Elecciones de Noviembre: ¿Qué está en juego?

Las elecciones de noviembre enfrentan a las fuerzas de centroizquierda contra una ultraderecha que se presenta en cuatro versiones distintas en la papeleta, pero prácticamente idénticas en sus propuestas. Lo que está en juego son las pocas conquistas fundamentales alcanzadas desde el retorno a la democracia en 1990.

Hablamos de una ultraderecha a cuatro bandas, porque una derecha democrática y moderada, simplemente, no existe en esta elección. Algunos dirán que Sebastián Piñera representó esa derecha “más razonable”, pues al menos reconoció que en su sector hubo cómplices pasivos de los crímenes de la dictadura. Pero más allá de ese gesto, no hubo mucho más. Y aquella derecha, que parecía un atisbo de moderación, también quedó sepultada en el Lago Ranco.

La derecha que hoy tenemos reivindica abiertamente la dictadura, agradece su obra, la defiende y hasta se atreve a relativizar los crímenes, diciendo que fueron “inevitables” o que, en rigor, no hubo dictadura.

Si esa derecha llega al poder, la vida se pondrá cuesta arriba para todos los chilenos.

Lo que está en riesgo

En primer lugar, los avances sociales que con tanto esfuerzo se han logrado, y a los que la derecha dura siempre se ha opuesto, apoyándolos a regañadientes y solo cuando les convenía. Hablamos de la PGU, la gratuidad en la educación, los recursos en salud pública y los recursos que destina el Estado en vivienda o infraestructura en los sectores más desposeídos.

También están en la mira los avances en materia de derechos humanos. La ultraderecha ha prometido cerrar o quitar financiamiento a instituciones clave como el Museo de la Memoria y el Instituto Nacional de Derechos Humanos, organismos que resguardan nuestro legado histórico, la dignidad de las víctimas y un mínimo de reconciliación social. Perderlos sería un retroceso doloroso no solo para las víctimas de la dictadura, sino para la democracia misma.

Además, está la amenaza de persecución a los funcionarios públicos, a quienes insisten en caricaturizar como flojos o apitutados, sin más argumento que el desprecio hacia el Estado.

Otro punto es la eterna promesa de la derecha: bajar impuestos a los más ricos. Según su lógica, los impuestos son injustos porque los políticos “malgastan” ese dinero, y si los millonarios se quedan con más recursos, invertirán y el país entrará en un ciclo virtuoso de crecimiento.
La evidencia dice lo contrario: en los países pobres, los súper ricos cuando tienen más liquidez la sacan rápidamente a paraísos fiscales o la invierten en propiedades en Miami, Luxemburgo o Croacia. Mientras tanto, los gobiernos se quedan sin caja para sostener políticas sociales.

En contraste, los países que han logrado erradicar la pobreza y generar crecimiento sostenido —como Canadá, Japón, España, Nueva Zelanda, Singapur o incluso China— tienen Estados fuertes, eficientes, con sistemas de salud y educación financiados públicamente y con impuestos a la riqueza que duplican a los nuestros. Lo contrario se llama Haití: un Estado débil, sin impuestos y sin protección social.

La trampa del discurso de seguridad

La ultraderecha ha penetrado en sectores populares con un discurso de odio y con la promesa de resolver la inseguridad. Muchas de esas personas, decepcionadas por la incapacidad de gobiernos progresistas para resolver problemas reales, creen en esas soluciones fáciles.
Pero pronto se darán cuenta de que esa misma derecha no resolverá nada: ni la precariedad, ni la desigualdad, ni la violencia. Y, peor aún, descubrirán el otro lado del discurso, ese que los acusa de “flojos que quieren todo regalado”.

No es la primera vez que la derecha promete combatir la delincuencia atacando los síntomas pero ignorando —o protegiendo— las causas. El resultado ya lo conocemos: desastres sociales que luego nadie puede controlar. Y cuando el malestar explote, volverán a culpar al comunismo de la rabia colectiva que ellos mismos habrán sembrado.

Conclusión

En estas elecciones no solo se define un gobierno, sino el modelo de sociedad en que queremos vivir.
La disyuntiva es clara:

  • O avanzamos hacia un país con más derechos, más igualdad, memoria histórica y un Estado fuerte que proteja a todos.
  • O retrocedemos hacia un proyecto ultraderechista que defiende privilegios, normaliza abusos, relativiza los crímenes de la dictadura y desmantela las instituciones que resguardan los derechos humanos.

Lo que está en juego no es menor: es el futuro democrático, social e histórico de Chile.