Imagen: Jeffrey Epstein y la oscuridad de ciertos poderes de facto (Chat GPT 5)
Advertencia de contenido: explotación sexual y abuso, esclavitud
Sin corazón, divinos planos de odio
Desinteresados, mórbidos planes maestros
Desvergonzados, los poderes que masacran
Ignorantes de los actos que cometen!
Cuando todo está dicho y hecho,
el cielo reside en mi corazón
No ser esclavo de creencias que propagan dolor
Cuando todo está dicho y hecho,
el cielo reside en nuestros corazones
Esta vida es un regalo para ser vivido y amado!
Napalm Death, «When All Is Said and Done«, 2006, Smear Campaign
Poder, maldad, impunidad: mezcla infernal
La historia de Jeffrey Epstein no se puede contar como si fuera un simple escándalo policial. Es mucho más que un millonario corrupto que cayó en desgracia: es la radiografía de lo que pasa cuando el poder extremo y la influencia sin límites se combinan con la maldad. Y es la prueba de que, cuando alguien puede actuar con omnipotencia y arbitrariedad, la justicia y el Estado quedan de adorno; son un agregado inútil o, peor, una maquinaria siniestra.
Los hechos duros están claros: Epstein consiguió un acuerdo judicial vergonzoso en 2008, que lo dejó libre pese a denuncias graves de abuso. Fue arrestado de nuevo en 2019, pero apareció muerto en su celda antes de ser juzgado, en circunstancias muy sospechosas. Su socia Ghislaine Maxwell sí terminó condenada. Bancos como JPMorgan Chase pagaron cientos de millones de dólares por haberle permitido mover dinero durante años. Y están los testimonios de mujeres como Virginia Giuffre, que llegaron hasta miembros de la realeza. Todo eso salió en medios grandes como el Miami Herald, Reuters, The Guardian; no fueron meros rumores. Día a día la gente encuentra más detalles preocupantes o derechamente escabrosos en el seguimiento del tema, y en los montones de correos que fueron filtrados hace poco.
Estamos a la espera de que, eventualmente también, se confirmen lazos directos y la complicidad con Donald Trump (su compadre, por todo lo que sabemos), con indicios más que potentes y perturbadores al respecto. No obstante, hay que esperar a que se desenvuelva el proceso para afirmar públicamente su culpabilidad (dado eso, nos abstenemos explícitamente de hacerlo).
Estas cosas también han sido denunciadas en otros contextos y por otras personas; si esta clase de denuncias son verdad, estaríamos en presencia de una cosa que pasa con alguna recurrencia a lo largo de algunos países, o del mundo.
Lo esencial no es la lista de nombres que aparece en registros de vuelo ni las agendas filtradas (también porque no queda claro si se encontrará). Lo importante es que este caso mostró cómo funcionan los círculos de protección: abogados, banqueros, jueces, policías o gendarmes, burócratas de alto nivel y políticos que, al mirar para otro lado, ayudar activamente aceptando ofertas (u ofertas-amenazas), se convierten, obviamente, en cómplices.
Estamentos, clubes y sectas
Aquí el pulentísimo sociólogo Max Weber (conocido en sociología como uno de los papis junto a Durkheim y Marx) nos da una clave. Él decía que las clases sociales se definen por la plata (más ampliamente, por la «situación de mercado» de la persona), pero que existen también los «estamentos»: grupos cerrados que se diferencian por prestigio, apellidos, educación, religión o símbolos de distinción. Los estamentos funcionan como clubes de exclusividad. No basta con tener dinero: hay que ser aceptado, pertenecer. Y si ya estás dentro, gozas de protección.
Todo esto se asocia a lo que Weber le decía “honra estamental”, acompañado también por esto de que los cuicos y poderosos tienden, para no sentirse como el culo con ellos mismos y poder dormir en la noche, a hacerse de una ideología que justifique su posición (algo que Weber tenía presente y que se condice con la tendencia de la gente más adinerada y poderosa a estar más hacia la derecha del espectro político).
La red de Epstein y otros circuitos de millonarios funcionan de manera cruzada con este tipo de dinámicas. Lo que se juega en redes como la de Epstein y otras redes relacionadas son grupos o incluso cofradías globales de millonarios, políticos, artistas, académicos y financistas que se mueven bajo reglas propias, a menudo bajo muchos mantos de sombra (piénsese también en todo lo que implica el anonimato corporativo, la gran cantidad de empresas anónimas en el mundo).
Estos son grupos (o incluso sectas) que no se rompen fácilmente y sistemas que, en vez de reprimir a los abusadores, los blinda. El prestigio, en este mundo, claramente no es (ni nunca será) garantía de moralidad: es, incluso, a menudo, la máscara que hace intocables a las personas más problemáticas y violentas, incluyendo a los (quizás más inusuales pero sin duda reales) que hacen culto a la violencia y el sometimiento de otros, sea o no derechamente en grupos sectarios (como en True Detective) o sea en grupos que han operado más abiertamente (como por ejemplo, los nazis).
La decadencia moral en medio de una sociedad de clases
Epstein no fue un error aislado. Es el síntoma de una decadencia moral profunda en sociedades donde la desigualdad es obscena y donde la justicia funciona con dos varas distintas. Allí la vida de las víctimas vale menos que la reputación de los millonarios; el infierno se puede desplegar sobre los inocentes.
Esa sensación está retratada en la cultura popular. La tremenda serie policial True Detective (HBO), temporada 1, construye un realista escenario gringo corroído por la pobreza, la alienación y la decadencia espiritual. Un culto de abusadores sobrevivía gracias a apellidos respetables y contactos políticos, plata, conexiones.
Como martillazo poético podemos ilustrar el sentimiento en el verso de Napalm Death (banda de grindcore, esa loca mezcla entre algo como death metal y hardcore punk) en «When All Is Said and Done» (“Cuando todo ha sido dicho y hecho”): “tiranos de biblia negra tras máscaras de rectitud” (“black bible tyrants behind masks of righteousness”). Millonarios que se disfrazan de filántropos, que financian universidades y se visten de benefactores, mientras en la trastienda destrozan vidas de variedades de formas, entre ellas a veces algunas de las más torcidas.
Rustin Cohle, el detective que encarna McConaughey, lo sentía y dijo sin ningún filtro cuando su compañero le insiste en preguntar: la vida, para algunos (como él), tiene aspectos y rincones tan terribles y abundantes que todo llega a sentirse como una gran, una infinita derrota, la existencia entera como un mal en lugar de un bien (muy en la volaíta del oscuro y suicida filósofo Philip Mainländer o las oscuras descripciones que hace su colega Schopenhauer en algunos pasajes –entre otras cosas que reportan también desde la colección de Wiley-Blackwell sobre True Detective y la filosofía).
Ya que estamos vivos, sin embargo (y en esto también seguimos a Philip), hay que luchar por una vida mejor, por una vida con menos sufrimiento, donde estas cosas no existan o sean infinitamente menos probables, donde podamos pujar por una vida que valga la pena vivir (el asunto clave en nuestra existencia, y el asunto central en concepciones clásicas de la filosofía que me parecen de las mejores). Por lo demás, podemos apreciar en la serie y en la vida misma que hasta un pesimista existencial como «Rust» puede tener motivos potentes para luchar por el bien.
Continúa en la parte 2.
