Elisa Neumann
Dra. Ciencias Sociales y Políticas
El mundo lamenta la partida de un líder espiritual que conmocionó al mundo con su crítica certera y sin tapujos al modelo neoliberal. Primer papa latinoamericano, no cesó en denunciar las injusticias de este mundo globalizado, sometido a los poderes imperiales que condena a la exclusión y la miseria a gran parte de la humanidad.
Condenó de modo tajante un modelo que promueve una cultura basada en la insensibilidad, la anestesia moral y pérdida de valores centrales en el ser humano: el amor, la solidaridad, la búsqueda de verdad y justicia.
En su encíclica “Laudato sí”, habló de una economía del desecho, que desecha personas, bienes, comida, agua, destruye la naturaleza e inunda al planeta de basura e inmundicia. Hipotecando el futuro de nuestros niños y de las generaciones futuras. Nos recuerda que la tierra en que vivimos es nuestra casa común.
Insistió siempre que un buen cristiano no es sólo quien atiende a su conexión con Dios y su paz interior, sino también aquel que dedica su tiempo y energía a la creación de un mundo más justo y solidario.
Hoy más que nuca debemos interrogarnos junto con el papa Francisco (QPD) “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?”
En “Fratelli tutti” atacó duramente al modelo neoliberal, el cual permitía a un sector reducido de la humanidad vivir sin límites a costa de la explotación sin miramiento de parte de la población. En este contexto el respeto a los derechos humanos era tan solo letra muerta. Afirmaba:
“…En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados». ¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana?”
Se pronunciaba y abogaba también por el derecho a la igualdad de las mujeres: “Es un hecho que doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos”
Clamó también por el derecho de los migrantes, obligados a desplazarse y abandonar sus países, culturas, familias y redes sociales como consecuencia de la inequidad en la distribución de las riquezas, los desastres ecológicos y las guerras.
Abogaba por la construcción de una sociedad justa, inclusiva y solidaria. Señalaba que desde los orígenes de la fe cristiana se desarrolló un sentido universal sobre el destino común de los bienes creados. “Esto llevaba a pensar que si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando”. Aludía a las palabras de San Juan Crisóstomo al decir que «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»
Más aún, señalo: “En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada” Es decir, el derecho a la libre empresa no puede sobreponerse al pleno ejercicio de los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos. Afirmó; “Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso”.
Denostó la falsa ilusión de un modelo neoliberal que insiste que la economía neoliberal lo resuelve todo, y que los pobres deberán esperar un mágico “chorreo” del crecimiento económico que nunca llega. Condenó también la obligación de los países pobres a pagar la deuda a los países ricos comprometiendo su subsistencia y crecimiento.
Abogó también por una reestructuración profunda del sistema de Naciones Unidas con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar. Se trataba de poner límite a una autoridad cooptada por unos pocos países de gran poder económico y político. Insistía en la necesidad de diálogo, búsqueda de consensos y resolución pacífica de los conflictos. Se debía favorecer la creación de acuerdos multilaterales entre los Estados, único medio para garantizan el bien común universal y la protección de los Estados más débiles.
En este sentido, vale la pena recordar sus palabras con relación a nuestro continente y el imperialismo yanqui: “Latinoamérica todavía está en ese camino lento, de lucha, del sueño de San Martín y Bolívar por la unidad de la región…siempre fue víctima, y será víctima hasta que no se termine de liberar de imperialismos explotadores…Hay que trabajar para lograr la unidad latinoamericana”
Los verdaderos creyentes, y todos quienes lean con atención estas sabias palabras deberían responderse a sí mismos las preguntas que nos hiciera el papa Francisco (QPD) ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?
Es hora de abandonar la comodidad de nuestros hogares y unirnos junto a otros en la construcción de un mundo más justo y solidario. Sólo así honraremos en nuestros corazones al papa San Francisco, el papa de los pobres.