Imagen: clase y dominación en la sociedad industrial (GPT 5)
El vacío que confesamos
En la hora más oscura del día
En el puebloautómata hacen un sonido
Como el gemido bajo y triste de una presa
El sabor amargo, el rostro oculto
Del niño perdido y olvidado
La necesidad más oscura, la velocidad más lenta
La deuda irreconciliada
(…)
Estos hombres muertos caminan sobre agua
Sangre fría corre por sus venas
El río enfurecido se eleva
Mientras entramos en la lluvia
S. I. Istwa y Father John Misty, «The Angry River« –canción final del soundtrack para True Detective, temporada 1, 2014
Sociedades de clase, cuerpos y mercancía
El super pedazo de serie The Wire (otro clásico policial) ya lo había mostrado en su temporada 2. Trece mujeres aparecen muertas en un contenedor portuario, víctimas de tráfico humano. La serie lo deja claro: no se trata de monstruos aislados, sino de economía global. Mafias internacionales, sindicatos portuarios precarizados, ciudades que dependen de esas grietas para tener más entradas de plata.
Esa temporada golpea porque muestra cómo el crimen se inserta en la vida cotidiana: en el puerto, en el sindicato, en el barrio obrero. Nadie se despierta diciendo “quiero ser cómplice de un crimen”. Pero la necesidad, la precariedad y la presión económica hacen que todo se conecte.
El creador de The Wire, David Simon, lo dijo sin atado en una entrevista con The Guardian en 2013: Karl Marx tenía razón en el diagnóstico (los capitalistas se salen con la suya –y a veces ese salirse con la suya es lisa y llanamente mafia), pero Simon no tenía, a pesar de eso, esperanza de que podamos derrotar este sistema, por lo tanto de superarlo por otro como sí esperaba Marx y la izquierda anticapitalista en su variedad.
Según Simon, Estados Unidos es un “show de horror” (“horror show”); el sistema no solo sobrevive, se adapta, sino que incluso se vuelve cada vez más brutal. El caso Epstein parece darle la razón. Porque lo que vemos no es un monstruo aislado, sino una cultura decadente que da para la gestación de personalidades torcidas y un sistema que luego los protege.
Este horror no es un accidente: es un subproducto de la extraña elasticidad de la mente humana (que da para los gustos e inclinaciones más perturbadoras o perversas, terribles y difícilmente comprensibles) más una sociedad de clases turbo-jerárquica y donde las diferencias de poder son del porte de abismos, y donde hasta cuerpos se transforman en mercancía (sea en la pega o en derechamente en el comercio de esclavos). Donde para algunos los demás se transforman en un mero instrumento u obstáculo.
¿Y qué onda el capitalismo en particular?
Usualmente el capitalismo es criticado por ciertos izquierdistas o progresistas, incluyendo científicos sociales/filósofos como Marx o afines, por ser “explotativo” (unos se aprovechan de otros), por temas de eficiencia, por perpetuar un estado permanente de lucha entre facciones de clase (entre tantas otras divisiones cruzadas y sus respectivos ejes de opresión de unos por otros), por el quiebre ecológico que parece implicar de manera extremadamente difícil de detener, etc.
Pero otras críticas no siempre son tan difundidas, y esto incluye (entre otras cosas como las que se desprenden con sabiduría desde la ética de negocios como rama de la filosofía política), un deseo muy básico de todo humano: seguridad. Que los poderosos no puedan hacer lo que quieran con nosotros, como pasó con la (contra)revolución capitalista de 1973 en adelante en Chile, o como el comercio de esclavos masificado que aún tenemos como civilización, o derechamente la explotación impune de los más inocentes.
Hegel, que inspiró a Marx, estuvo a favor de la idea de una sociedad liberal capitalista, pero bajo condición de que la sociedad civil (nosotros mismos en tanto ciudadanos de a pie) fuera volviéndose capaz de contener los males del sistema, resistir su “fuerza centrípeta” (del centro hacia afuera), el hecho de que está fracturada permanente e inevitablemente en facciones, en bandos (y creemos que obviamente estaría preocupado por el potencial para ejercer el mal que permiten niveles inusitados de plata, poder e influencia en el mundo, en manos de grupos que no son hechos responsables ante ningún poder social racional o democrático).
En su artículo sobre el desarrollo progresivo de la libertad a través de la historia en Hegel (una volaíta más o menos, aunque interesante y quizás inspiradora), Terry Pinkard cuenta todo el asuntito super claro y finaliza comentando algo crucial sobre la volaita misma de Hegel: si bien tuvo esperanzas en que los ciudadanos pudiéramos resistir y domesticar al capitalismo, eso no estaba pasando en sus últimos años de vida (habiendo muerto después en 1831). Pinkard comenta que Hegel comunicó esto a sus estudiantes, y nos dejó la pega de lidiar con el tema de formas sabias aunque, seguramente, también audaces. ¿Qué se viene? No sabemos, pero seguiremos reportando sobre el asunto.
El espejo chileno y el incierto futuro de la violencia
En Chile solemos mirar esto como si fuera un escándalo lejano, propio de gringos multimillonarios que no tienen nada que ver con nosotros. Pero lo cierto es que acá también existen élites que funcionan como estamentos cerrados, blindados por apellidos, colegios privados, universidades de prestigio y contactos políticos (siendo además que las elites chilenas, los propietarios más poderosos, están muy internacionalizados). También sabemos por nuestra dolorosa historia social y política reciente (el siglo pasado y el actual) lo que es que algunos vivan bajo reglas distintas, con impunidad para unos y condena dura para otros.
No necesitamos que aparezca un Epstein criollo para entender la lógica y hacer algo al respecto; no rendirse, luchar.
Basta con mirar cómo funcionan los círculos de poder en nuestro país: quién se salva, quién paga, quién recibe protección y quién termina como chivo expiatorio. El caso Epstein es un espejo sucio, pero espejo al fin. Nos muestra que, cuando la maldad se cruza con el poder extremo y con el blindaje estamental, la impunidad y la crueldad dejan de ser meros accidentes, sino cuestiones que pasan con alguna frecuencia. Solo pensemos en la cantidad de literalmente millones de personas, mujeres y niños especialmente, que son esclavos sexuales gracias redes de tráfico explotadas por, naturalmente, personas con suficiente poder y crueldad para hacerlo. Pensemos en los literalmente miles de ecologistas muertos o desaparecidos solo en este siglo en el mundo (y en Julia Chuñil: ¿Dónde está?). En la violencia estatal durante el estallido en un país fuertemente gobernado por sus elites (más a menudo que no más bien conservadoras), una maquinaria de violencia heredada por la dictadura y que nunca fue desmantelada (más un largo etc.). Ni hablar del caso de Palestina y la represión y vigilancia desplegada internacionalmente contra palestinos y activistas pro-palestinos.
¿Qué tendrá que pasar para que las cosas mejoren en este y otros frentes? ¿Qué tenemos que hacer para resistir a los poderes que nos dominan de facto y sus facciones más tenebrosas, para no caer tampoco ante ellos y sus serviles lacayos? La búsqueda continúa; esperamos que todos hagan (hagamos) nuestra parte en combatir toda clase de violencia arbitraria y buscar caminos para ser más libres. Porque pucha que es linda la vida cuando nos pertenece.
