual (usualmente medida por el famoso Producto Interno Bruto o PIB). Ya para 1955 su PIB promedio por persona era varias veces menor al nuestro en 2022 (ajustado por inflación).

La propuesta Nueva Constitución incluye una serie de normas, varias novedosas para nuestro país (no así en el mundo), para la protección del derecho al trabajo digno y libre. Se contemplan derechos elementales como el derecho a condiciones salubres y seguras en el trabajo y a la desconexión digital (que tus empleadores no te puedan estar contactando fuera de horario laboral, una norma que ya se ha llevado adelante en países como Francia, Italia, Bélgica, Irlanda, España y Portugal). Se prohíbe la precarización laboral así como el trabajo forzoso, humillante o denigrante.

Pero aquí queremos reparar en algunas normas importantes que chocan con la herencia constitucional y de regulación laboral de la dictadura y que influyen directamente en la capacidad de las personas de aumentar sus ingresos a nivel país. En particular, sobre la negociación colectiva libre y el derecho a huelga.

El Plan Laboral de 1979, diseñado por José Piñera, fue impuesto a sangre y fuego. Desde esta regulación los chilenos perdieron varios derechos y consideraciones que son básicas en la mayoría del mundo desarrollado. Entre otras, se limitó toda negociación a nivel de la empresa individual, prohibiendo negociaciones que involucren a más de una empresa y mucho menos a todo un sector de la industria o a nivel nacional. A pesar, por supuesto, de que esto es normal en el mundo desarrollado. Esto incluso a pesar de que mayor sindicalización y negociaciones colectivas de mayor alcance (o como dicen en economía, de mayor cobertura) pueden ser y a menudo son saludables para los salarios y el empleo. Esto es así según los mismos estudios científicos de la OCDE (Negociar Nuestro Ascenso. La negociación colectiva en un mundo laboral cambiante, 2019; Perspectivas sobre el Empleo, 2018). También según los más destacados libros de texto y artículos de la economía estándar, pro-capitalista que se enseña en las facultades de economía del mundo (como el famoso CORE Economy [edición español] (capítulo 9, secciones 9.9 y 9.10), en el que contribuye Óscar Landerretche, que hace poco salió haciendo polémica junto a otras figuras de la centro-izquierda por su lamentable apoyo al Rechazo). Aunque claro, estas consideraciones incluyen algunos matices y precauciones importantes para que todo el proceso funcione bien.

Es notable que esta situación legal se ha mantenido así también a pesar de que es una limitación grotesca del derecho de libre asociación, o sea, aquel que nos permite formar grupos de personas sin tener que pedirle permiso al Estado para hacerlo. Los empresarios chilenos no tienen ninguna restricción semejante y pueden juntarse con quien quieran, hacer las organizaciones que quieran sin pedir permiso. Mientras tanto, los famosos “liberales” brillan por su ausencia ante esta flagrante vulneración de nuestra libertad personal y colectiva.

Pero más allá de lo moral, también hay que tomarse en serio los consejos de la OCDE y de la ciencia económica estándar. Entre ellos, hay ciertas precauciones que considerar para que mayor poder de negociación masivo resulte bien. Destaca que la negociación colectiva no debiera estar completamente centralizada (sin ninguna flexibilidad para sectores y empresas particulares), o que las organizaciones de trabajadores no se vayan a resistir a las innovaciones administrativas o tecnológicas que apunten a aumentar la productividad. Y no tenemos razones especiales para pensar que los chilenos son el flojo ideal de Cristian de la Fuente y no se esforzarán ni cumplirán si se les pide mayor productividad. La economía también contempla que los trabajadores tendrán más motivación para trabajar si reciben mejores salarios. Ya en textos más clásicos hechos por conocidos derechistas se consideraba a menudo recomendable pagar salarios por sobre los precios de mercado, por lo mismo (la famosa teoría de los salarios de eficiencia [N. Gregory Mankiw, Principios de Economía, 19-1f]). De más está decir que más allá de las referencias académicas elegantes, en realidad es sentido común. 

También incluso en economía se habla de la conciencia que tienen los trabajadores de que hay límites a cuánto salario pueden demandar cuando tienen el sartén por el mango siendo tantos a la vez, con poder masivo de huelga (CORE Economy, 9.10). Suelen saber perfectamente (no es física cuántica tampoco) que en algún punto un aumento salarial arbitrario significa que las empresas tendrán que despedir para compensar, pues los trabajadores no pueden influir en el resto de la estructura de costos y en cuánta gente se contrata. 

También importa en la calidad del trabajo y la motivación que los trabajadores puedan influir en las condiciones y el proceso de trabajo. Esto tanto para dar retroalimentación a gerencia como para negociar mejores condiciones para las operaciones. El Plan Laboral también se hizo para bloquear la negociación de estas condiciones, mientras que la propuesta de Nueva Constitución lo consagraría como derecho.

Por años la derecha ha metido miedo con incorporar estos derechos, como si mecánicamente mayor poder sindical y negociaciones más grandes fueran a dejar la embarrada con los empleos y cuánta cuestión. Convenientemente, van a omitir decirte, por ejemplo, que para periodos como el 2000-2014 la mayoría de los trabajadores austriacos eran parte de negociaciones colectivas (altísima cobertura de trabajadores), pero tenían menor desempleo en promedio para el mismo periodo que Estados Unidos (donde la cobertura de las negociaciones es bajísima, siendo el país del Tio Sam y Chile dos de los pináculos del neoliberalismo en el mundo). En la Francia del siglo 21 la cobertura de trabajadores incorporados en negociaciones colectivas ha llegado a superar el 98% (casi la totalidad de ellos, y se mantiene alta). Francia siguió y sigue siendo un país desarrollado. Las preocupaciones de la derecha terminan siendo así, al revisar la experiencia internacional, no más que el cuento del lobo.

A nivel mundial el crecimiento de los salarios se ha separado del crecimiento de la productividad muy notoriamente desde la segunda mitad del siglo pasado. Esto se acentúa en los países con medidas extremistas pro-empresa y anti-trabajadores de privatización masiva (lo que usualmente la gente llama “neoliberalismo”), como Chile o EEUU. Por contraste, es la capacidad de negociación de los trabajadores y un sindicalismo robusto y saludable es una de las fuerzas principales (sino la principal) de ascenso de los ingresos en los países con economías en crecimiento, además de la disminución de la igualdad de ingresos y la mejora en las condiciones y calidad de vida. Incluso, una fuerza importante en la consolidación de las clases medias en el mundo y el fortalecimiento de la deliberación democrática (lo cual va en línea afín también de lo que hemos reseñado sobre el Nobel de Economía Amartya Sen en nuestro artículo “Desarrollo, libertad y Nueva Constitución”). Es por esto y otras razones que la Nueva Constitución serviría para modernizar y civilizar las relaciones laborales, y ayudarnos a progresar a un país de mejor desarrollo económico, social, cultural y democrático. Juntos somos más. O, como dicen los sindicalistas anglosajones, “unidos negociamos, divididos suplicamos”.

Más info:

▶ Revisa la Guía/síntesis completa del nuevo proyecto constitucional para Chile aquí (proyecto final; audiolibro)

▶ Resumen y comentario de libertades y derechos en la nueva Constitución por parte del convencional, académico constitucionalista y doctor en derecho Jaime Bassa para Hora Constituyente vía La voz de los que sobran

▶ Breve síntesis y defensa del proyecto por parte del académico constitucionalista de centro-derecha, también doctor en derecho, José Francisco García para The Clinic