1987 era un año en que la Dictadura de Pinochet daba sus zarpazos criminales contra todo un pueblo que había llevado la situación de descontento al límite: Pinochet y su cáfila criminal no podían aceptar la humillación a la que se vio enfrentado en el atentado que perpetraron un puñado de valientes, provenientes de los mejores luchadores de las clases humildes y rebeldes de Chile. Acostumbrado a masacrar inocentes y a disidentes rendidos, generalmente reducidos, maniatados, torturados, la dictadura creía contar con una impunidad que les otorgaba el uso de la fuerza del estado y la complicidad de las clases dominantes que le aplaudían el trabajo sucio que les hacían para su beneficio, nunca se imaginaron que la rebeldía llegaría a tener tan alto grado de organización.

Esta es la historia de la Operación Albania, nombre en clave que la CNI, grupo de delincuentes que hacían el trabajo sucio a Pinochet y a la Derecha Chilena en el poder

En las sombrías horas que siguieron al intento de asesinato del dictador Augusto Pinochet en septiembre de 1986, la Central Nacional de Informaciones (CNI) desató una implacable cacería humana con un solo objetivo: exterminar a la cúpula del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).

Con una lista negra en mano, delineada por la División Antisubversiva. las fuerzas represivas se dispersaron por Santiago en una misión mortal. Desde el amanecer del 15 de junio hasta la madrugada del día siguiente, marcaron las calles con el luto de aquellos que osaron soñar con libertad.

Recaredo Ignacio Valenzuela Pohorecky, conocido como el comandante “Benito”, fue el primero en ser silenciado. En un acto cobarde, le dispararon por la espalda en plena luz del día, cerca de la casa de su madre en Las Condes. Su muerte no fue más que el preludio de una serie de actos atroces que mancharían para siempre el alma de la nación.

Patricio Acosta Castro, otro valiente miembro del FPMR, fue emboscado y asesinado a sangre fría. En un grotesco intento de encubrimiento, los agentes manipularon su cuerpo sin vida, colocando un revólver y un gorro pasamontañas en sus manos inertes para luego documentar su falsa culpabilidad con fotos y videos.

Mientras tanto, en una casa de seguridad del FPMR, Juan Henríquez Araya y Wilson Henríquez Gallegos hicieron frente a sus atacantes con heroísmo, sacrificando sus vidas para proteger la huida de sus compañeros y un niño inocente. Su resistencia permitió que algunos escaparan.

Julio Guerra Olivares, quién habia participado como fusilero en el intento de ajusticiamiento, también cayó esa noche fatídica. En su humilde habitación alquilada, fue brutalmente acribillado por fuerzas delincuenciales al servicio del régimen.

La crueldad no se detuvo ahí. Otros siete miembros del FPMR fueron capturados y sometidos a torturas inhumanas antes de ser llevados a una casa abandonada donde se ejecutó un simulacro macabro. Allí, en un acto simultáneo y calculado, les dispararon desde arriba mientras estaban indefensos, intentando fabricar una escena de enfrentamiento que nunca ocurrió.

Entre los caídos estaba José Joaquín Valenzuela Levy, el comandante “Ernesto”, un líder formado en Bulgaria y conocido entre sus camaradas como “Roro”. Junto a él, Esther Cabrera Hinojosa, Elizabeth Escobar Mondaca, Patricia Quiroz Nilo, Ricardo Rivera Silva, Manuel Valencia Calderón y Ricardo Silva Soto encontraron un final trágico e injusto.

Los familiares de los doce frentistas abatidos enfrentaron no solo el abismo del dolor por la pérdida sino también una larga lucha contra un sistema judicial que se negaba a reconocer la verdad. Durante más de una década batallaron incansablemente para demostrar que sus seres queridos no murieron en combate, sino que fueron víctimas de ejecuciones sumarias perpetradas por el régimen criminal. Pinochet así saciaba su sed de sangre de chilenos humildes y rendía cuentas a sus patrones que en el intertanto consolidaban el entramado legal para asegurar el botín fruto del saqueo a las empresas y riquezas que eran de todos los chilenos.

Esta es la historia que debemos contar; no solo como un recuento de hechos sino como un testimonio emotivo del sacrificio que hizo el pueblo de Chile frente a la opresión. Es un recordatorio sombrío de las cicatrices que aún lleva nuestra historia y del deber ineludible de recordar y honrar a aquellos que dieron su vida por la justicia y la libertad. Gracias a estos jóvenes valientes se inició la decadencia del proyecto de Pinochet y fue el detonante para que sus jefes en Washington decidieran sacarlo (a medias) de circulación.