El 10 de diciembre de 1977, la dictadura de Videla secuestra en Buenos Aires (Argentina) a Azucena Villaflor de 53 años, una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo. Esa tarde, Villaflor había publicado en los periódicos la lista de varios jóvenes desaparecidos. El 20 de diciembre, tras diez días de tortura, será dejada caer viva desde un avión al Río de la Plata en los llamados Vuelos de la Muerte.​

Azucena Villaflor de De Vincenti nace en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, el 7 de abril de 1924 y fue desaparecida, el 10 de diciembre de 1977,​ fue una activista social argentina, una de las fundadoras de la asociación de las Madres de Plaza de Mayo, dedicada a buscar a los desaparecidos durante el terrorismo de Estado en Argentina. El 30 de noviembre de 1976, ocho meses después del comienzo de la dictadura militar que se autodenominó «Proceso de Reorganización Nacional», uno de los hijos de Azucena Villaflor, Néstor, y la novia de este, Raquel Mangin, fueron secuestrados.​ Villaflor inició su búsqueda, dirigiéndose al Ministerio de Interior, e intentando recabar la ayuda del vicario militar Adolfo Tortolo aunque solo consiguió hablar con su secretario, Emilio Grasselli. Durante estas gestiones, conoció a otras mujeres que estaban buscando también a parientes desaparecidos.

Tras seis meses de infructuosas pesquisas, Villaflor, junto a otras personas en su misma situación —que se fueron conociendo en la búsqueda de sus familiares— decidieron iniciar una serie de manifestaciones para dar publicidad a su caso. El 30 de abril de 1977 ella y otras trece madres se manifestaron en la Plaza de Mayo, en el centro de Buenos Aires, enfrente de la sede del gobierno, la Casa Rosada. Ante la orden militar de no detenerse ni «agruparse», sino «circular», decidieron caminar alrededor de la plaza.​ La primera marcha tuvo lugar un sábado, y apenas tuvo repercusión; la segunda fue un jueves y desde entonces se convirtió en costumbre realizarla todos los jueves, en torno a las tres y media de la tarde. El 8 de diciembre Alfredo Astiz había dado la señal denunciando la reunión en la iglesia de la Santa Cruz, en la cual secuestraron cinco personas además de Teresa Careaga y María Ponce, ambas madres de desaparecidos y la monja francesa Alice Domon. Azucena Villafor estaba en la casa de Emilio Mignone trabajando con la esposa de este y otras madres, muy asustadas por lo sucedido, para terminar un remitido con los nombres de sus hijos desaparecidos. El día 9 de diciembre, Azucena y otras madres entregaron los originales del remitido, el dinero y las firmas que avalaban su publicación .

Al día siguiente, el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, les publicaron el anuncio en un periódico y esa misma noche Azucena Villaflor fue secuestrada por un grupo armado clandestino de la Armada en la esquina de su casa de Sarandí, en Avellaneda, Buenos Aires. La golpearon para introducirla en un auto pero ella se tiró al suelo y gritó. Entonces la golpearon más. Según testimonios, fue recluida en el campo de concentración de la Escuela de Mecánica de la Armada, ESMA, donde actuó, entre otros represores, Alfredo Astiz. La llevaron al altillo, el lugar en donde depositaban a los secuestrados que mantenían más en secreto. Esa misma noche fue torturada y regresó al calabozo sin conocimiento. A los pocos días, Azucena junto a las monjas francesas y los demás secuestrados en la iglesia de la Santa Cruz fueron asesinados. El 20 de diciembre de 1977 comenzaron a aparecer cadáveres provenientes del mar en las playas de la provincia de Buenos Aires a la altura de los balnearios de Santa Teresita y Mar del Tuyú. Los médicos policiales que examinaron los cuerpos en esa oportunidad registraron que la causa de la muerte había sido «el choque contra objetos duros desde gran altura», como indicaban el tipo de fracturas óseas constatadas, sucedidas antes de la muerte. Sin realizar más averiguaciones las autoridades locales dispusieron de inmediato que los cuerpos fueran enterrados como NN en el cementerio de la cercana ciudad de General Lavalle.

Documentos secretos del gobierno de los Estados Unidos desclasificados en 2002 prueban que el gobierno estadounidense sabía desde 1978 que los cuerpos sin vida de las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet y las madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Esther Ballestrino y María Ponce, habían sido encontradas en las playas bonaerenses. Esta información fue mantenida en secreto y nunca fue comunicada a los gobiernos argentinos.

Testimonio de su hija Cecilia De Vincenti

«El viernes 9 de diciembre de 1977 mi mamá estaba rara, triste, con los ojos llorosos. A la noche, después de cenar, yo estaba mirando una telenovela y le pregunté qué le pasaba. Ella me contestó que no sabía cómo decirle a mi papá que se habían llevado a dos madres y una monja de la Iglesia de Santa Cruz la noche anterior».

Este es el recuerdo de las últimas horas que Cecilia compartió con su mamá, Azucena Villaflor. «Al día siguiente quería comprar el diario La Nación para ver la solicitada que habían estado preparando sobre los desaparecidos. Me golpeó la puerta del cuarto, yo todavía estaba acostada porque era sábado, pero entró y me preguntó: ‘Nena ¿qué quieres comer, carne o pescado?’ Yo le contesté que pescado y ella salió para la Avenida Mitre. Esa fue la última vez que la vi».

Cuando cruzaba la avenida, un grupo de autos Ford Falcon se la llevó. Ella se resistió, gritó para que la vean, un colectivo que pasaba por ahí paró, pero los militares sacaron armas largas y le dijeron que siga. Unos vecinos vieron y vinieron a contar lo que había pasado, recuerda Cecilia.

Con su padre y sus hermanos, creyeron que lo de Azucena iba a ser «un susto», porque para ese momento ya eran muchas mujeres las que habían empezado a ir a la Plaza de Mayo. «Pensamos que iban a ser dos o tres días y las iban a soltar», dice.

Las desapariciones forzadas y muertes agobiaban el país desde la instauración de la dictadura militar el 24 de marzo de 1976. Néstor, el hijo de Azucena y Pedro De Vincenti, era un militante peronista y había desaparecido junto con su esposa el 30 de noviembre de ese año. Su mamá removía cielo y tierra para encontrarlo.

«Ella empezó a hacer lo que se hacía en aquel momento, presentar un habeas corpus, ir a las comisarías, a los cuarteles, y notó que siempre había gente preguntando como ella. Un día fue a la Liga por los Derechos del Hombre y le preguntaron lo mismo que los militares: dónde militaba mi hermano. Volvió desencantada, se quedó pensando, y unos días después propuso ir a la Plaza de Mayo. Una de las consignas de las madres era no preguntar dónde habían militado los hijos porque había que buscarlos a todos por igual», rememora Cecilia. Así empezaron las rondas de las madres, un 30 de abril de 1977, que continúan hasta la fecha.

En ese ir y venir por comisarías e iglesias, Azucena conoció a quien iba a ser su entregador, el marino Alfredo Astiz, «el Ángel Rubio», como después se lo llamó. Durante una misa, otra madre se lo presentó. En ese momento, Astiz era un joven de 23 años, la misma edad de muchos de los hijos desaparecidos, y se ganó el cariño de las madres con el cuento de que su hermano había desaparecido y su mamá estaba muy enferma.

El 8 de diciembre las madres se habían juntado en la Iglesia de Santa Cruz para juntar dinero con el fin de pagar una solicitada en el diario La Nación. Azucena no estaba ahí. Astiz ‘marcó’ a Esther Balestrino de Careaga, a Mary Ponce de Bianco y a la monja francesa Alice Dumon, que luego fueron secuestradas. El 10 se llevaron a Azucena y a la monja Léonie Duquet.

Recuerda Cecilia que por mucho tiempo no supieron nada. «Con el correr de los años, cuando los expresos empezaron a hablar, contaron que mi mamá había estado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) junto con otras madres. Una de ellas recordó que le había servido un mate y ella les había dicho que seguramente le iban a dar un susto, que hicieran la lista de los que estaban ahí para informar a sus familiares cuando la liberaran».

Al día siguiente Azucena apareció con muchos golpes y moretones porque había sido torturada. El miércoles 14 de diciembre, las dos monjas francesas y las tres madres fueron llevadas a un avión y arrojadas vivas al mar. Sus cadáveres aparecieron días después en Santa Teresita, un balneario de la provincia de Buenos Aires, y fueron enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle.

«Mi papá estaba muy triste con la desaparición de mi mamá, empezó a ir a la Plaza de Mayo todos los jueves, se sentaba en la puerta de mi casa mirando para la Avenida Mitre esperando que ella diera la vuelta y viniera caminando. Un día yo descongelé la heladera y la dejé sin carne y me dijo muy enojado: ‘¿No dejaste carne? Y si viene tu mamá qué le das de comer?'». Pedro falleció de un cáncer del pulmón el 5 de enero de 1981. El 19 de mayo de 2005 los antropólogos confirmaron que uno de los restos enterrados en General Lavalle era el de Azucena.

«Cuando nos devolvieron los huesos, resolvimos que sus cenizas estuvieran en la Plaza de Mayo. Un poquito de cenizas acompaña a las madres en la Iglesia de Santa Cruz», recuerda Cecilia.

Este 28 de noviembre se conocieron las sentencias contra 29 imputados en la Megacausa ESMA, llamada así por haber sido el principal centro clandestino de detención de la dictadura. Fueron condenados Alfredo Astiz y los pilotos de los «vuelos de la muerte» que lanzaban al mar desde aviones militares a las víctimas drogadas.

Si bien Astiz ya tenía una sentencia a cadena perpetua desde 2011, la reafirmación de este castigo y la condena a los pilotos ha sido un nuevo triunfo en la lucha por la justicia. «Haber recuperado el cuerpo de mi mamá y la condena de todos los que estuvieron en el proceso de secuestro y desaparición está bien. Un país con justicia tiene que ser así, tienen que estar presos», aseguró Cecilia De Vincenti.

La calle Cramer, en Avellaneda, donde Pedro salía a esperar a su esposa con la ilusión de verla volver, hoy recibe el nombre de Azucena Villaflor, la única persona que ha recibido el honor de ser enterrada en la Plaza de Mayo, donde las Madres que ella ayudó a reunir siguen marchando.